La primera película de la saga de Jurassic Park se estrenó en 1993, dándole un nuevo aire a las películas de este género.
La primera película de la saga de Jurassic Park se estrenó en 1993, dándole un nuevo aire a las películas de este género.

Por Hernán Migoya

¿Están seguros de que los niños aman los dinosaurios?

1993: estreno de Jurassic Park. A este cronista le sorprendió ver la sala de cine atestada de padres acompañados de sus hijos pequeños, que al inicio del filme no paraban de parlotear y festejar con agudos chillidos. Sin embargo, con la primera aparición del tiranosaurio rex, la sala de repente se convirtió en una tumba de silencio... y siguieron deserciones continuas de papás alarmados, que llevaban consigo niños enmudecidos o lloriqueantes por el tremendo impacto sensorial.

No en vano dinosaurio significa etimológicamente ‘lagarto terrible’.
La película de Steven Spielberg se estrenó el 11 de junio en los Estados Unidos: celebra, pues, un cuarto de siglo de vida desde que iniciara una rentable franquicia que desató la más intensa fiebre internacional por estos asombrosos saurópsidos, y cuya última entrega, Jurassic World: el reino caído, llegará a las pantallas peruanas el jueves 22.

                   —Los primeros dinosaurios... de ficción—
Seres hoy familiares como el tiranosaurio, el triceratops, el diplodocus, el pterodáctilo o el velocirráptor habitaron el Mesozoico y se extinguieron hace 65 millones de años. Pese a que sus primeros descubrimientos fósiles datan de la segunda década del XIX, los dinosaurios no poblaron la imaginación de los novelistas hasta finales de ese siglo: estos preferían pintar mundos pretéritos con mamuts, osos “antediluvianos” o incluso algas primordiales (ni Verne dio con ellos en su Viaje al centro de la Tierra de 1864, porque su plesiosaurio, tan parecido al monstruo del lago Ness, no es estrictamente un dinosaurio: no hubo dinosaurios marinos).

Para el divulgador científico Brian Switek, el primer autor que comprendió el formidable potencial del dinosaurio como ser mítico fue el canadiense James de Mille con su novela A Strange Manuscript Found in a Copper Cylinder (1888), en la que describe un mundo fabuloso de la Antártida habitado por estos vertebrados, ligándolos además al concepto de “mundo perdido” oficializado tan solo tres años antes en la tradición victoriana de aventuras románticas por el insigne H. Rider Haggard con Las minas del rey Salomón.

Jurassic Park
Jurassic Park

El británico Frank Mackenzie Savile retoma el concepto en Beyond the Great South Wall (1901), en que propone una civilización maya perdida cuyo dios es un enorme brontosaurio con predilección por la carne humana. En 1910, el francés Jules Lermina publica L’effrayante aventure, libro en que asistimos al descubrimiento de una caverna de simpáticos iguanodontes y criaturitas similares, congelados temporalmente bajo las calles de París. Un año más tarde se publica la obra más célebre de esta tendencia: El mundo perdido, de Arthur Conan Doyle, en que el profesor Challenger (héroe habitual de su pluma, eclipsado por el éxito de Sherlock Holmes) explora un altiplano de la Amazonía boliviana repleto de estos especímenes y donde ya figuran todos los elementos que servirán de base al recién nacido subgénero, narrados con el vigor y el ingenio habituales en este literato.

En 1918, el avispado Edgar Rice Burroughs toma prestada la idea para el mercado estadounidense en el folletín por entregas La tierra olvidada por el tiempo. El padre de Tarzán relata la llegada de un grupo extraviado de militares británicos y germanos en un submarino alemán, durante la Gran Guerra, a un recoveco de la Antártida con su propio ecosistema evolutivo, sus dinosaurios y sus tribus primitivas de rigor.

                                                  —Viven—
Pero obviamente nada se compara a ver dinosaurios moviéndose en una gran pantalla, aunque no se les oiga rugir: Willis O’Brien fue el primer maestro en la técnica del stop motion que, en pleno reinado del cine mudo, insufló una prodigiosa vida a estos seres extintos en la primera versión (1925) de El mundo perdido de Doyle. En 1933 contraatacaría con King Kong, donde el legendario mono gigante combate y rompe las mandíbulas de un T-Rex.

Sin embargo, pasan varias décadas (también una nueva guerra mundial y la amenaza atómica como principal foco de terror global que, en 1954, engendraría curiosamente un heterodoxo dinosaurio japonés de aliento radiactivo: Godzilla) antes de que la industria del cine occidental vuelva a jugársela por estos colosos: será gracias al discípulo aventajado de O’Brien, Ray Harryhausen, que verá la luz la modesta producción británica Hace un millón de años (1966), revisitación de un casi olvidado título de Hollywood rodado en 1940 con lagartos reales animados... a destrozarse mutuamente. En esta actualización a color, la actriz de origen boliviano Jo Raquel Tejada (o sea, Raquel Welch, quien ofrece una imagen todavía hoy icónica) encarna a una cavernícola perfectamente depilada que asiste en bikini rústico a peleas entre ceratosaurios y triceratops.

Harryhausen repetiría su magia del stop motion en 1969 para la excitante mezcla de cowboys y dinosaurios en el western fantástico El valle de Gwangi, una delicia donde lo más destacable es James Franciscus, el propio Gwangi (un alosaurio) y un precioso caballito identificado como équido del Eoceno: el eohippus.

