(Foto: Reuters)
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Pedro Tenorio

Pronto sabremos si el presidente tiene madera de estadista o es solo un hábil lector de la coyuntura con muy buenos reflejos para las encuestas. La diferencia es fundamental para saber si podremos alcanzar el clima de estabilidad política que el país necesita –y que le es ajeno desde julio del 2016– o si nos seguiremos desgastando en una absurda pugna entre Gobierno y oposición. Dependerá de cómo maneje Vizcarra el actual momento político.

Así, ¿le conviene aplastar a la más que golpeada oposición fujimorista, desoyendo su invitación al diálogo o condicionándolo a la salida del fiscal de la Nación, como hizo ayer el primer ministro César Villanueva? Soy de los que piensan que no. Primero porque el keikismo todavía cuenta con una mayoría en el Congreso y ello, como sabemos, puede complicar el trabajo en ministerios y otros estamentos claves para la buena marcha del Ejecutivo. Segundo, porque la aprobación fujimorista toca hoy su nivel más bajo desde el 2000, sin visos de un liderazgo alternativo a (pero con su visto bueno) capaz de revertir dicha tendencia. Y ante este vacío o debilidad fujimorista, ¿quién o quiénes ocuparían ese espacio opositor, desafiante a Vizcarra y compañía? Como van las cosas, el Gobierno ganaría muy poco exprimiendo la naranja y alentando, incluso sin buscarlo, nuevos protagonismos antisistema.

En el camino hay una agenda-país que el (a destiempo, sí, porque debió proponerla mucho antes) está dispuesto a coordinar con el Gobierno. Vizcarra debería priorizar este llamado, pero le da largas creyendo que así debilita más a Keiko y sus voceros. Sin embargo, ¿qué importa más: destrabar decisiones que podrían impactar en la vida de millones o regodearse en las encuestas? Lo peor que le podría ocurrir al mandatario es sucumbir a la soberbia, tal como sucedió con Keiko, quien luego de su derrota electoral hizo suyo el consejo revanchista que varios de sus colaboradores –ahora procesados a su lado– alentaron.

Ojo, no se trata de lanzarle un salvavidas al fujimorismo, sino de convertir en una fortaleza propia la debilidad del adversario, mientras se gobierna en serio. Los procesos de Keiko tienen para rato. Y mientras ella intenta recuperar terreno –una pretensión bastante complicada, dadas las poderosas imágenes que vemos en estos días–, Vizcarra debería avanzar en una gestión cuyas carencias sectoriales y pobre ejecución presupuestal pasan hoy desapercibidas. Pronto los cuestionamientos volverán sobre él, por eso es importante que decida hasta dónde está dispuesto a llegar como jefe de Estado. Y cuanto antes, mejor.