(Ilustración: Giovanni Tazza).
(Ilustración: Giovanni Tazza).
Mario Ghibellini

El asunto político de mayor interés durante esta semana ha sido sin duda la elección de la nueva Mesa Directiva del y los eventos enigmáticos que la rodearon. ¿Cómo así, por ejemplo, terminó la lista que encabezaba y tenía cerca de 60 votos comprometidos recibiendo solo 56, mientras que la liderada por acabó obteniendo 69 (esto es, cinco o seis más de lo que se le calculaba a partir de la cantidad de legisladores con los que cuenta )? Mysterium tremendum.

Cabe suponer que algunos congresistas independientes o de otras bancadas manifestaron finalmente un corazón naranja (que olvidaron mencionar dos años atrás, cuando postulaban a una curul dentro de otras plataformas políticas) y favorecieron así la elección de Salaverry, ya fuese votando directamente por él o haciéndolo en blanco o de forma viciada. Saber, sin embargo, quiénes fueron estos ‘tangelos’, con más de tubérculo que de fruta (por lo subterráneos), resulta prácticamente imposible, por lo que en esta oportunidad, en medio del apuro, nos hemos visto obligados a dedicar esta pequeña columna a una materia distinta a la habitual.

—Hijos predilectos—

Así, se nos ha ocurrido platicar hoy, a partir de algunos casos tomados de la rica geografía de nuestro país, sobre ciertas particularidades de la toponimia, disciplina curiosa en la que se cruzan la lingüística y la historia para rastrear el origen de los nombres de regiones y comarcas.

Ahí tenemos, por ejemplo, la hermosa tierra de Huánuco, cuyo nombre deriva, al parecer, de la voz quechua ‘guanu’. Contaba en sus crónicas el mercedario Fray Martín de la Morúa que la coya del inca Huayna Cápac, que estaba de paso en una ocasión por esa provincia del imperio, vio a unos lugareños que sembraban sus parcelas sin abonarlas y les regaló un saco de guano, fertilizando para siempre la zona. Otros afirman, en cambio, que la denominación tiene que ver más bien con el grito (más o menos reproducible con la onomatopeya ‘huauco’) de unas aves que abundaban en esas pampas; pero vaya uno a saber… En cualquier caso, conviene recordar que la capital de la región es conocida también como la ‘Ciudad de los Caballeros’ (con algunas excepciones) y que uno de sus hijos predilectos es el actual congresista no agrupado Julio Rosas.

En el caso de Tacna, por otra parte, todo indica que el nombre proviene más bien de una expresión aymara. A saber, ‘taccana’ o ‘takana’, que unos traducen como ‘ladera con andenes’ y otros, como ‘yo golpeo’, en probable alusión, nuevamente, a las tareas agrícolas. Como se sabe, después de la guerra con Chile, Tacna fue conocida también como la Ciudad Heroica, atributo que no necesariamente se ha hecho extensivo a todos sus retoños. Entre sus actuales representantes en el Congreso, eso sí, destaca el solitario legislador Jorge Castro.

A veces, no obstante, las regiones ostentan un nombre de resonancias nítidamente castellanas. Tal es el caso de La Libertad, que fue bautizada así hace casi dos siglos, en plena gesta independentista: un espíritu al que rinde honores el parlamentario del Apra Elías Rodríguez, que no por ser secretario general de ese partido se deja ganar por la fácil tentación de la disciplina.

No podemos terminar este breve periplo toponímico, por supuesto, sin recalar en Lima, lo que nos lleva de regreso al quechua. Obtiene, en efecto, su nombre la populosa capital de la patria de una variación dialectal del vocablo ‘rimaq’, que en el ‘runa simi’ quiere decir ‘el que habla’: una alusión, como han explicado Garcilaso y Rodolfo Cerrón Palomino, a un ídolo preínca que respondía preguntas a manera de oráculo desde una huaca ubicada en el actual Cercado. Hoy, en cambio, quienes hablan en nombre de nuestra metrópoli se encuentran en el Parlamento; y entre sus voces se distingue siempre la del emancipado congresista Pedro Olaechea.

El Perú, como se ve, es fuente de inagotables sorpresas.