Octubre de 1997, partido en Santiago entre las selecciones de Perú y Chile por las eliminatorias Francia 1998.
Octubre de 1997, partido en Santiago entre las selecciones de Perú y Chile por las eliminatorias Francia 1998.

“Ante Chile no hay amistosos”, declaró provocadoramente Paolo Guerrero en la previa del último partido amistoso entre peruanos y chilenos disputado en octubre del 2014, luego del Mundial de Brasil. Dicho encuentro se jugó en Valparaíso y terminó con una holgada victoria local por 3 a 0. Pero aquella frase del delantero revelaba una cuestión crucial que la mayoría suele pasar por alto: la naturalización de una rivalidad hacia “lo chileno”.

Se podría decir que Guerrero solo reprodujo un imaginario ya perennizado a través de los años (Chile es siempre “el enemigo”), afianzado y cimentado por escuelas, libros, museos, y demás instituciones que el filósofo Louis Althusser llamó ‘aparatos ideológicos del Estado’. De ahí la cuestión: ¿cómo llegó este fenómeno a naturalizarse en el sentido común de la sociedad peruana? Y ¿qué papel jugó el fútbol en la construcción de esta rivalidad? Tal como ha sido expuesto por el sociólogo Aldo Panfichi, la historia del balompié ha sido, básicamente, una de rivalidades entre identidades opuestas, las cuales tienen la virtud de mostrarnos la existencia de antagonismos bastante arraigados en las sociedades. En el caso del Perú y Chile, resulta oportuno detenernos a examinar dicha rivalidad en detalle.

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El primer registro de enfrentamientos futbolísticos entre peruanos y chilenos se remonta a 1928, cuando el Santiago Football Club realizó una gira de confraternidad deportiva por Lima al calor de la reanudación de las relaciones diplomáticas entre ambas naciones. Como se conoce, ambos países habían roto vínculos en 1910 debido a las denuncias de chilenización en las regiones que permanecían en poder del vecino sureño.

Casi un año después, entre mayo y junio de 1929, fue el Colo Colo el que visitó Lima. Contratados por el empresario peruano de origen irlandés Jack Gubbins, los chilenos no pudieron llegar en mejor momento: durante su estancia se firmó el Tratado de Lima, el cual puso fin a las diferencias limítrofes. Incluso los deportistas sureños fueron invitados a Palacio de Gobierno por el Presidente Leguía, donde compartieron un momento de confraternidad. No fue casualidad, pues, que Leguía haya sido el invitado de honor al partido más importante de aquella gira, Colo Colo contra Alianza Lima, vigentes campeones de sus respectivos países.

No fue hasta el 26 de enero de 1935, en el marco del antiguo Campeonato Sudamericano de Selecciones, que peruanos y chilenos se enfrentaron oficialmente bajo los escudos de sus respectivas federaciones. El triunfo nos correspondió por 1 a 0 con gol de Alberto Montellanos. Lo que debe destacarse de este duelo es el carácter de confraternidad con que fue representado por la prensa en ambos países. Probablemente, esto se debió al legado del movimiento olimpista y a las políticas de integración postuladas por el Panamericanismo, que abogaban por el deporte como símbolo de hermanamiento entre los países sudamericanos.

Si bien esta representación cordial hacia los chilenos continuaría en las siguientes décadas, aquellos discursos se difundieron en la prensa al lado de narrativas nacionales que, en el caso peruano, terminaron por fundar el mito de nuestro estilo pícaro, individualista y habilidoso con el balón. Por su parte, el equipo chileno era comúnmente caracterizado como un elenco heredero de la tradición británica: un desempeño que priorizaba la velocidad, el vigor físico y el juego colectivo.

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El infausto momento vivido en el partido de 1997 (agresiones de carabineros, pifias a nuestro Himno Nacional) tuvo su preámbulo más álgido en los setenta. Es recién en esa década que podemos hablar de una rivalidad contenciosa. Incluso, como afirma el historiador Antonio Zapata, estuvimos a punto de ir a la guerra contra Chile hasta en dos ocasiones (1975 y 1979). No fue un secreto que ambas dictaduras militares utilizaron el fútbol políticamente en su afán de construir discursos de antagonismo social entre sus países. En ese contexto, un triunfo futbolístico frente al vecino era representado como un indicador de superioridad en el ámbito político-económico y, desde luego, como una fuente de orgullo y unidad nacionalista.

Perú y Chile tienen una larga historia de encuentros y desencuentros. Pero parece que en lo que al fútbol se refiere, solo se hace foco en los aspectos negativos más recientes. “La rivalidad va a existir siempre, al menos desde el aspecto deportivo”, ha dicho al respecto Ricardo Gareca el mes pasado, como haciendo eco al imaginario nacionalista. Es tarea de nosotros, los hinchas, intentar deconstruir ese pasado y examinar desde una mirada más ponderada este nuevo clásico del Pacífico.

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