Cómo empezar de cero pero pensando en grande, por Luciana Olivares. (Ilustración: Nadia Santos)
Cómo empezar de cero pero pensando en grande, por Luciana Olivares. (Ilustración: Nadia Santos)
Luciana Olivares

No es fácil comenzar una carrera. Puedes sentirte frío, torpe, inexperto, un total cero a la izquierda, abrumado por todo ese camino imponente que sabes que tendrás que recorrer para llegar a la meta. También sabes que no eres el único que estará compitiendo. Habrá otras personas con tu mismo objetivo, menos o más preparadas. Si algo aprendí en mi etapa de corredora amateur, es que lo más importante es concentrarte en ti mismo, en conocer tus tiempos, tus ritmos, no perder aire innecesariamente motivado por estímulos externos y, sobre todo, a pensar en grande.

Y si bien todo lo que describo parecería el proceso de preparación para correr 10 kilómetros o una maratón, en realidad me estoy refiriendo a esa otra maratón que representa hacerte paso en la vida profesional. A diferencia de las carreras que corres con zapatillas, esta nunca acaba porque parte de mantenerte vigente es estar siempre moviéndote. Al igual que frente a una maratón de 42 kilómetros, necesitas comenzar por pensar en grande.

Mi primer trabajo fue en una agencia de publicidad. Como la mayoría de recién egresados, no tenía experiencia ni una carpeta que enseñar. Pero decidí que para mostrar mi talento no iba a esperar a tener una cuenta real: plantearía qué campaña les habría recomendado a las marcas más importantes del mundo. Me presenté a la entrevista con el director creativo de la agencia y le enseñé mi ‘carpeta’: “Todavía no trabajo para ninguna de las marcas aquí señaladas, pero esa no es una limitación para que sepas lo que podría ser capaz de hacer”.

Me miró y dijo: “Tus guiones son terribles, muy malos, pero eres una atrevida y eso me gusta; comienzas mañana en la cuenta del banco que llevamos”. Obviamente, me dieron el peor de los trabajos, según todos los creativos: hacer cartas de venta de tarjetas o cartas de respuesta para los clientes que se quejaban. Claro, no tenía el glamour de hacer un comercial de televisión, pero para mí era como si hiciera el trabajo más importante de todos. Me imaginaba que ese papel blanco con la fecha al costado, en el fondo era como la carta de amor que le mandas a tu novio o novia, en la que te afanas para que suspire con cada palabra o se ría, dependiendo el caso.

Desarrollé un estilo propio y fue aparentemente tan notorio que el cliente pidió conocer a aquella persona que escribía las cartas para sus clientes. Me llevaron, cual cordero en ofrenda, a la reunión. Recuerdo que el gerente me dijo que nunca había visto tanta pasión en una pieza de publicidad y que quería que trabajara con él.

Estaba frente al cliente más complicado de la agencia y me estaba ofreciendo trabajo. Yo respondí de nuevo con esa cara de seguridad que había practicado cuando enseñé mi carpeta, y le dije que teníamos un problema: que yo ganaba mucho y que creía que difícilmente él podía pagarme. El me miró divertido –aquella chibola atrevida era la practicante– y me preguntó la cifra. Yo pensé rápidamente en la más alta que mi mente podía imaginar. La solté con mirada de palo y él, sonriente, celebrando mi osada negociación, me ofreció 50% más y me dio la mano. Me temblaban las piernas cuando salí, todo el cuerpo en realidad, pero aprendí lo importante que es darte tú el valor y no esperar a que otros hagan la tasación de lo que vales.

El tiempo pasó y corrí una carrera de 22 años en el mundo corporativo, sin pensar demasiado en ese primer momento en el que tuve que comenzar de cero y ponerme las zapatillas para enfrentar el asfalto por primera vez. Estaba acostumbrada a llevar un ritmo que conocía, y si bien todo kilómetro tiene sus complejidades, podría decir que me conocía la ruta. Hasta que decidí dejar mi modo Forrest Gump y comenzar desde cero una nueva maratón, ya desde el mundo del emprendimiento. Y si bien era una decisión que me hacía ilusión, las piernas otra vez me temblaban porque me iba a enfrentar a una ruta totalmente desconocida y en la que mis zapatillas de toda la vida, o tacos mejor dicho, no necesariamente me iban a servir. Así que me puse unas nuevas, ligeras pero resistentes.

Recordé mis cartas, ese elemento publicitario tan simple que gatilló el éxito en mi carrera y pensé en qué podía comenzar haciendo para iniciar esta nueva etapa, ya con mi propia agencia. Decidí hacer terapias de marca, cual psicólogo y diván, pero esta vez para curar marcas de emprendedores que no podían acceder a una agencia de publicidad. Ha pasado un año de eso y hoy no solo se siguen sentando emprendedores en nuestro recién estrenado directorio, sino muchas de las marcas más importantes del país. Ahora corro una carrera diaria con mi camiseta de empresaria, teniendo claro que, cuando comienzas de cero, depende de ti poner ese cero a la izquierda o a la derecha. //

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