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Hinchas
Carlos Meléndez

No todos somos iguales bajo los rayos que irradia el deporte rey. La pasión por el fútbol no es ajena a características nativas de quienes llevan camisetas de sus respectivos colores patrios. Las hinchadas nacionales también proyectan sus temperamentos y portan inadvertidamente la memoria histórica de sus pueblos, más allá del registro de triunfos y derrotas. 

La popularidad del fútbol le da tal visibilización pública que le permite ser el pararrayos de nuestros reflejos nacionalistas (por eso le quita el sueño a los políticos). Así, las selecciones de fútbol se convierten en grupos de referencia de identidades nacionales y sus seguidores actúan movidos por un sentido de pertenencia a comunidades imaginadas, cuajadas por los logros y frustraciones peloteras. Las hinchadas gozan y sufren de acuerdo con los usos y las costumbres adquiridos en sus suelos. Vivimos el fútbol como nuestras identidades colectivas mandan. 

América Latina vs. Europa
A las raíces culturales se suman factores más circunstanciales –como la geografía–, que terminaron por moldear las hinchadas en Rusia. Por ejemplo, mientras que para los latinoamericanos el viaje transatlántico involucraba toda una planificación e inversión de meses, para los europeos alentar a los suyos podía ser cuestión de un fin de semana o dos días de asueto. Así, mientras que para los del Nuevo Mundo la pasión por seguir a sus selecciones se convirtió en una aventura hacia estepas desconocidas, para los del Viejo Continente se ha tratado de un ‘toco y me voy’. No casualmente los latinos vivimos un ‘Mundial’; los europeos, una fecha más de la Champions.

Cómo no te voy a querer
Por más de siete días he recorrido Moscú, San Petersburgo y Saransk y he visto a hinchas de todas las nacionalidades pasar. He sido testigo de los rusos descubriendo el fútbol en el 5 a 0 a Arabia Saudita, como si fuera aquella tarde remota en la que Aureliano Buendía conociera el hielo. Puedo dar fe de cómo Chile une a los latinoamericanos como si fuera un ‘anti’ en segunda vuelta. De que los peruanos nunca tomamos la Plaza Roja, sino una planicie a la espalda del Kremlin (¿o usted realmente pensó que Putin iba a dejar que turistas sudamericanos ofendan con una pichanga el santuario de Lenin?). Sin ningún ánimo científico, y con la subjetividad de haber pasado la noche de la derrota contra Dinamarca con 25 peruanos anónimos en unos camarotes de hostal de backpackers, ensayo un álbum Panini con la figurita que faltaba en cada selección: la del jugador número 12.

Los argentinos
El hincha argentino es un militante de su selección. Es un peronista del fútbol, entregado en razón y corazón a la promesa de una nueva copa mundial. Recorren las calles de Moscú en cuadrillas organizadas al centímetro. No dejan nada al azar: ni los cánticos ni la indumentaria. En una sociedad de producción industrial de ídolos, Maradona, Messi y la albiceleste constituyen la santísima trinidad del balón. 

Los brasileños
Para el hincha brasileño, la vida es un carnaval. Han asistido a todos los mundiales y han ganado cinco de ellos. ¿A dónde va a parar tanta felicidad con ese récord? Parejas de novios, familias de vacaciones, adolescentes en plan relajo, visten la verdeamarela y sonríen ante las cámaras en cualquier esquina rusa. Portan en sus equipajes la fiesta del fútbol, aun cuando hayan sido eliminados en cuartos de final. 

Los mexicanos
Luego de quedarse en octavos por séptima vez consecutiva, los seguidores del Tri han sabido convertir la derrota sistemática en una juerga del desmadre. La maldición del quinto partido se digiere con un buen tequila. Han aprendido que el Mundial no se trata solo de fútbol, sino de que la banda la pase bien; se trata de imaginar cosas ‘chingonas’, como diría el ‘Chicharito’. Lección para los peruanos que quieran regresar a un Mundial: canta y no llores. 

Los uruguayos
El termo de mate en el brazo les otorga cierta capacidad reflexiva e introspección extraña para apasionados del fútbol. Los hinchas uruguayos suelen ser muy reservados con sus pronósticos y parten de la premisa científica de que ningún partido está ganado de antemano y hay que esperar el pitazo final. Por lo mismo, detestan el ‘ole’ a un adversario. País pequeño al fin y al cabo, hace que la posibilidad de conocer (o tener un amigo/familiar que conozca) a un jugador de la selección sea alta. Eso hace que la identificación con la celeste sea más íntima. En conclusión, una hinchada laica y participativa. 

Los peruanos
El hincha peruano aún transita la edad de la inocencia. Décadas de ausencia de justas mundialistas lo han convertido en un alma pura de optimismo. Todos llevamos dentro un ‘Pecoso’ Ramírez, una estampilla del Señor de los Milagros y una calculadora. Nuestra ingenuidad nos vuelve carismáticos; nuestras derrotas despiertan solidaridad. Estaremos siempre más cerca de la victoria moral que de la futbolística.

Los rusos
El hincha ruso vive un shock cultural. Ver por sus ciudades hordas de fanáticos del balón les supone un ejercicio de aprendizaje. La pelota globaliza; el grito de gol hermana. Se ha creado una nueva camaradería: los tovarich del fútbol. Solo faltaban los goles de Dzyuba y Cheryshev para demostrar que también pueden ser potencia en estas canchas. La eliminación no mermó su sentido de superioridad. Recuerden que Moscú no cree en lágrimas. 

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