(Ilustración: Víctor Aguilar/ El Comercio)
(Ilustración: Víctor Aguilar/ El Comercio)
Fernando Vivas

Este perfil es parte del Especial de El Comercio sobre el arresto al exmandatario .


Escándalos y destapes jalonan el paso torcido de Toledo por el poder. Repasaré su biografía, citando alguno pasajes de mi libro “Mis monstruos favoritos” (Aguilar, 2018). Toledo (Cabana, Áncash, 28 de marzo de 1946) quiso hacer gestión pública, con ambición política, desde que volvió al Perú a fines de los 70, con una maestría en economía de la educación, de Stanford. Se enroló en el Ministerio de Trabajo, al mando del célebre Alfonso Grados Bertorini. Tenía simpatías por Belaunde, a quien más tarde pilló de referente:

Aunque en su prematura autobiografía, “Las cartas sobre la mesa” (1995), cuenta que el primer gobierno aprista lo tentó con ofertas de trabajo, apenas participó en el directorio de un banco público. Durante el primer gobierno de Fujimori, apareció de vez en cuando en TV como comentarista de la economía. Y así llegó a su modesta candidatura en 1995, que le valió 5 congresistas que lo abandonaron mientras se refugiaba en sus clases de ESAN. En 1996 estuvo entre los primeros rehenes liberados por los terroristas que asaltaron la residencia del embajador japonés. Luego vino la reconciliación con Eliane Karp y una nueva campaña, que empezó sin tinte opositor, hasta que cobró cuerpo y no le quedó más remedio ni mejor receta que confrontar a Fujimori. Las dudas empezaron muy temprano, aunque la mayoría del país prefirió comérselas.

“Entre la primera y la segunda vuelta del 2000, cuando ya el régimen de Alberto Fujimori estaba bajo cuidados intensivos con vigilancia de la OEA y coalición resistente, a muchos nos sorprendió demasiado que Toledo no cancelara su participación en la segunda vuelta [...] En el peor de los casos, estaba comprometido en un esquema corrupto con el propio Montesinos (…). En el mejor de los casos, estaba amenazado” (pág. 144).

Enfrentar a Fujimori, cualquiera que fuera su relación con Montesinos, fue un juego peligroso supeditado a la ambición política y, hoy podemos sospecharlo, al apetito por los beneficios del poder. “Alejandro estableció otro juego peligroso, esta vez de contabilidad. El aporte de Soros, que él mismo y sus voceros admitieron fue el principal soporte financiero de la campaña, fue parcialmente desviado a cuentas en Estados Unidos manejadas por su sobrino Jorge ‘Coqui’ Toledo Velásquez” (pág. 145). De vuelta a la democracia, tras la transición paniaguista, Toledo no podía perder: “Hizo click con el electorado porque tenía una historia que no podía perder en el mercado de los cuentos nacionales. Era imposible que no le ganase al cuento de Alan García redivivo aunque nunca redimido, que, además, peroraba para una plazuela inexistente. Alejandro improvisó un lenguaje con sentencias populares, frases hechas y jerga que se apropió para siempre, pronunciándola como si la acabara de inventar en los mitines concebidos para la campaña y para la tele. Cuando se agarraba el mentón y decía ‘este cachaaaarro’, su representatividad llegaba al paroxismo. No podía perder como no pudo perder Benito Juárez en el México decimonónico y ese referente lo invoca a cada rato […] Para Toledo no podía dejar de tener sentido la frase ‘soy un milagro de la educación’ o ‘soy un error de la estadística’, en un país que había esperado medio milenio para reivindicar a su raza mayoritaria (pág. 114)”.

Una vez en Palacio, Toledo no fue ni chicha ni limonada, pues había pactado con extremos de izquierda y derecha. Incluso llevaba conservadores católicos en su equipo, como Luis Solari. No se ‘fajó’ por una promesa u otra, sino que demostró que lo suyo era, antes que una “cuarta vía al desarrollo”, para citar lo que le escribieron unos ayayeros, el disfrute de lo ganado, puro hedonismo político.

Una vez que estalló el escándalo de Ecoteva en el 2012, las apariciones de Alejandro y su quinta postulación en el 2016 se supeditaran a una estrategia defensiva. En el 2016, en su última campaña, Toledo y Eliane no apostaban por Palacio, ya estaban armando la coartada de la persecución política, de la misma especie de la que sus abogados estadounidenses intentarán defenderlo el viernes ante el juez de California, Thomas Hixson, que verá su suerte en una audiencia del viernes. Te esperamos, Alejandro.