Kenji, el traidor, por Andrés Calderón
Kenji, el traidor, por Andrés Calderón
Andrés Calderón

¡Qué tal semanita la de Kenji Fujimori! La entrevista del domingo pasado en “Cuarto poder” fue el preludio, cuando reafirmó su oposición a la descabellada de medios propuesta por sus colegas de bancada Úrsula Letona y Alejandra Aramayo. Dos días después, mientras Fuerza Popular planteaba la derogación del Decreto Legislativo 1323 (que incluye dentro de los crímenes de odio a los dirigidos contra la población LGBTI) en la Comisión de Constitución, Kenji izaba la en Twitter. El jueves –por si quedaban dudas– publicaba en este Diario un artículo en defensa de las libertades civiles de género y de prensa. Y si Keiko Fujimori aparecía luego en un video que, por tono y contenido, más parecía una respuesta a sus cuestionamientos; el benjamín de los Fujimori protagonizaba otro pero junto a personajes y políticos de distintas tiendas al ritmo de “Una sola fuerza”.

Hay quienes aplauden el tino de Kenji y el de sus asesores para posicionarse como una figura más afable dentro del conglomerado naranja. Hay quienes lo acusan de armar una pantomima solo con fines electorales. Y, por supuesto, quienes echan humo por su aparente rebeldía contra la lideresa del fujimorismo (¿o de uno de los fujimorismos?). 

Es comprensible la suspicacia que circunda a la nueva corrección política del menor de los Fujimori, tributaria –claro está– de lo que ha constituido también su principal activo: el apellido. ¿Cómo confiar en el discurso renovado de quien es señalado como el más “albertista” de los hermanos, que, además, guardó oportuno silencio el 5 de abril? ¿Por qué creer a Kenji Fu-ji-mo-ri si, durante la campaña electoral pasada, su hermana mayor también proyectó una imagen progresista que luego tiró por la borda cuando las papas comenzaron a calentar?

Si el menor del clan quiere convencer a la opinión pública de que encarna una versión más moderna y menos autoritaria del fujimorismo, le falta aún mucho camino por recorrer. Pero en los pocos meses del nuevo quinquenio de gobierno ya viene dando pasos que Keiko no ha intentado. Porque una cosa es dar un discurso ‘progre’ en un salón de Harvard y otra ponerle una firma a una moción para investigar al Sodalicio. Como también es distinto decirle a los damnificados de El Niño costero “Estamos Kontigo” y procurar réditos políticos llevándoles donativos por su lado, que acudir al Palacio de Gobierno a entregar los aportes a la primera dama y tomarse una foto con ella.

Al ser congresista en funciones, los pronunciamientos de Kenji tienen un aspecto de concreción. Pasa de la palabra a la acción (ya anunció el sentido de sus votos en el pleno, ahora hay que verlos). Y aunque en la política (peruana, al menos), todos pueden reconvertirse, las huellas de quienes tienen mayores aspiraciones son más difíciles de borrar y la inconsistencia es recordada.

Considerando los objetivos políticos del fujimorismo, entonces, Kenji viene mostrando de forma más sostenida –hasta el momento– una versión más amigable de su partido que el que la propia Keiko y sus lugartenientes intentaron y fracasaron en consolidar hasta el día de hoy. ¿Es que acaso “la protección efectiva de los DD.HH.” a la que hacía referencia el plan de gobierno de Fuerza Popular excluía a las personas LGBTI? ¿En qué parte del “Plan Perú” hay algo semejante al proyecto de ley de Letona y Aramayo? ¿No fue la propia Keiko quien en pleno debate electoral firmó un compromiso para “respetar y proteger las libertades de prensa y expresión”?

¿Quién es el traidor, entonces? ¿Aquel rebelde que se separa del rebaño y declara con voz propia o aquella que contradice su libreto electorero que prometía un nuevo fujimorismo?

A veces, ser políticamente correcto también resulta ser una buena estrategia política.