(Composición: El Comercio)
(Composición: El Comercio)
Andrés Calderón

Es curioso ver cómo reacciona la gente frente al destape de la . Una gran mayoría se ha preocupado por el contenido del destape: el delincuencial intercambio de favores entre jueces, miembros del , empresarios y políticos “amigos”. Una minoría –entre la que se incluye, no obstante, miembros de la fuerza número uno del Congreso– ha prestado más atención a quienes realizan el destape: la prensa.

Primero, alegaron una supuesta interceptación telefónica ilegal. Después, quisieron que IDL-Reporteros y “Panorama” revelaran el origen de los audios. Luego de que ambos cuestionamientos se desplomaran, empezaron a atribuir un supuesto interés político de la prensa, porque esta no difundía aún todos los audios (Luz Salgado y Lourdes Alcorta, dixit).

No me interesa ahondar en la hipótesis del móvil político. Exista o no, se trata de un ataque al mensajero y no al mensaje. Me interesa reflexionar sobre la crítica a la prensa por no divulgar todos los audios de una sola vez (suponiendo que tuvieran más audios en su poder).
Quizá algunas personas preferirían que todo funcione “de golpe”, pero así no trabaja la prensa cuando obtiene información confidencial. O no debería…

¿Qué distingue a un destape periodístico de una difusión masiva de datos (a lo “Wikileaks”)? El cuidado y filtrado de información. Cuando un periodista recibe información clasificada, primero debe evaluar si esta es auténtica; es decir, si no ha sido inventada o adulterada. Más aun, si proviene de fuente anónima. Luego, debe comprobar la veracidad o, por lo menos, verosimilitud del contenido de la información. Para corroborar hay que recurrir a otras fuentes de información, conversar con personas que conozcan sobre el objeto de investigación, hacer un poco de arqueología periodística, conocer la versión de los propios involucrados, y finalmente razonar (un análisis contrafáctico, por ejemplo) para determinar si se le otorga credibilidad al contenido de la información (en este caso, el audio) o no.

Incluso si la información provino de una fuente confiable, el periodista debe ser suspicaz y ponderar los intereses particulares de la fuente. El reportero resguarda la confidencialidad de sus fuentes, pero también responde por ellas, ética y hasta legalmente. No se puede dar el lujo (o la pereza) de retransmitir todo lo que recibe sin control previo.

Un medio de comunicación no es solo un megáfono. La prensa debe ayudar al lector o a su audiencia a entender lo que difunde. Debe dar contexto, narrar una historia, y eso demanda trabajo adicional. Por ejemplo, los audios de los diálogos del suspendido juez César Hinostroza con el ex ministro Salvador Heresi y el nuevo fiscal de la Nación, Pedro Chávarry, no revelan nada ilícito. Es cierto. Pero entre reuniones y “hermanitos”, sí evidencian una cercanía preocupante, no solo por la independencia que deberían mantener los poderes del Estado, sino por la práctica de canje de favores y tráfico de influencias con la que se conducía Hinostroza y sus allegados. Razones más que suficientes para el interés público en su difusión y para la necesidad de continuar indagando.

Al igual que muchos otros ciudadanos, desearía conocer de una vez todos los audios relacionados con esta trama de corrupción y tráfico de influencias. Pero me parece una sinvergüencería atacar a los medios periodísticos por hacer su trabajo, por investigar, corroborar y luego difundir –dando el contexto adecuado– aquellos audios que contienen información de interés público.

No fue el Ministerio Público, la contraloría, ni alguna costosísima comisión investigadora del Congreso los que llegaron primero para hacer pública la corrupción de Odebrecht, Lava Jato y Lava Juez. Como bien apuntaba mi amigo Gonzalo Ramírez en Twitter, fue la prensa, “la única que se ha acercado a impartir justicia en este país donde el Estado es el criminal”.