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"Las chicas": el horror de Emma Cline - 1
Juan Francisco Ugarte

En menos de un año, Emma Cline ha tenido que posar para numerosas sesiones fotográficas, aparecer maquillada y sonriente en distintos programas de televisión, hacer una gira promocional por ocho países de Europa en tan solo 15 días.
Ha recibido comentarios tan halagadores que a menudo la ruborizan: le han dicho que es una “talentosa estilista”, que “comprende a los seres humanos”, que su libro es “brillante e intensamente absorbente”, que su prosa es “fresca, deslumbrante, luminosa”, que su historia “nos romperá el corazón y nos volará la cabeza”. A sus 27 años, Emma Cline se ha convertido en la escritora revelación más joven de Estados Unidos. El motivo: Las chicas, una novela que se ha traducido a 35 idiomas, cuyos derechos para el cine fueron comprados por Scott Rudin (el productor de películas como The Truman Show, Sin lugar para los débiles o Closer) y por la que Random House decidió pagar dos millones de dólares con solo leer un adelanto. La enorme atención mediática ha llegado incluso hasta Hollywood: actrices como Gwyneth Paltrow y Olivia Wilde recomendaron la novela en sus redes sociales. El éxito cansa y abruma, y puede petrificar a un autor, pero Emma Cline prefiere no darle mucha importancia: “Siento que todo lo que ha sucedido luego de la publicación no es asunto mío —afirmó en una de sus tantas presentaciones—. Mi trabajo solo es escribir”.


1970. Susan Atkins, Patricia Krenwinkel y Leslie van Houten, camino al tribunal donde serían juzgadas por asesinar a cuatro personas en Beverly Hills. (The Manson Women / www.biography.com)

1970. Susan Atkins, Patricia Krenwinkel y Leslie van Houten, camino al tribunal donde serían juzgadas por asesinar a cuatro personas en Beverly Hills. (The Manson Women / www.biography.com)

Y eso fue lo único que hizo durante dos años: se mudó a la casa de una amiga y se instaló como pudo en el cobertizo del patio trasero. Allí, encerrada en un espacio en donde apenas cabía una cama y un escritorio, Cline escribió Las chicas. No tenía Internet y solo iba a la calle para comprar comida. Pasaba los días en silencio, garabateando frases en la pantalla durante diez o doce horas, pero, a veces, cuando necesitaba algo, hablaba por un walkie-talkie con su amiga al otro lado de la casa. Para entonces, Cline ya había leído todo sobre la historia que quería contar: la vida comunal de la familia Manson y el sangriento asesinato que cometieron a finales de los años sesenta. Las chicas se inspira en ese macabro y célebre episodio de la cultura popular estadounidense. Una noche de agosto de 1969, noventa días después de la llegada del hombre a la Luna y una semana antes de Woodstock, cuatro miembros de la ‘familia’ Manson entraron a una casa en Beverly Hills y mataron a la modelo Sharon Tate (esposa del cineasta Roman Polanski), que entonces tenía 26 años y estaba a punto de dar a luz. Junto a ella, asesinaron a tres personas más que se encontraban en la casa. Los homicidas eran Tex Watson, Susan Atkins, Patricia Krenwinkel y Leslie van Houten, todos ellos seguidores de Charles Manson, el líder de la secta, un hombre que los había convencido de la inminencia de una guerra demencial entre negros y blancos. En ese escenario casi apocalíptico, la misión de la ‘familia’ Manson era nada menos que iniciar la batalla: salir con machetes y rifles a los barrios ricos y perpetrar la carnicería.


La escena del crimen, momentos después del asesinato de Sharon Tate, esposa de Roman Polanski (Foto: AP)

La escena del crimen, momentos después del asesinato de Sharon Tate, esposa de Roman Polanski (Foto: AP)

Esta es la historia que todos conocen, un crimen espeluznante que se ha convertido en un fetiche de la crónica negra, pero esa historia y ese crimen no le interesaban a Emma Cline. No quería escribir sobre Manson, un psicópata anodino sin complejidad psicológica ni moral, sino sobre las chicas que lo seguían. “Me parecía más atractivo centrarme en personajes que tienen una posición moralmente ambigua”, asegura la autora, quien se enteró del asesinato por primera vez a los seis años. No hay mucho que descubrir en un psicópata ególatra y asesino: siempre será el epítome de la maldad. Pero ellas, tres chicas que no tenían más de 22 años cuando cercenaron el vientre embarazado de Sharon Tate, que escribieron la palabra “Cerdos” en la puerta de la mansión con la sangre de la modelo, que se reían y cantaban con una dulzura diabólica durante el juicio, estas tres chicas le producían a Cline una profunda curiosidad. ¿Qué las llevó a cometer un asesinato tan atroz: la manipulación, una retorcida necesidad de ser vistas o el simple placer por lo sádico? No se trataba tanto del crimen como de la convivencia de las chicas previa a la brutalidad.

