Una encuesta realizada a 7.331 trabajadores estadounidenses concluyó que más de la mitad no pudo tomar todos sus días de vacaciones. (Foto: Getty Images)
Una encuesta realizada a 7.331 trabajadores estadounidenses concluyó que más de la mitad no pudo tomar todos sus días de vacaciones. (Foto: Getty Images)
Franco Giuffra

La semana pasada se inauguró en Seattle la primera tienda de Amazon Go, una prueba de lo que asegura será la experiencia de compra en los supermercados. Sin colas ni cajas registradoras. El cliente entra, escoge lo que quiere y sale caminando sin rendir cuentas a nadie. Una serie de tecnologías de reconocimiento facial, inteligencia artificial y pagos sin contacto se encarga de identificar al cliente, detectar sus compras y cargar su tarjeta de crédito.

La primera semana no ha ido bien. Además de las colas, el proyecto ha presentado múltiples fallas. Cuentas mal sumadas, cargos no reconocidos y robos. El tiempo dirá si el modelo está maduro y si es escalable.

La ocasión sirvió, sin embargo, para que se oyeran nuevamente las voces pesimistas sobre la escasez futura de empleos por culpa de la tecnología, que irremediablemente terminará reemplazando, en muchos campos, a las personas. La broma cruel entre los desmoralizados por la incursión de la robótica es que los avisos de empleo describirán en el futuro el puesto que se busca cubrir y a continuación una advertencia: “Humanos abstenerse”.

La discusión sobre el futuro del trabajo es fascinante y da para todo. Hay quienes se oponen al progreso y plantean la dimensión ética de la transformación que se nos viene. Si los robots reemplazan a las personas, qué será de nosotros. Llevado al extremo, este argumento es equivalente a abogar por la desaparición de la electricidad y el regreso a las máquinas a vapor; a la desurbanización y la repoblación del campo.

Por otro lado, el tema sirve igualmente para adornar de clichés las presentaciones corporativas. “El 80% de los empleos del futuro no se ha creado todavía”, es un clásico para cautivar a la audiencia con una cifra sacada del sombrero.

Lo cierto es que nadie sabe. La única evidencia que tenemos es que la humanidad no ha dejado de progresar gracias a los avances tecnológicos. A pesar de todo lo malo que hoy tenemos, la población mundial está hoy mucho mejor que hace un siglo o dos: se vive más y hay menos pobreza. Una línea de desarrollo que no fue planificada por nadie, afortunadamente.

No conozco mucho del tema, pero tiendo a pensar que la creatividad infinita de los humanos se las arreglará para administrar el progreso tecnológico de una manera que estaremos mejor en el futuro.

Los que sí saben del asunto, como los estudiosos del McKinsey Global Institute, no hablan de una pérdida neta de empleos, sino de una transformación enorme en las ocupaciones. Todos los trabajos que la tecnología elimine por un lado se compensarán con creces con nuevas ocupaciones.

Una transformación que ocurrirá en 20 años, no en un siglo, porque el ritmo de adopción tecnológica es ahora muy veloz, como lo prueban las cifras de implantación mundial de smartphones y otros dispositivos.

Es difícil pensar que el Perú pueda estar en el pelotón de avanzada de este fenómeno. Nos tocará copiar y adaptarnos. Pero algo de esta discusión ya deberíamos empezar a tener y no la tenemos.

Aquí seguimos debatiendo únicamente modelos educativos del siglo XX, la prohibición de creación de universidades, si los trabajadores de confianza tienen derecho a indemnización y si los venezolanos deben ser bienvenidos.

No imagino que haya una sola persona en el pensando en el futuro. Por ahora el nuevo ministro anda buscando cambios de otro calado: que el Consejo Nacional de Trabajo no sea presidido por un funcionario, por dar un ejemplo. Una agenda muy pertinente si estuviéramos en 1950.