(Foto: Presidencia)
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Fernando Vivas

Olviden el reguetón de la , “que te la doy, papi; que te la quito, mami (bis)”; olviden los votos cambiados a última hora por ‘n’ motivos subalternos; olviden las disquisiciones de los constitucionalistas sobre si se debe hacer así o asá, y respondan esta pregunta: ¿de veras creen que ante una confianza negada y defenestrado a Del Solar, , solita su alma, decidiría al toque cerrar el estando facultado pero no obligado a hacerlo?

Cierro esto sin conocer la votación, pero respondo a la pregunta con un no. Creo que en cualquier caso actual o futuro, Vizcarra no se atrevería a hacerlo sin abrir un último espacio de encuentro con la oposición; un diálogo cara a cara con los que confiaron en que él sucedería a PPK sin buscarles bronca. La armonía la rompieron los dos: él, pechando con el referéndum anticorrupción, y Fuerza Popular junto a los apristas, dando largas a esas urgencias por los motivos más deplorables. Pero, vamos, lo de la reforma política que hoy es el motivo de la cuestión, no ha sido una preocupación esencial de Vizcarra. Lo evidenció cuando sacrificó la bicameralidad por un detalle.

Por más que le digan y él se repita a sí mismo que el contexto es distinto al del 5 de abril de Fujimori, porque aquí hay una herramienta constitucional que da un barniz legal a todo y este Congreso es irredimible, le disgustaría que la Wikipedia de la historia consigne que cerró un poder del Estado. Sí, ya sé, se diría que lo hizo en el marco constitucional y de la lucha contra los corruptos antirreformistas, pero le pesaría en la conciencia haber dialogado poco y pretextado mucho antes de sustentar una cuestión forzada.

Sí creo que le ha pasado por la mente, como un susurro a la vez seductor y tranquilizante, la idea del golpe constitucional contrarrestado con un sacrificio personal: cerrar el Congreso y adelantar las elecciones, para iniciar el 2020 una nueva cuenta quinquenal sin desfase de poderes. El adelanto de elecciones ajenas y propias es un gesto que reconcilia a un presidente con sus fantasmas.

Pero esas serían las disquisiciones de un Vizcarra ante un desenlace que no conozco. Allí recién enfrentaría el dilema de mirar al horizonte o ceder a los impulsos. Ahora el presidente está, como usted y como yo, en el día a día de su chamba, despachando su agenda multisectorial con un ojo puesto en la crisis de la confianza. El horizonte de la historia se nubla en la mira de la política crispada.

¿Hay espacio para el acuerdo entre este gobierno precario y este Congreso de marras? ¿Vale la pena esperar poco más de un año al proceso electoral regular? Sí a la primera y a la segunda pregunta.