El indiscutible talento de Roger Federer ha sido alabado e inmortalizado gracias a la literatura. [Foto: AFP]
El indiscutible talento de Roger Federer ha sido alabado e inmortalizado gracias a la literatura. [Foto: AFP]

Por María José Caro

Una cancha de tenis en modo singles mide 23,77 metros de largo y 8,23 de ancho. En el Arthur Ashe, estadio principal del Abierto de Estados Unidos, caben alrededor de 23 mil espectadores. Sin embargo, así el recinto se encuentre totalmente lleno, los jugadores de tenis libran batallas solitarias. Son el centro de atención y a la vez se encuentran aislados como delfines de acuario. Durante un partido, los jugadores no pueden comunicarse con sus entrenadores o sus oponentes. Hablan sus golpes, sus gritos de frustración y sus puños cerrados en señal de victoria.

En el tenis como en la literatura convergen la emoción, la estrategia y la belleza. No es gratuito que ganadores del Pulitzer como John McPhee o J. R. Moehringer le hayan dedicado libros al deporte. Moehringer escribió la autobiografía Open (2009) a pedido del tenista Andre Agassi. En Open seguimos la vida de Agassi desde sus inicios en un barrio de Las Vegas, cuando era un chico que, obligado por su padre, devolvía pelotas arrojadas a toda velocidad por una máquina llamada El Dragón. McPhee, con la crónica Los niveles del juego (1969) narra el enfrentamiento entre el impredecible Arthur Ashe y el metódico Clark Graebner en el Abierto de Estados Unidos de hace 50 años. Se vale del partido para analizar una época de transformación. Pero las canchas de tenis también han sido espacios de conflictos más importantes. Recordemos la famosa “batalla de los sexos” entre Billie Jean King y el tenista retirado Bobby Riggs en 1973. Gracias a su triunfo, King consiguió que el dinero de premios entregados en campeonatos como el Abierto sea el mismo para hombres y mujeres. El 2005, la escritora y académica Susan Ware publicó Game, set, match, un libro dedicado al legado de King y a la revolución de las mujeres en los deportes. Igual de interesante es la autobiografía de King, Billie Jean, que ahonda en su lucha en la cancha y fuera de ella.

                          —La experiencia religiosa—
Este 12 de setiembre se cumplirán diez años de la muerte de David Foster Wallace, y escribir sobre tenis es también una forma de rendirle homenaje. Wallace fue jugador del circuito juvenil norteamericano. En cuanto al deporte, dejó dos libros imprescindibles. El primero es su obra maestra La broma infinita (1996). En uno de los ejes de la novela, Wallace explora el mundo del tenis a partir de la vida de Hal Incandenza, un jugador promesa del circuito junior, personaje basado en él mismo. El segundo es El tenis como experiencia religiosa, de donde se desprende “Federer, en cuerpo y en lo otro”1, quizá el más bello texto sobre el deporte. En él, Wallace analiza el talento de Roger Federer a raíz de un enfrentamiento contra Rafael Nadal en la final de Wimbledon 2006.

“La genialidad no se puede reproducir”, dice Wallace refiriéndose a Federer. “La inspiración, sin embargo, es contagiosa y multiforme, y el mero hecho de presenciar de cerca cómo la potencia y la agresividad se hacen vulnerables a la belleza equivale a sentirse inspirado y (de una forma fugaz) reconciliado”. En un artículo que va en la misma línea2, el italiano Alessandro Baricco compara la naturalidad de Federer con el vuelo de las aves migratorias y la fuerza renovada del viento por las mañanas. Lástima que la única certeza que tengo al escribir este artículo es que Federer fue eliminado del Abierto de Estados Unidos sorpresivamente por John Millman.

                                               —Ese otro yo—
El tenis es tan impredecible como enfrentarse a una hoja en blanco. Tenistas y escritores se preparan para una batalla. Se ajustan las zapatillas, hablan consigo mismos, se dan ánimos y se recriminan. Esperan reencontrarse con ese otro yo que permite que la magia suceda. En la escritura es la música de un teclado que no se detiene. En el tenis es una bola que golpea el punto exacto de las cuerdas y genera un sonido distinto. Los tenistas revientan raquetas contra el piso, los escritores lanzan manuscritos al basurero. Ambas son actividades de idas y vueltas. Tenistas del tamaño de Martina Hingis y Andre Agassi se han retirado para luego volver. Hay partidos que se prolongan por días interrumpidos por la lluvia o porque los jugadores se niegan a dejar la lucha. El partido más largo de la historia duró 11 horas, cinco minutos y 23 segundos, y se jugó en tres días. Hay proyectos literarios que se abandonan y renacen. En el tenis y en la escritura no se puede escapar del dolor. En la cancha y en el papel se trasluce todo lo que somos.

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