—La secta y la prisión—

En la novela, Cline decidió cambiar los nombres verdaderos, quitar protagonismo a la escena del asesinato e imaginar la cotidianidad de la secta a través de los ojos de Evie Boyd, la narradora de 14 años que, abandonada al tedio de una vida sin expectativas, ingresa a la comuna hippie para huir de su propio mundo. Allí se deja arrastrar por el magnetismo de Suzanne (Susan Atkins en la realidad), con quien mantendrá una extraña relación de dependencia. Mientras tanto, Russell (Charles Manson) aparece de forma intermitente como un ser divino y ordinario: su supuesta grandeza no impresiona demasiado a Evie. Él está y no está, importa poco. Son ellas las que despiertan una fascinación ingenua en la narradora, una admiración ciega por algo que ella jamás podrá ser. La novela de Emma Cline es un retrato de los vínculos femeninos (sumisión y poder, envidia y afecto, inseguridad y coraje), una exploración por las brechas del territorio familiar y una minuciosa cartografía de la psiquis adolescente. Las asesinas reales aparecen aquí en su esplendor cotidiano: tres chicas que roban comida de la basura, tienen sexo a tiempo completo y viven al margen de las normas. Tres chicas que buscan alguna forma de trascendencia y que, en cambio, solo obtienen como trofeo el horror y la miseria.


Susan Atkins, poco antes de fallecer por efecto de un tumor cerebral (Foto: AP/ California Department of Corrections and Rehabilitation)

Susan Atkins, poco antes de fallecer por efecto de un tumor (Foto: AP/ California Department of Corrections and Rehabilitation)

Todas fueron condenadas a cadena perpetua. Fuera de la novela, en una prisión de mujeres de California, hoy solo quedan dos de ellas: Susan Atkins murió en la cárcel por un tumor cerebral en el 2009. Patricia Krenwinkel, actualmente una anciana de 69 años, escribe poesía, da clases de baile y juega en un equipo de vóley en la prisión.
“Todos los días me despierto sabiendo que soy una destructora de lo más preciado que tenemos: la vida”, declaró hace unos años en una entrevista. A Leslie van Houten le han negado veinte veces la libertad condicional. Pero su abogado asegura que es una reclusa modelo: ha obtenido una licenciatura y un máster universitario durante su estancia en la cárcel. Krenwinkel y Van Houten son las presas mujeres que llevan más tiempo en el sistema penal de California.

—Las hermanas—


Una de las múltiples econversaciones que se han realizado con la autora tras el éxito de su primera novela.

Así como los personajes de la novela, Emma Cline también pertenece a un clan, uno menos delirante y más convencional: su propia familia. Es la segunda de siete hermanos: dos hombres y cinco mujeres. “Quizá por eso soy muy sensible a la dinámica de grupo”, suele decir en entrevistas. Creció feliz en medio del ruido y el alboroto de sus hermanas menores, pero cuando cogía un libro solo deseaba esconderse de ellas. Leer era su manera de conquistar la soledad. De experimentar el silencio. Lo descubrió desde la infancia, cuando leía novelas de crímenes que extraía del estante de su padre. Por la misma época empezó a escribir. Recuerda que tenía ocho años cuando terminó su primer relato: era la historia de una matanza sangrienta. Quizá desde entonces sus hermanas se convirtieron en las primeras lectoras de sus textos. Años después, mientras escribía Las chicas, Cline solía enviarles los borradores del libro para saber sus opiniones. Especialmente a una, Hillary, quien llegó a leer hasta ocho versiones distintas. Hoy dice que escribió la novela pensando en sus cuatro hermanas: quería crear una historia que les gustase. Una historia que, de algún modo, hablara sobre ellas.

Hay otra cosa en la que sus hermanas le han ayudado: el feminismo. Emma Cline, la escritora revelación de la literatura estadounidense, admite que tiene una brecha vergonzosa en su formación: casi no ha leído a ninguna autora feminista. Dice que todo lo que sabe del movimiento lo aprendió de sus hermanas y de observar el mundo. En su novela, hay chicas que son forzadas a enseñar las tetas, adolescentes a quienes embisten en la calle, madres que necesitan de un hombre para sentirse realizadas, mujeres a quienes insultan de putas en la cama. Aunque su libro está ambientado en los sesenta, Cline piensa que casi nada ha cambiado desde entonces. Las chicas siguen siendo ninguneadas, objetivadas y coaccionadas de distintas formas, a veces incluso sin que se den cuenta.

Sin embargo, esta novela no es feminista en un sentido estricto. A través de una excavación en la psicología adolescente, el libro explora diversos conflictos de género pero de manera oblicua: la manipulación masculina, el abuso físico o la coerción social. Cline escanea la mentalidad femenina sin parecer feminista. No le interesa la denuncia ni el ensayo, sino la radiografía del paisaje psíquico y moral de sus personajes. Para ella, una autora feminista debería ser la que “construye personajes femeninos complejos, no clichés”. Alérgica al lugar común, Emma Cline quiere evitar convertirse ella misma en un cliché del éxito: ha dejado atrás las entrevistas y las presentaciones públicas para encerrarse otra vez a escribir, como si huyera de una tormenta. No es algo nuevo: los libros siempre han sido su mejor coartada para estar sola.

El libro

Título: Las chicas
Autor: Emma Cline
Editorial: Anagrama
Páginas: 344
Precio: S/ 78,00