"El inadecuado tratamiento de la huelga del Sutep por parte del Ejecutivo impacta en las bases magisteriales y en la opinión pública". (Foto: Anthony Niño de Guzmán/El Comercio)
"El inadecuado tratamiento de la huelga del Sutep por parte del Ejecutivo impacta en las bases magisteriales y en la opinión pública". (Foto: Anthony Niño de Guzmán/El Comercio)
Carlos Meléndez

Imagínese un continuo del uno al diez, donde uno (1) representa la extrema izquierda y diez (10) la extrema derecha. A lo largo de esta escala usted encontrará a políticos, dirigentes sociales y líderes de opinión enarbolando sus posiciones sobre demandas sociales movilizadas; por ejemplo, las del magisterio en . En la extrema izquierda (posición 1) se ubicarán extremistas reivindicadores de Sendero Luminoso –como operadores de Movadef– azuzando posturas irreconciliables con un Estado democrático. Para ellos, cualquier protesta social es una semilla revolucionaria, germen de la toma del poder por la vía armada. En la extrema derecha (posición 10) encontrará a ultraconservadores que pretenden silenciar todo reclamo social –el más mínimo– con represión, inclusive militar. Así, “lucha armada” y “métanles bala” –la primera desde la reivindicación social y la segunda como versión caricaturizada del “monopolio de la violencia estatal”– son polos intolerantes. La posición equidistante (5,5) representa al indiferente. Entre esta posición media y cada extremo se hallan preferencias intermedias que aumentan en intensidad conforme se aproximan a cada polo.

La opinión pública (nacional o regional) se ubica en este continuo. Sus preferencias no son manipuladas por los actores mencionados sino que se forman con el devenir de los hechos, desde la simple acumulación de días de huelga hasta las promesas de diálogo y negociación traicionadas. Al iniciarse una huelga sindical, por ejemplo, puede hipotetizarse una “distribución normal” de preferencias, con una gran mayoría de indiferentes (aglutinados en torno al 5,5) y reducidos grupos que sintonizan con los extremos. En tal escenario (t1), ni el radical prosenderista ni el ultraconservador tienen audiencias significativas.

Inicio de la huelga
Inicio de la huelga

Con el paso del tiempo –60 días de huelga sindical– nos enfrentamos a un escenario (t2) con diferente distribución de preferencias. Así, el inadecuado tratamiento de la huelga del Sutep por parte del Ejecutivo impacta en las bases magisteriales y en la opinión pública. En t2, el público pasa de la indiferencia a tomar posición según su cercanía ideológica o identificación clasista (en este caso, prefiriendo al maestro de escuela pública sobre el tecnócrata sanisidrino). Los sentimientos de solidaridad con la protesta se fortalecen: hoy, el 72% de peruanos considera la huelga magisterial como justa y encomiable (Datum). Los errores de la tecnocracia mueven a la gran masa de maestros y a la opinión pública hacia la izquierda, acercando más individuos al polo “marxista-leninista” (El Comercio dixit). La réplica del extremo facho, que no se hace esperar, cala en un sector minoritario pero activo mediáticamente, generando un pequeño hipo en la distribución hacia la extrema derecha.

Huelga, 60 días después
Huelga, 60 días después

Cuanto más demora la protesta en solucionarse, las posiciones radicales se legitiman, haciendo más difícil el tan mentado diálogo. La ineficiencia del tecnócrata avala, ante grandes sectores de la población, al radical de izquierda y la equivocada percepción de que la gran mayoría de maestros son dominados por “terrucos”. Los extremos, posiciones radicales, siempre van a existir; lo deseable es que no tengan eco.