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El caso del Museo de Arte Moderno de Medellín - 5
Jorge Paredes Laos

No es un edificio convencional. Parece más bien una estructura de cajas superpuestas conectadas por escaleras y terrazas que cortan en zigzag el cielo primaveral de Medellín. A lo lejos se asemeja a un rompecabezas de cubos gigantescos que no siguen un patrón definido, rodeados por escaleras que cruzan, trepan y bajan por todo el complejo, y que permiten recorrerlo sin tener necesariamente que ingresar a sus pasadizos interiores, a sus salas de exposiciones o al teatro. En síntesis, se trata de una infraestructura flexible y novedosa, emplazada en una antigua zona industrial que, bajo el nombre de Ciudad del Río, se ha convertido hoy —con sus torres de viviendas, sus comercios y centros culturales— en uno de los barrios más prometedores de Medellín, la ciudad colombiana que en 15 años ha transformado su destino. De ser una urbe peligrosa y dominada por los sicarios del narcotráfico, ha pasado a ser un modelo de innovación urbana, con un sistema de transporte público eficiente, con el rescate de sus populosas laderas a través de bibliotecas, proyectos educativos y parques públicos, además de escaleras eléctricas y un moderno teleférico que las conecta con el centro de la ciudad.

Hace siete años, tres arquitectos peruanos del estudio 51-1 llegaron a esta ciudad —la segunda más poblada de Colombia— para recoger información y poder participar, junto con otras 15 oficinas internacionales, en el concurso internacional para la ampliación de las instalaciones del Museo de Arte Moderno de Medellín (MAMM), un complejo ubicado en la que fue la sede de una siderúrgica fundada en 1938. Manuel de Rivero, César Becerra y Fernando Puente Arnao recorrieron esta antigua zona industrial, conversaron con sus habitantes, y se sintieron atraídos por la vitalidad de las laderas antioqueñas, por la informalidad de sus casas superpuestas, donde los techos de unos se convertían en terrazas de otros.

Para participar en la convocatoria, se asociaron con dos jóvenes arquitectas colombianas —Viviana Peña y Catalina Patiño, del estudio Ctrl G— y después de varias semanas de trabajo enviaron su propuesta. Eran los más jóvenes en un concurso en el que participaban luminarias de la arquitectura, como el chileno Alejandro Aravena, el reciente ganador del premio Pritzker; el mexicano Enrique Norten; el español Juan Herreros, o el célebre Norman Foster, de Inglaterra. Los diseños no solo fueron sometidos a un jurado internacional presidido por el arquitecto español Federico Soriano, sino también al voto del público. La alegría —que hasta hoy no se les borra del rostro— fue inmensa cuando los anunciaron como ganadores. Había unanimidad: los especialistas y la gente habían elegido su proyecto. Todo un triunfo de la peruana.

¿Qué había convencido al jurado y al antioqueño de a pie? Les preguntamos y ellos en su estudio limeño, ubicado en el octavo piso de un edificio en Miraflores, responden: “El jurado nos lo dijo después. Todos los proyectos se habían enfocado en hacer un objeto que funcionara como el museo perfecto; en cambio, nosotros pensamos en el entorno, en cómo ese edificio iba a mejorar el barrio donde estaba ubicado”, cuenta Manuel de Rivero.

“Lo importante fue haber estado ahí y entender algo que no había sido visto antes —añade Fernando Puente Arnao—: cuando se dio el cambio en Medellín hubo una gran preocupación por dotar de buenos proyectos a las zonas más castigadas, pero los barrios de clase media también los necesitaban y nosotros descubrimos que en los barrios marginales había una picardía, una situación colectiva que los hacía muy alegres, y entendimos que ahí había algo que aprender. Entonces nos propusimos llevar ese espíritu a la ciudad formal que se venía desarrollando con edificios y torres de viviendas muy rígidos. El proyecto consistía en hacer el museo que nos pedían pero, a la vez, inyectarle vitalidad, esas terrazas de distintos niveles que habíamos visto en los lugares periféricos de Medellín”.

La construcción del MAMM se inició en el 2012. En el camino se tuvo que reformular parcialmente el proyecto —para adecuarlo a los presupuestos finales—, pero se mantuvo la idea central: el emplazamiento de volúmenes superpuestos en cinco niveles en una ampliación de 7.000 metros cuadrados que se añadieron a los 3.000 existentes. Así se construyeron nuevas galerías, laboratorios, bodegas, oficinas, tiendas, cafés y un teatro. Gracias a su estructura flexible de terrazas y escaleras, se estableció una doble circulación: una interna a través de un ticket que permitía visitar las distintas salas de exposición; y una externa, libre y pública, que era una extensión del parque lineal Ciudad del Río, y que conducía hacia el restaurante ubicado en el quinto nivel.

