“Vizcarra acertó en volver eje central la lucha contra la corrupción”. (Foto: Anthony Niño de Guzmán/El Comercio)
“Vizcarra acertó en volver eje central la lucha contra la corrupción”. (Foto: Anthony Niño de Guzmán/El Comercio)
Erick Sablich Carpio

Es muy pronto para saber si la renuncia de Pedro Pablo Kuczynski a la Presidencia de la República supondrá el fin del exacerbado ambiente de crispación política que nos acompaña desde la segunda vuelta electoral del 2016. Uno del que ciertamente el ex mandatario no es el único responsable (tal vez ni siquiera el principal), pero al cual contribuyó notablemente con indefiniciones, torpezas y mentiras que en estos momentos no vale la pena reiterar. Uno que acabó ni más ni menos que con una presidencia interrumpida.

El flamante presidente no enfrenta circunstancias más favorables que su antecesor en cuanto a balance de poderes. La mayoría parlamentaria sigue perteneciendo a Fuerza Popular y sus habituales aliados en el Apra, Frente Amplio y Acción Popular. La bancada oficialista está más desgastada que nunca y, por la manera en la que quería forzar su renuncia a la vicepresidencia, no parece guardarle especial lealtad. La otra facción de la izquierda parlamentaria no se va a volver una fuerza política constructiva; para ello basta escuchar las últimas declaraciones de su ex candidata presidencial atizando la convocatoria a nuevas elecciones. Y los ‘avengers’ que daban algo de sostén a Kuczynski están más cerca del desafuero que de sumar héroes ficticios a sus filas.

Vizcarra tampoco encuentra una economía en buena marcha y tendrá que lidiar con una reconstrucción que necesita cambios urgentes.

Con todas estas dificultades, no obstante, la de ayer fue una jornada que –pasado el absurdo episodio de la traición a la patria y amenaza de retiro de renuncia presidencial– deja un espacio para el optimismo moderado. Ello, tanto por los aciertos del conciso mensaje a la nación como por la actitud de la oposición con ocasión de la asunción de mando.

En el año Lava Jato y con una presidencia fulminada por sus aristas, Vizcarra acertó en volver eje central de su discurso la lucha contra la corrupción. También en hacer explícita la necesidad de acabar con el clima de confrontación imperante, exhortando a que “ningún poder avasalle los derechos del otro”, en obvia alusión a los excesos y abusos del Congreso con los ministros de Kuczynski (él incluido). Asimismo, fue un gesto inteligente anunciar que el nuevo Gabinete ministerial será completamente nuevo, así como enmarcar sus lineamientos en un “pacto social” con miras al bicentenario, lo que podría abrirle espacios para encontrar una agenda mínima de entendimiento con los distintos partidos.

Pero tal vez el acierto principal del mensaje de Vizcarra es haber subrayado (como jamás hizo Kuczynski) que la responsabilidad para salir de la crisis es conjunta. Para ello no bastarán muestras de civilidad básica como aplaudir a un presidente cuando toma juramento o desearle éxitos a una nueva gestión (como correctamente ha hecho esta vez Keiko Fujimori). Para ello se requerirán muestras de madurez política a la fecha poco características de la mayoría parlamentaria, lo que supone el entendimiento elemental de que en las urnas la ciudadanía los sancionará drásticamente si continúan con el actual libreto destructivo.