Martín Vizcarra
Martín Vizcarra
Fernando Vivas

No me gustó la idea del voto de confianza cuando apareció sobre la mesa de Pedro Pablo Kuczynski (PPK) en la coyuntura de la interpelación al ministro Jaime Saavedra. Era legal y legítimo, pero me parecía una suerte de ‘jausofcards’ criollo al que le faltaban dos condiciones básicas: voluntad política y autoridad moral para pechar con él al Congreso. Yo prefiero agotar la vía de los acuerdos antes de la bronca, y en ese momento, el par de líderes antagónicos ni se habían saludado. Además, PPK tenía otro plan afín a su espíritu mercantil, y lo confesó siendo recién electo: jalarse el voto de congresistas fujimoristas con prebendas en obras.

Recuerdo haber conversado el asunto de la confianza con quienes lo planteaban públicamente, como Rosa María Palacios, y habernos entrampado en estas consideraciones. También lo conversé con una fuente del gobierno de PPK y me confirmó que este sí barajó la confianza y sus posibles escenarios de desenlace, pero que no quería arriesgar la cabeza de su indispensable Fernando Zavala. Finalmente lo hizo, en setiembre del 2017, cuando Zavala ya estaba impelido a irse y el voto de confianza perdió su poder ofensivo para forzar la disolución del Congreso. Fue apenas una escaramuza previa a la vacancia.

Sucedió Martín Vizcarra y reapareció, en la forma del adelanto de elecciones, el mismo afán de disolver al desacreditado Congreso de mayoría fujimorista. Lo que se buscaba era algo así como un 5 de abril caviar.

En los últimos días, desde que explotó el escándalo de los CNM-audios, volvió, ahora sí con todas sus letras, la idea del voto de confianza. No para hacerla sobre el Gabinete, pues Villanueva goza del ‘agreement’ naranja, sino –como la Constitución faculta– sobre una política de Estado que sería la reforma judicial. Vicente Zeballos sustentó ese parecer antes de jurar como ministro de Justicia.

Sin embargo, no pienso como Zeballos. Que no los confunda el título de esta columna. Creo en un voto de confianza, pero no el constitucional pechando al Congreso que, por cierto, no se ha opuesto a una reforma judicial pues esta aún no ha sido planteada. Creo en un voto formulado por el gobierno contra sí mismo y ante la nación, ante nosotros, como testigos y garantes. Que Vizcarra y Villanueva digan que si no logran reformar la justicia, no tienen razones para quedarse, y allí sí estarán dispuestos a adelantar la convocatoria de elecciones.

Ese voto de confianza de Vizcarra y Villanueva en y por sí mismos sería un gesto de político desprendimiento. Y no dejaría de ser pechador: Keiko tendría más razones para pensar dos veces antes de oponerse a la reforma de lo más podrido que tenemos.