"la economía se enfría gradualmente por razones que exceden a Humala o PPK". (Ilustración: Giovanni Tazza)
"la economía se enfría gradualmente por razones que exceden a Humala o PPK". (Ilustración: Giovanni Tazza)
Franco Giuffra

Habiendo estudiado filosofía, pensé que los filósofos y los poetas éramos los únicos habilitados para postular teorías sin aportar mayores fundamentos. Me equivoqué. Los politólogos peruanos gozan de una licencia similar, a pesar de pertenecer a una ciencia social.

Primero fue el señor Carlos Meléndez, con su teoría de que la tecnocracia liberal era la madre de la corrupción. Una bomba atómica que todavía no prueba y que no le impedirá este año sentarse en CADE con varios de esos mismos supuestos gestores de esa lacra.

El expediente de inventar un enemigo para dispararle fuego nutrido lo ha retomado recientemente el señor Alberto Vergara, en este Diario, el domingo pasado. En su caso, además de los tecnócratas, arremete contra la “derecha limeña”, a la que acusa de todas nuestras desgracias.

No es fácil criticar a Vergara porque sus falacias son vastas y su desconexión de lo real, profunda.

Digamos, en primer lugar, que el autor del artículo en cuestión no dice nunca qué diablos es la derecha limeña ni cuándo ha gobernado realmente en el Perú. De esta imprecisión se libra sugiriendo que, desde Toledo hasta ahora, la derecha ha estado al mando en los últimos 16 años y ha producido el actual descalabro económico, social e institucional.

No imagino las definiciones que Vergara maneja, pero tienen que ser muy elásticas para acomodar allí al propio Toledo, a García, a Humala e incluso a PPK, ninguno de los cuales podría ser cabalmente un presidente derechista.

Lo poco de “derecha” que hemos tenido, si se quiere, ha sido el modelo económico de los últimos 25 años que, en todo caso, arranca con Fujimori. Pero eso a Vergara no le llama la atención. No dice una sola palabra de cómo ese modelo ha servido para sacar a millones de peruanos de la pobreza.

Lo que le interesa es señalar, sin aportar mayor prueba, que nuestras debilidades institucionales han sido creadas o en todo caso preservadas por la derecha. A ella tocaría achacar, en consecuencia, el desmadre de la administración de justicia, la podredumbre de los partidos políticos, la corrupción de los gobiernos regionales, la calidad del trabajo parlamentario. Un imán, en fin, que atrae todo lo malo.

En una economía tan pequeña como la nuestra, en donde probablemente el 65% de nuestro crecimiento se explique por condiciones externas, Vergara no cree en el impacto de los factores exógenos. Le parecen excusas. Tampoco le parece relevante la confianza empresarial como variable explicativa del desarrollo. Alguna importancia debe tener, pienso yo, para que el Banco Mundial, la OCDE, la Unión Europea y todos los bancos centrales del mundo le sigan el pulso a esa estadística. Y para que los datos duros demuestren su correlación con la inversión privada durante los últimos 12 años (IPE).

De la desregulación y la simplificación administrativa, Vergara dice con sorna que es parte de la frivolidad del “pensamiento Playa Blanca, donde reducir trámites califica como revolución social”.

¿Quién ha dicho que el combate a la tramitología agota las necesidades de cambios sociales en el Perú? ¿No puede imaginar Vergara que existan objetivos simultáneos y políticas públicas paralelas, para diferentes fines? ¿No conoce que la dimensión colosal de nuestra informalidad es una función directa de la mala regulación?

Con semejante enunciado Vergara revela, al mismo tiempo, que no tiene idea del “pensamiento Playa Blanca” ni de la gravísima carga que impone la sobrerregulación, precisamente sobre los sectores menos favorecidos del país. En su caso, es un pecado que no haya leído “El otro sendero” o que no haya hecho la relación entre malas leyes y subdesarrollo.

Pero lo más serio de Vergara no es lo que dice, sino lo que calla. Si el sueño derechista es para él una pesadilla, qué podría decirse de la realidad de la izquierda. Un académico como él tendría que revisar todos los índices mundiales que relacionan los países más desarrollados económica e institucionalmente con la prevalencia del capitalismo y la libertad económica.

Y si no quiere leer, que escuche por lo menos las noticias de lo que el socialismo realmente existente ha hecho con Venezuela, un país que ya no tiene instituciones, ni alimentos, ni papel higiénico, ni libertad.

El Perú, en resumen, no ha tenido aún la suerte de tener un gobierno de derecha, pero se ha beneficiado enormemente de los principios de una economía de mercado. Quedan centenares de miles de cosas por hacer en materia social, política e institucional. Para lograrlas, recomiendo desoír las explicaciones no sustentadas del señor Vergara y abrir en cambio los ojos al mundo real.