(Foto: Archivo)
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Mario Fernández

Yo no madrugué para verlas: yo estuve en Seúl con ellas y vi lo que nunca en años de periodista. Un equipo peruano sólido, fiable, en su pico de rendimiento, mejorando en el 88 la versión que en el 82 ya había sido segunda en el mundo. Claro, hubo adhesiones y mejoras en el rendimiento. El arranque del 2-0 hizo soñar y el 2-3 posterior nos despertó de golpe. Ni siquiera los largos brazos de Gaby Pérez del Solar bastaron para tocar el cielo de la gloria esa tarde en el coliseo de Hanyang. Menos la rabia con que Cecilia Tait con su zurda rompía los bloqueos de Irina Smirnova y Valentina Ogienko; la manera como Denisse Fajardo, Rosa García y Natalia Málaga armonizaban tal juego que el accionar de las soviéticas resultaba empequeñecido a extremos que no parecía una final olímpica. Pero luego lo fue. Gina Torrealva, la sexta jugadora, falló en el saque decisivo y todo se acabó. Pena inmensa porque ni todo el rescate del oro de Atahualpa hubiera servido para premiarlas.

Una vez Menotti le pidió una comparación a Adolfo Pedernera entre el fútbol de ayer y el de hoy. Pedernera le respondió: “Lo que veo hoy ya lo vi antes y lo que veía antes no lo veo hoy”. Yo, ese vóley peruano brillante del 88, no lo volví a apreciar más.

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