La inauguración fue el 3 de setiembre del 2015, hace poco más de un año. Cien mil personas han recorrido ya sus instalaciones y, según la revista colombiana Arcadia, “se ha convertido en un polo de desarrollo cultural, importante centro de servicios y, por qué no decirlo, eje estructurante de la ciudad que ha logrado incluir más contenidos y convocar a nuevos públicos”. En opinión de su directora, María Mercedes González: “El museo está invitando a vivir el espacio público de otra manera”. Ella celebra la posibilidad de ingresar a sus terrazas sin necesidad de pasar a ver las exposiciones. Dice que es una idea novedosa pues plantea el espacio como un escenario de encuentro. Ahora el parque y la plaza forman también parte del museo.

“¿Cuál era el problema en esta zona?”, se pregunta De Rivero en su oficina limeña. “En los últimos años se abrieron muchos centros comerciales que le estaban quitando gente a la calle. A pesar de que Medellín tiene un clima excelente, la gente se estaba acostumbrando a estar en el centro comercial, donde básicamente se volvía consumidora. Nosotros queríamos hacer algo para competir con estos negocios; por eso, en vez de hacer una caja cerrada en la que solo se expusiera arte, preferimos hacer un espacio abierto. Hicimos más de lo que nos pidieron; es decir, en vez de levantar un edificio, construimos un barrio”, reflexiona.

Y un año después, miles de ‘paisas’ han subido fotografías a Instagram, plataforma en la que comparten sus experiencias en el museo: en las gradas, en las terrazas, en los cafés, en las paredes laminadas que dejan pasar la luz a través de sus rendijas, en el teatro que no es solo un auditorio cerrado, pues parte de su estructura se puede abrir, y se convierte, así, en un espacio al aire libre, donde ya se han realizado conciertos y funciones de cine que han convocado hasta a seis mil personas.

“Uno siempre sueña con hacer cosas así”, dice De Rivero. El nuevo alcalde de Medellín, Federico Gutiérrez, escogió el atrio para juramentar ante la ciudad y declaró que “el MAMM representa la recuperación del espacio público y la cultura”. Con ironía, el escritor colombiano Héctor Abad Faciolince ha dicho, a propósito de este primer aniversario, que con su ampliación el museo se ha convertido en el nuevo “cartel” de la ciudad, aludiendo esta vez a las siglas de “Ciencia, Arte y Literatura”.

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Más allá del éxito que representa el MAMM para la arquitectura peruana —51-1 es la primera oficina nacional que gana un concurso en el exterior y ejecuta una obra—, la pregunta central es por qué un proyecto exitoso como el de Medellín no se puede realizar en Lima. ¿Qué espacio público genera en nuestra ciudad ese grado de empatía? Si pensamos, por ejemplo, en un proyecto limeño contemporáneo al de Medellín como el Lugar de la Memoria (LUM), pese a los esfuerzos de sus gestores por acercar este espacio a la gente, no parece ser un eje que active nuestra vida cultural.

Según fuentes del LUM, hasta agosto 24.772 personas visitaron la muestra permanente del museo, de los cuales 10% fueron extranjeros y 64% jóvenes. Sin embargo, el acceso no es el mejor. El museo fue construido al pie del acantilado en un terreno donado por la Municipalidad de Miraflores, y está ubicado en el límite de este distrito con San Isidro, pero su principal vía de ingreso es la avenida Del Ejército, que pertenece a la Municipalidad de Lima (como todas las avenidas interdistritales). Esto ha llevado a los gestores del LUM a iniciar trámites con el municipio capitalino para mejorar la señalética y promover el acceso al recinto. Mientras tanto, impulsan exposiciones itinerantes en distintos barrios de Lima —han estado en El Agustino y en Huaycán— o acuden a colegios y universidades con programas pedagógicos que han conseguido, por ejemplo, que en los últimos dos meses 1.200 escolares hayan acudido al museo real.

“Tal vez el espacio público que atrae más gente sea el malecón de Miraflores”, piensa en voz alta César Becerra, de 51-1. “La arquitectura sola no puede hacer milagros —afirma. Creo que para que un edificio o museo funcione tiene que haber detrás un planeamiento urbano y una institución o autoridad que lo sostenga”. Pero en los últimos tiempos en nuestro país no ha habido proyectos a largo plazo. Por el contrario, existe un Plan Metropolitano de Desarrollo Urbano pensado hacia el  2035 que hoy está encarpetado en alguna oficina, y los propios integrantes de 51-1 tienen un proyecto llamado Parque Central para recuperar la antigua zona industrial de Lima, entre la plaza Dos de Mayo y el Callao, que también ha sido olvidada por las autoridades.

En realidad solo se ha apostado por soluciones inmediatas o efectistas. Se han levantado conglomerados comerciales que han creado islas de modernidad y —como dice Becerra— están lejos de generar hábitos ciudadanos. “Un centro comercial en teoría es público, pero en la práctica no: su objetivo es el consumo. Y lo que se debería hacer es buscar espacios —plazas, parques— que generen ciudadanos y no solo consumidores”, afirma. “Yo siempre he pensado que la mejor ciudad es la que tú puedes recorrer sin sacar la billetera del bolsillo —acota Puente Arnao—. Acá existen parques zonales, pero para ingresar debes comprar un ticket. El mensaje parece ser: ¿quieres tierra o jardín? Si quieres jardín debes pagar, cuando en una ciudad tú necesitas áreas verdes y no deberías gastar ni un sol”.