Jurassic World se estrenó el 10 de junio de 2015 en sesenta países y en su primer fin de semana batió el registro histórico con 500 millones de USD en ganancias.
Jurassic World se estrenó el 10 de junio de 2015 en sesenta países y en su primer fin de semana batió el registro histórico con 500 millones de USD en ganancias.

Los saurios de envergadura no volverían ya, excepto en dibujos animados como Los Picapiedra o la encantadora En busca del valle encantado de Don Bluth, o en las viñetas portentosas del “pintor” de historietas Vicente Segrelles para El mercenario, o en la comedia prehistórica de 1981 El cavernícola, con unos divertidísimos Ringo Starr, Shelley Long y algún que otro dinosaurio víctima de ingestas alucinógenas gracias a los F/X de Jim Danforth.

El stop motion ya solo hacía reír: tenía que llegar una nueva revolución en efectos visuales para que los dinosaurios regresaran al cine con más fuerza que nunca. Y eso sucedió en los noventa.

                           —Frankenstein y King Kong—
En 1990, el escritor Michael Crichton decidió aplicar los entonces en boga avances y conjeturas en clonación de genes a una fábula moderna en la que el científico loco John Hammond, un nuevo doctor Frankenstein (o un “Walt Disney tenebroso”, como lo describió su autor), obtiene el ADN de formas de vida extinguidas extrayéndolo de la sangre de insectos fosilizados en ámbar, para resucitar especies largo tiempo desaparecidas y exhibirlas como “atracciones biológicas” en esa puesta al día del viejo circo de fenómenos humanos que es su Parque jurásico.

La idea del libro resultaba tan comercial que, antes siquiera de ser publicado, la Universal desembolsó dos millones de dólares por los derechos de adaptación a cine. La coyuntura también resultaba idónea: James Cameron acababa de epatar al mundo con Terminator 2 y sus imágenes generadas por computadora. Los efectos digitales permitían por fin reconstruir a los dinosaurios en toda su dimensión de horror y encanto.

Los papeles protagonistas son interpretados por Chris Pratt y Bryce Dallas Howard.
Los papeles protagonistas son interpretados por Chris Pratt y Bryce Dallas Howard.

Lamentablemente, Crichton, siendo él mismo un imaginativo hombre de cine (fue responsable, entre otras películas, de la notable Westworld, un “parque robótico” que ha dado origen a la reciente serie de TV homónima), en esta ocasión se alió con uno de los guionistas más mediocres de Hollywood, David Koepp, especializado en lastrar buenas premisas argumentales con resoluciones artificiosas y tramposas (como el primer Spiderman de Sam Raimi o el último, insufrible Indiana Jones).

Pese a lo endeble del guion definitivo, plagado de personajes antipáticos y merecedores de muerte lenta en las fauces dinosaurias, la producción se benefició con la batuta de Steven Spielberg, algo zarandeado tras las relativas decepciones de Indiana Jones y la última cruzada y Always (ambas de 1989) y el rotundo fracaso de Hook (1991).

El resultado no fue Tiburón, pero la cinta contiene secuencias memorables, como la extraordinaria persecución nocturna del T-Rex al jeep de los protagonistas. Spielberg también añadió su toque maestro con ideas propias no presentes en el libreto: el agua temblorosa que preambula la llegada de los monstruos, la aparición final del T-Rex como guinda del logrado clímax.

                                 —Parque cretácico—
El trabajo en los CGI de Dennis Muren y Phil Tippett (cuyo estudio abandonó el stop motion y abrazó la novísima técnica para este filme) en conjunción con los formidables animatronics de Stan Winston y el apoyo de Michael Lantieri se llevó merecidamente un Óscar. Poco importaba la trama y sus inconsistencias (cuando a Crichton le reclamaron que el tiranosaurio impreso en la tapa de su libro pertenecía al Cretáceo, simplemente replicó que “quedaba mejor en el diseño de cubierta”): Jurassic Park recaudó más de 900 millones de dólares, batiendo récords de taquilla que solo Titanic superaría en 1997.

Rachel Welch como estilizada cavernícola en Hace un millón de años, película de los años 60. [Foto: Hammer Film]
Rachel Welch como estilizada cavernícola en Hace un millón de años, película de los años 60. [Foto: Hammer Film]

Precisamente ese año, Spielberg retornó con una secuela sorprendentemente insulsa (El mundo perdido) y, pese a los esfuerzos del estupendo Joe Johnston (Rocketeer, The Wolfman), en 2001 la tercera aportación pareció haber agotado su fórmula.

Pero de pronto, la sorpresa: 2015 presenció el renacimiento de la saga con la apabullante Jurassic World de Colin Trevorrow, estrenando reparto (Chris Pratt, Bryce Dallas Howard), mejores guionistas, feroces criaturas (Indominus rex), niños más simpáticos y una epopeya cruenta y maliciosa, casi exenta del insoportable almíbar spielbergiano y, afortunadamente para el cerebro humano, más cercana a Paul Verhoeven que a George Lucas. En unos días se estrenará El reino caído, esperemos que bajo ese mismo espíritu, al mando del excelente realizador J. A. Bayona (Lo imposible), a quien le sentará bien alejarse del sobrepeso melodramático de sus anteriores títulos.

Fue Ray Bradbury en sus Cuentos de dinosaurios (1983) quien mejor explicó la fascinación que estos despiertan: “Nunca presto atención a nadie que critique mi gusto por los viajes espaciales, los espectáculos de feria o los gorilas. Cuando eso ocurre, recojo mis dinosaurios y me voy”.

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