El pensamiento de Pedro Zulen es recogido en nueva publicación
El pensamiento de Pedro Zulen es recogido en nueva publicación
Francisco Melgar Wong

Al morir de tuberculosis en 1925, Pedro Zulen tenía solo 35 años. Como diría Luis Loayza de la temprana muerte de Valdelomar: “era poco más que un muchacho”. Paradójicamente, en su corto tiempo de vida, Zulen —originalmente Sun Leng— fue protagonista de una de las etapas de mayor transformación en la historia de la filosofía peruana.
El período filosófico enmarcado entre el nacimiento y la muerte de Zulen nos ofrece la clave para entender la importancia y originalidad de su pensamiento. Esta etapa se inicia con la consolidación de la filosofía positivista en el Perú. Tras la derrota en la guerra con Chile, la confianza que el movimiento positivista había depositado en la ciencia fue asimilada por los intelectuales peruanos como una posible salida a la crisis de los años de posguerra. De hecho, en 1888, un año antes del nacimiento de Zulen, Manuel González Prada elogió la ciencia positiva en su famoso "Discurso en el Politeama", declarándola “redentora de la ignorancia de los gobernantes y la servidumbre de los gobernados”.
Pero en 1906, cuando Zulen ingresó a San Marcos, el positivismo ya había empezado a perder influencia entre los profesores y estudiantes de Filosofía. Alejandro Deustua, Jorge Polar y Mariano Iberico, quienes se habían iniciado como filósofos positivistas, lideraban este momento de transición influidos por el filósofo francés Henri Bergson. La influencia de Bergson sobre ellos, y también sobre Zulen, fue ejercida a través del concepto de intuición, que el francés presentó como un modelo de conocimiento alternativo al científico, paradigma del saber positivista. Pero lo que distinguió a Zulen de sus colegas fue la actitud crítica con la que enfrentó los textos de Bergson. De hecho, su tesis de bachillerato, "La filosofía de lo inexpresable", publicada en 1920, fue una dura crítica a la obra del pensador galo. Si esfuerzo por diferenciarse de los dóciles acólitos de Bergson es evidente desde el prefacio: “Por más entusiasmo que nos cause la manera de filosofar de Bergson, no debemos exagerar el valor de sus doctrinas. Este desmesurado exagerar le ha traído la denominación poco grata de ‘filósofo de moda’ […] su fama ha sido abaratada por la mercancía librera de admiradores ciegos, papagayos”.
Pasando a un plano estrictamente filosófico, la tesis de Zulen afirma que Bergson se equivocaba al pretender conocer lo que no puede conocerse —lo absoluto— valiéndose de la intuición, una facultad humana que solo puede captar “el devenir” del espíritu de quien intuye: “Bergson cree hallar, pues, el límite, la parte, el fragmento necesario de un todo en lo que sólo es un aspecto de ese todo. La intuición coge una movilidad, un flujo, una duración, un devenir, un cambio, un progreso, una creación, una libertad, un élan; pero de ello no se puede inferir necesariamente que lo absoluto sea alguna de esas cosas”.
En los dos pasajes que acabo de citar, Zulen se muestra como un filósofo que jamás se oculta detrás del discurso de otros. Por el contrario, compara argumentos y los pone a prueba, sin importarle la autoridad, el prestigio o la nacionalidad del filósofo que los ha elaborado. Esta forma horizontal y nada provinciana de practicar la filosofía es la gran lección que nos deja la tesis de bachillerato del joven Zulen.

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En 1924, luego de una accidentada temporada en la Universidad de Harvard, Zulen publica su tesis doctoral: Del neohegelianismo al neorrealismo. Uno de los aspectos más interesantes de este trabajo es su lúcida presentación de los filósofos neohegelianos (quienes, al igual que Bergson, combatían el positivismo), los pragmatistas (Josiah Royce, Charles Peirce, William James) y los neorrealistas (entre los que Zulen incluye a Bertrand Russell). A partir de las objeciones que le plantea a estos pensadores se puede reconstruir la filosofía que el peruano ya iba elaborando en aquel entonces, caracterizada, por un lado, por la negación del determinismo; y, por otro, por el dualismo entre mente y cuerpo. Según Jorge Basadre, un año después de la publicación de esta tesis, Bertrand Russell le envió una carta felicitándolo por “lo vasto y nuevo de su saber”. Lamentablemente, Zulen falleció antes de recibir la misiva. 
No es fácil evaluar lo que Zulen hubiese podido lograr como filósofo de haber seguido con vida. En palabras de Pablo Quintanilla, coeditor de la colección de textos de Zulen que acaba de publicar el Fondo Editorial del Congreso, “de no haber sido tempranamente su vida cortada, probablemente hubiera introducido en el Perú, de una manera más clara y contundente, el pragmatismo estadounidense en las vertientes de Peirce y Royce, así como la naciente filosofía analítica”. En todo caso, la natural horizontalidad con la que Zulen discutió con los filósofos más reconocidos de su tiempo, así como su negativa a convertirse en un mero intérprete de pensadores extranjeros, lo convierte en un modelo a seguir para aquellos peruanos que buscan participar del debate filosófico actual. Al fin y al cabo, ¿no se trata de eso la filosofía?

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