Slavoj Žižek, el pensador esloveno que triunfa en las redes sociales con sus videos y su lenguaje desprejuiciado. [Foto: AFP]
Slavoj Žižek, el pensador esloveno que triunfa en las redes sociales con sus videos y su lenguaje desprejuiciado. [Foto: AFP]

Por Evelyn Erlij / La Tercera (GDA)

La anécdota es narrada por la escritora María Moreno en su prólogo a El segundo sexo: durante el funeral de Simone de Beauvoir, en 1986, 10 mil personas fueron parte del cortejo fúnebre en el cementerio parisino de Montparnasse. Presente entre la masa de amigos, fanáticos y seguidores, la historiadora y filósofa Elisabeth Badinter estalló en sollozos y gritó a las mujeres de la multitud: “¡Le deben todo!”. “La frase fue repitiéndose, cantándose en diferentes lenguas, renovando los sollozos”, escribe Moreno, quien con esta escena resume la fama gigantesca que tenía la autora, una intelectual brillante que era despedida como una estrella, como un ícono cultural cuya muerte lloraron miles en distintas partes del mundo.

El existencialismo era una corriente filosófica, y también una moda. Sarah Bakewell, autora de En el café de los existencialistas (2016), cuenta que Jean-Paul Sartre (1905-1980) notó que era famoso en 1945, cuando dio una charla a la que asistió tanta gente que la sala quedó destruida y varios se desmayaron por el hacinamiento. “Donde filósofos anteriores a él habían escrito cuidadosas proposiciones y argumentos, Sartre escribía como un novelista”, apunta Bakewell, quien añade otro motivo a su popularidad: a diferencia de los filósofos antiguos, “perdidos en sus mundos remotos y abstractos”, el autor de La náusea se dedicó a dilucidar qué significaba ser libre, pregunta que apasionó a una nueva generación de jóvenes.

Sartre y Beauvoir son emblemas de lo que alguna vez se llamó “intelectuales públicos”, pensadores que sacudieron la sociedad con sus ideas, que entendieron y conectaron con sus épocas, que sedujeron a las masas y vendieron ensayos como si fueran bestsellers de ficción.

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La extinción de esta figura ha hecho correr mucha tinta, y, si hoy se acusa a los intelectuales de darle la espalda al público, es porque, según explica McKenzie Wark en General intellects (2017), la labor intelectual fue absorbida por el proceso de producción, y porque la industria cultural cambió. “Es casi imposible escribir libros intelectualmente desafiantes y vivir de ello. Hoy se necesita un trabajo diurno, y, en general, en la universidad”, explica.

Pero no todos viven de papers y clases: lo que da de comer a filósofos como el francés Michel Onfray (1959), el surcoreano Byung-Chul Han (1959) o el esloveno Slavoj Žižek (1949) son los miles de euros que ganan con sus publicaciones y conferencias masivas. Mediatizados, convertidos en memes, entrevistados hasta el cansancio y viralizados en las redes sociales, varios de ellos —y, curiosamente, los más situados a la izquierda— incluso han visto su imagen mercantilizada. Por dar algunos ejemplos: en Internet se pueden comprar camisetas con citas ‘inspiradoras’ del sociólogo polaco Zygmunt Bauman (1925-2017), con stencils del célebre intelectual estadounidense Noam Chomsky (1928) y, en especial, del carismático y radical Žižek, cuyo rostro es tan famoso que circula estampado por doquier. Algunos lo llaman “el Elvis de la teoría cultural”, y, gracias a su humor, lucidez y cruces entre marxismo, teoría lacaniana, política y cultura pop, ha construido un estilo único para pensar estos tiempos, que lo ha hecho acreedor de un séquito planetario de fans.

El filósofo Michael Onfray tiene cerca de 100 obras publicadas. Fundó la Universidad Popular de Caen.​ [Foto: Reuters
El filósofo Michael Onfray tiene cerca de 100 obras publicadas. Fundó la Universidad Popular de Caen.​ [Foto: Reuters

Tanto él, como Byung-Chul Han y el fallecido Bauman han demostrado que, a diferencia del pasado, hoy el conocimiento no viene solo de Francia, Alemania y Estados Unidos, sino también de países más pequeños o periféricos, a pesar de que, para masificarse en el mundo, el saber todavía debe ser validado por la academia y la industria editorial de alguno de estos tres antiguos polos del pensamiento, en especial EE. UU.

El caso del surcoreano es el último fenómeno de lo que se ha llamado “filosofía pop”, y una muestra de su celebridad es una entrevista publicada por el diario El País en febrero, la que se convirtió en un viral que tuvo más de medio millón de visitas en los dos primeros días, y fue el contenido más visto de la web por 30 horas.

Sus libros hablan sobre la autoexplotación, sobre esta “sociedad del cansancio” que se traduce en una pérdida de la capacidad crítica, sobre el infierno de la era neoliberal tecnologizada, hiperconsumista y narcisista. Su éxito estaría en su lenguaje accesible, en la extensión breve de sus libros y en los temas contingentes que trata. Según el filósofo Josep Ramoneda, la suya es una lectura crítica del mundo que genera complicidad, un tipo de pensamiento que “acompaña las soledades” y que, por lo mismo, se viraliza tan rápido.

Lo de Bauman es parecido: además de haber sido un pensador de una lucidez extraordinaria, creador de la idea de “modernidad líquida”, también fue un comunicador brillante. Sus citas claras y concisas sobre lo cuestionable del poder democrático de las redes sociales circulan —precisamente en estas— desde hace años.

Varios de estos intelectuales superventas como Žižek destacan también por ser polemistas profesionales, y en ese terreno Michel Onfray es el rey. De partida, es el pensador omnipresente en los medios, al que se entrevista por cualquier tema; el escritor que ha publicado más de cien libros y reúne a unas mil personas semanales en sus charlas. En sus ensayos ha arremetido contra Freud, la izquierda, el marxismo, el arte contemporáneo y hasta la propia filosofía. En su libro Cosmos (2015) alega que Sócrates y Platón, al centrarse en el mundo de las ideas, separaron a los pensadores del mundo. Hay que olvidarse de la abstracción y volver a lo concreto, “hacer una filosofía popular para la gente de la calle”, dice.

No es de los filósofos franceses más estudiados y respetados hoy, como Alain Badiou o Jacques Rancière, pero sí es el más mediático y leído. Aunque su amor por la controversia y su compulsión por publicar lo han convertido en blanco de críticas —lo acusan de falacias y de escribir diatribas poco fundamentadas—, en una cosa no se equivoca: hay un público ávido por consumir filosofía. Y no necesariamente una filosofía para las masas. Una prueba: uno de los últimos virales de YouTube es una vieja entrevista a Hannah Arendt sobre teoría política, un clip en blanco y negro de una hora de duración que tiene más de un millón de visitas. Otro fenómeno para analizar: lo culto y lo masivo, al parecer, ya no son tan excluyentes.

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