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Carlos Kukín Flores
Miguel Villegas

El 9 de enero del 2002 una nota de cinco líneas ocupó una de las esquinas destinadas al rubro provincias del suplemento Deporte Total de El Comercio. El titular era tan impersonal como misterioso: “Un argentino dirigirá Aurich”. No había mayor información ni reseña biográfica ni pasado exitoso. No podía haberla. En la era pre Twitter, su nombre no aparecía ni en Google. De los cuatro técnicos de ese país que arrancaban dirigiendo en el torneo Apertura –Cappa, Coleoni, Biasutto y él–, Jorge Luis Sampaoli era el único que no había dirigido nunca a un equipo profesional. Este era su estreno. Contarlo así es fácil, después de dos Copas América, un Mundial con Chile y su primer partido dirigido como técnico de Argentina. Como jefe de Messi. En todas las primeras veces, hay una historia detrás.

–No me preguntes cómo se llama pero va a poner orden en tu equipo.

Pegado al teléfono, Martín Salazar escucha lo que le dicen como quién espera una frase que lo tranquilice. Es el verano del 2002 y recuerda sin problemas cómo inició la historia Sampaoli-Aurich. La voz al otro lado de la línea es de Guillermo Cuéllar, agente de futbolistas, quien será el último nexo de una cadena que empieza en Rosario, pasa por Casilda, llega al Callao y finalmente se cierra en Chiclayo. La apuesta es misteriosa pero necesaria: no hay mucho dinero en el club que preside su papá, Juan José Salazar, y convive un plantel al que le urge disciplina militar, más que unos simples ejercicios. Martín cumplirá una función clave en esta primera etapa de Sampaoli entrenador. Tenía 30 años, vivía en Chiclayo y todavía no era padre de familia. Tuvo que multiplicarse, ser un mil oficios: fue el chofer que recogió a Sampaoli para llevarlo a su primer cuarto cerca a la playa de Pimentel, el jefe de equipo que le presentó a los jugadores y el gerente deportivo que ultimó los refuerzos. Un día tuvo que sacar carnet de cancha en la Asociación Deportiva de Fútbol Profesional (ADFP) para acompañar en el banco al hombre de Casilda. Otro, el organizador de los almuerzos de camaradería. Y uno más, el confidente de Carlos ‘Kukín’ Flores, la estrella del equipo, pero el jugador peruano más problemático (y talentoso) de los últimos 30 años.

El 3 de febrero, un mes después de su llegada al Perú, Sampaoli ordenó este once después de dos semanas de correr por las playas de Pimentel, en Chiclayo. Luego de trabajar a doble turno en el colegio Los Algarrobos y después de bosquejar su once en el césped prehistórico del estadio Elías Aguirre. Fue este: Fisher Guevara; Duber Zapata, Carlos Lugo, Walter Rojas, Diego Palma; José Carpio, César Sánchez, Luis Guevara Tinoco, Sergio Ubillús; ‘Kukín’ Flores y Aldo Mora. Es el primero que alineó como entrenador de Primera División, en ese amistoso con Coopsol, un club trujillano que hoy juega Segunda División. De este equipo, solo el arquero Fisher Guevara tuvo vigencia en el campeonato local en años posteriores: el 2014 atajó en Alianza Lima. Carlos Lugo, el paraguayo, saldría campeón de la Copa Sudamericana al año siguiente con el Cienciano del Cusco. El ‘Flaco’ César Sánchez es un ídolo chiclayano del que casi no se tienen rastros. Y Carlos Flores, ‘Kukín’, se retiró.

El porteño fue clave para Sampaoli. Fue él quien le enseñó a Sampaoli que el fútbol peruano produce futbolistas y pisteros, y casi nunca los cuida.

El volante zurdo fue su primer caso de estudio. En ese Aurich 2002, ‘Kukín’ reunía todos los males de un país empobrecido fuera y dentro de la cancha. Un país que no clasifica a los Mundiales hace 32 años y seguía creyendo que el fútbol es solo talento y gambeta, no disciplina ni rigor. Flores pasó los últimos años como deportista protagonista de la crónica roja y era, digamos, un líder espiritual discutible. Fue el primer futbolista problema al que tuvo que enfrentar el argentino. Martín Salazar escribe por el WhatsApp sin prisa cuando alguien le pregunta sobre este tema. Está en una reunión de trabajo pero el tema Sampaoli y ‘Kukin’ Flores lo conmueve. Más hoy que el zurdo perdió la vida producto de un paro cardíaco. 

–¿Sabes qué me dijo Jorge cuando le conté la historia de ‘Kukín’?, cuenta Salazar. “Martín –me llamó–: Aquí se les paga un sueldo a los jugadores por entrenar ocho horas, ¿no? Bueno, entonces, tienen que trabajar ocho horas. ¿Por qué vamos a hacer distinciones?”.
–¿Y qué le dijiste?
–Me reí un poco. Después de todo lo que había visto yo creía que era imposible convencer a ‘Kukín’. ¿Pero sabes qué pasó? Él fue el primero que reclamó cuando Sampaoli tuvo que irse.

En la pretemporada ocurrió algo que terminó por presentar a Carlos Flores como un líder delante de Sampaoli. Ese verano, Aurich se preparó para el campeonato Apertura como si se acabara el mundo: goleó a Coopsol (5-0), perdió con Boys (1-2) y empató con Cristal (2-2) y Olimpia de Piura (0-0). Para el partido en el Callao, el viaje fue por tierra. Ocho horas. En Chimbote, en plena Panamericana Norte, se encontraron con una huelga. ¿Qué necesitaban? Un líder –o lo que eso signifique-. "Yo me bajo y hablo con ellos para que nos dejen pasar", dijo Kukín, levantándose de su asiento. Sampaoli miraba, con el escepticismo del que necesita de la ciencia para explicar un fenómeno paranormal. Con la cara del que está viendo un marciano.

–Pero si los convenzo –dijo–, ¿me da una licencia para descansar un par de días, Jorge?

Y se echó a reír.

LA PALABRA DE KUKÍN

Kukín Flores ingresa al restaurante de comida chiclayana que el crítico más leído del Perú Ignacio Medina ha hecho célebre. En el Perú los llamamos huarikes. Lo saluda Walter, el dueño de “Al sazón de Walter”, en el centro de Lima. Acepta una foto. Cojea: una herencia del fútbol y de su vida en los últimos años, al límite. La última vez que fue noticia se había caído desde un quinto piso en el Callao. Es el verano del 2016 y rodeado de unos periodistas, el volante más influyente de ese Juan Aurich 2002 no disimula nunca su buen humor. Y aunque tiene cientos de temas por tocar, siempre responde con cortesía cuando le preguntan por Sampaoli. “Me parecía increíble que sea entrenador por su estatura y contextura. En la noche nos hacía ver videos, y la verdad es que nos tenía hartos. Ya no lo aguantábamos, en serio. Pero de que sabía, sabía. En el Boys, lo que hicimos fue increíble”. 

Kukín se ríe como lo hacen en el Callao, el primer puerto: a carcajadas, sin guardarse nada, con absoluta libertad y exagerado protagonismo. Y nada más. El cebiche es una tentación demasiado grande para seguir conversando.

Solo tres años después, esta mañana de domingo del 2019, Kukín Flores se fue.

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