(Ilustración: Mónica González).
(Ilustración: Mónica González).
Mario Ghibellini

La congresista , de las convulsas filas de , ha hecho noticia en estos días a raíz de su proyecto de ley para excluir “la ideología de género de las políticas públicas dirigidas a niños y adolescentes”. A lo largo de la semana que termina, la iniciativa fue objeto de controversia y mofa porque, entre los efectos negativos de la supuesta “imposición del enfoque de género” en las políticas públicas, menciona el cáncer y el sida. Una tesis, sin duda, novedosa.

El escarnio en cualquier caso fue tal que, a pesar de haber avalado el proyecto inicialmente, el vocero de la bancada fujimorista, , salió a pedirle a la congresista Arimborgo que lo retirase y a precisar, de paso, que ellos no son una agrupación medieval. Una aclaración desde luego innecesaria, pues todos sabemos que en la tienda naranja hace tiempo que abrazaron el espíritu de la Contrarreforma.

—I shall return—

Como era previsible, la vapuleada parlamentaria terminó anunciando el retiro de su iniciativa, pero sin conceder completamente la derrota. “Si retiro mi proyecto es para reformularlo”, proclamó. Y algunos han creído detectar un homenaje al general MacArthur en sus palabras.

De hecho, quienes han seguido la performance política de la señora Arimborgo advierten que su animadversión hacia el ‘enfoque de género’ es de vieja data y origen religioso y que, por lo tanto, es poco probable que su repliegue sea definitivo.

En anticipación del contraataque en ciernes, entonces, en esta pequeña columna decidimos escudriñar el texto de la propuesta original en busca de elementos que arrojasen luces sobre ese prolongado conflicto y nos dimos con una sorpresa: el pleito de la legisladora no es solamente con el género… Se extiende, en realidad, al número, la persona y cuanto accidente gramatical requiera atención a la hora de construir una oración bien estructurada.

A fin de ilustrar el problema, invitamos a los lectores más intrépidos a internarse en los dédalos del siguiente párrafo, extraído de la mal llamada ‘exposición de motivos’ –porque no se encuentra en esas líneas ni exposición ni motivos– del proyecto. Lo que va en letras cursivas, por si acaso, es el texto mismo de la congresista, mientras que los comentarios encerrados entre corchetes son nuestros e intentan poner en relieve los enigmas que plantea el escrito.

Actualmente, la imposición del enfoque de género en las políticas públicas que contiene [¿Que contiene qué o quién? ¿Qué vendría a ser, además, lo contenido?] o este influenciada por la ideología de género [¿Es “este” una referencia al punto cardinal o un verbo a pesar de la falta de tilde? Y de ser así, ¿cuál sería el sustantivo femenino al que alude el participio “influenciada”?] en todo el orbe mundial [Se agradece la precisión], basada en conceptos que no tienen ninguna base científica [Basada en conceptos sin base: audaz juego de palabras] y se oponen a la explicación científica de la sexualidad y comportamiento humano vinculado a ésta [¿Sugiere en este caso la tilde un matiz procaz?] ha ocasionado grave daño a la niñez y juventud induciéndoles a tener disforia de la identidad sexual [Crux desperationis], con efectos de alta tasa de suicidio infantil y juvenil, problemas psiquiátricos y psicológicos, enfermedades de transmisión sexual, cambios indeseados de sexo biológico [Doble crux desperationis], entre otras efectos negativos [atribución, acaso irónica, del adjetivo femenino “otras” al sustantivo masculino “efectos”] como el sida y cáncer […]”.

Si ha llegado usted hasta este punto en la lectura, le vamos a conceder una pausa para que se procure una pastilla para la jaqueca.

—La escritura del grado cero—

Muy bien. Continuemos entonces. ¿Qué puede haber pretendido la congresista Arimborgo al ofrecernos semejante galimatías? ¿Hacernos conocer de alguna manera la naturaleza inefable de la experiencia mística? ¿Debemos asumir que hay en sus elucubraciones “un no sé qué que quedan balbuciendo”? Difícilmente.

En realidad, es probable que se trate de nuestra prosista más hermética desde los tiempos de Juan de Espinosa Medrano, pero no por obediencia a algún postulado estético, sino porque la concordancia le es esquiva.

No estamos, pues, ante ‘el grado cero de la escritura’ del que hablaba Roland Barthes, sino ante la penosa escritura del grado cero. Y, de entre todas las cosas que pueden indignar en el desempeño de un miembro de la representación nacional, esta es una de las que debería encabezar la lista.

La señora tiene derecho a pensar como le parezca y a representar a quienes piensan como ella, pues fue con sus votos que llegó al Parlamento. Tiene derecho también a presentar los proyectos que considere convenientes (ya la exposición pública de las ideas involucradas definirá la suerte que cada iniciativa corra, como ha sucedido en este caso) y a pelear por ellos hasta después de haber perdido la votación.

A lo que, en cambio, no tiene derecho es a postularse como legisladora cuando no puede formular legislación susceptible de ser descifrada por el prójimo; o cuando, pudiéndolo, no se toma el trabajo de hacerlo. ¿Es realmente ese aniego de palabras sin concierto lo mejor que puede producir una parlamentaria en la tranquilidad de su despacho y con la asistencia de sus asesores, o alguien nos está tomando el pelo?

Mención aparte, por cierto, merece la bancada que avala un proyecto como este, sin siquiera pedirle a la proponente que lo pase primero en limpio. Por una cuestión de vergüenza debería resistirse a que un documento de esas características lleve su sello de conformidad.

Pero, claro, si no se le pueden pedir peras al olmo, menos todavía al naranjo.