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Otro caso emblemático que se debate en estos días es la pertinencia del nuevo Museo Nacional del Perú (MUNA), en Pachacamac. Nuevamente un espacio que tiene proyectadas áreas privadas y públicas es cuestionado por su difícil acceso y su lejanía con el centro de la ciudad, por su construcción en una zona arqueológica —donde ya existe un museo de sitio— y, además,  por la humedad del lugar, algo que podría afectar las colecciones o encarecer su mantenimiento.


El MUNA según el diseño de los arquitectos Alexia León y Luis Marcial.

El MUNA según el diseño de los arquitectos Alexia León y Luis Marcial. El proyecto se halla ahora en medio de la polémica. (Créditos: Alexia León y Luis Marcial)

Sin embargo, la ejecución del , como pocos proyectos públicos, se hizo por concurso. Los ganadores, los arquitectos Alexia León y Luis Marcial,  respondieron esta semana , administrado por el periodista Javier Lizarzaburu. Ahí especifican que la mayoría de las objeciones presentadas al proyecto ya han sido contempladas en la propuesta. Sobre el probable deterioro de las piezas, responden: “El 100 % del aire que entra al edificio es filtrado, descontaminado y deshumedecido hasta llegar al 35% de humedad relativa, muy por debajo de la que requieren las colecciones”. Luego aseguran que la estructura del complejo tendrá una base impermeabilizada y se ubicará por encima de la capa freática que podría hacer peligrar el complejo. “El costo de todo ese proceso —aseguran— es menor al 1% del valor del edificio [estimado en 120 millones de dólares]”.

Sin embargo, hay algo que los arquitectos no pueden controlar: el acceso. “El Ministerio de Cultura ha solicitado al de Transportes expandir el tramo faltante para que se pueda tener una aproximación con el tren eléctrico. Igualmente, en el caso del Metropolitano, previendo un sistema de buses que conecten las estaciones con el MUNA”, explican.

Con todo ello, debido a sus características como repositorio de nuestro legado histórico, en foros y redes sociales ya se han presentado propuestas para trasladar el MUNA a otro espacio. El arquitecto Wiley Ludeña, por ejemplo, señala que el lugar ideal sería el actual edificio del Palacio de Justicia, que reestructurado podría formar un conjunto museístico con el MALI, y los museos de Arte Italiano, Militar y Metropolitano de Lima, con lo que se formaría un “archipiélago de museos” activado por la estación central del Metropolitano.

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Lima es mucho más grande que Medellín (que tiene un poco más de dos millones de habitantes), y como tal requiere soluciones complejas. Por ahora, seguimos sin tener espacios para desarrollar grandes ferias como Mistura o la del Libro, que se tienen que realizar entre toldos o estructuras desmontables en la Costanera de Magdalena o en el parque Los Próceres de Jesús María.

En estos días vino a Lima el chileno Fernando Pérez Oyarzun, uno de los forjadores de la generación dorada de la arquitectura de ese país, para participar en el seminario internacional Arquitectura y Pensamiento, organizado por la PUCP. Consultado sobre cómo una ciudad como Santiago pudo ejecutar espacios públicos de envergadura —para poner dos ejemplos: el barrio del Parque Forestal, con sus museos y actividades culturales; o el reciente proyecto 42 K, una ciclovía que recorre toda la margen del río Mapocho—, Pérez Oyarzun sostiene que “lo fundamental es tener una conciencia política acerca de la importancia del espacio público”. “Una densidad adecuada es fundamental para la ciudad contemporánea, pero se debe alcanzar de manera armónica. Construir torres no es la única solución”, advierte. Afirma que el desarrollo inmobiliario sí se puede armonizar con el espacio público: “Hay muchos grados intermedios en que ambas categorías se pueden combinar de manera creativa”.

Lograr aquello en una Lima de parques enrejados, de playas privadas, de condominios cercados, de edificios públicos rodeados de tranqueras y vigilantes parece difícil. “Lo que nos falta es conciencia ciudadana. Se ha perdido la idea de estar en la calle, de verla como lugar para compartir”, opina el arquitecto peruano Sharif Kahatt. “En ese sentido —reflexiona— la arquitectura y el urbanismo tienen que reencontrar su vocación política para reconstruir la ciudadanía”.

Y ahora que, después de mucho tiempo, nuestra arquitectura vuelve a ser noticia, no solo por el exitoso proyecto en el MAMM, sino también por la participación peruana en la Bienal de Venecia, parece ser el momento de escuchar a los especialistas. Dejemos que ellos tomen la palabra.

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