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La serie rosa: que la noche os sea propicia... - 1
Ricardo Hinojosa Lizárraga


“En el silencio recóndito y mágico de las bibliotecas, ocultos tras encuadernaciones sobrias, preciosas, se esconden infinidad de tesoros. El más atrayente y embriagador nos lo confían los propios escritores. […] La serie rosa ha descubierto estas pequeñas joyas, estas exquisitas fantasías, para presentarlas ante ustedes, público culto y sensible. Así pues, hojeemos juntos lentamente estas páginas furtivas, secretas, cuyo perfume no ha evaporado el paso del tiempo”.

Mientras una edulcorada voz masculina justificaba la naturaleza de la serie con estas palabras iniciales, un interminable travelling nos conducía dentro de una antigua biblioteca en cuyas sombras, no era difícil imaginar, el Marqués de Sade mantenía un susurrar eterno con un Boccaccio extasiado. Momentos antes, el fondo encendido de la pantalla con el nombre de la serie y una sensual presencia coral de fondo se mostraban como inmejorable escenario para desatar las ansias de cualquier espectador de imaginación acalorada. Eran inicios de los años noventa cuando este peculiar programa hacía su lúbrica y sorprendente aparición en las pantallas de televisión locales, con historias escenificadas entre la Edad Media y el Renacimiento, en las que cortesanas, campesinas, burgueses y otros personajes protagonizaban fábulas marcadas por una sensualidad inquietante. La serie rosa había llegado para quedarse. Nunca el acento español calentó tanto.

La actriz Mel Lisboa en el papel de Anita, que la hizo conocida en Latinoamérica. (La presencia de Anita)

La actriz Mel Lisboa en el papel de Anita, que la hizo conocida en Latinoamérica. (La presencia de Anita)

Los domingos por la noche, en el Perú de aquellos años, no eran lo mismo sin ella. Aunque la mayoría parecían lejanas actrices francesas dobladas a un sensual castellano, no fueron pocos los que imaginaron encuentros imposibles con esas divas que, entre blondas, bombachas y encajes, permanecían siempre dispuestas a retozar entre los brazos de un joven incauto, de un pícaro amante o del anciano adinerado que consiguiera sus favores. Aunque en nuestro país recién pudo verse en la última década del siglo XX, lo cierto es que la serie ya ha cumplido treinta años desde la emisión de su primer episodio en Europa.

Para el televidente peruano promedio de aquellos tiempos previos al cable que quisiera disfrutar de una serie ligeramente hot, no había nada que lo salvara en la programación de nuestros siete canales de entonces. Esta realidad televisiva convertía las escenas de pasión de La serie rosa —donde era común avistar pezones, nalgas o vello púbico— en objetos de deseo, en todo sentido. “La primera serie con contenido erótico data de 1980, Yo, Claudio. La pasaron en canal 5, en el ciclo ‘Lo mejor de la televisión mundial’. Desde aquellos años, hasta los noventa, hubo una apertura en la televisión peruana bastante saludable, aunque ahora ha vuelto a la Edad Media”, nos dice Eduardo Adrianzén, guionista de series como La Perricholi o Bolero. Al mismo tiempo, asegura que en los últimos años este tipo de series ha perdido presencia en la televisión, no solo de nuestro país, sino en el mundo. Para él, que hace más de 20 años haya habido contenidos como La serie rosa y hoy eso no suceda se debe a la influencia de cierto poder religioso en la televisión nacional. “Hace años no estaba de moda que los auspiciadores quisieran tomar desayuno con el Opus Dei. Con esa presión es complicado tener libertad de contenidos”, indica. En cuanto a la televisión internacional, sostiene que quizá el hecho de que Internet ponga la pornografía a solo un clic de distancia de nosotros ha hecho que disminuya la producción y emisión de series eróticas. “Es un fenómeno global: hoy a la televisión le preocupan más los contenidos aptos para todos”, dice Adrianzén.

Mónica Sánchez como La Perricholi en la serie escrita por Eduardo Adrianzén en 1992. (Archivo Histórico El Comercio)

Mónica Sánchez como La Perricholi en la serie escrita por Eduardo Adrianzén en 1992. (Archivo Histórico El Comercio)

Para Raúl Castro, catedrático en la maestría de Antropología Visual de la Universidad Católica, el contenido erótico, tal como lo conocimos, sean las películas de alto voltaje como El último tango en París o series como “la rosa” han dejado de ser populares o masivas porque en su lugar hay muchísima autoproducción aficionada en la red. “Los shows eróticos de la realidad son los que dominan ahora la economía de la atención en las plataformas mediáticas híbridas, las que convergen en las pantallas de la gente a través de móviles, PC y televisores”, asegura, y se muestra de acuerdo con lo dicho por Adrianzén cuando sostiene que “otra idea tiene que ver con la autorregulación de los medios corporativos. Al estar expuestos al monitoreo de los gremios y a la vigilancia ciudadana, optan por llevar entretenimiento familiar, o con advertencia. Cuando la cosa pasa la delgada línea roja y se hace más audaz, se segmenta, y se manda a contenido exclusivo como Game of Thrones o las series sobre Roma”.      

—Rosa salvaje—

Fueron solo 28 los episodios de la serie —de 26 minutos cada uno— filmados hasta 1991. Realizada en coproducción francesa con Televisión Española, fue emitida por el canal galo FR3 desde el 8 de noviembre de 1986 y transmitida, a su vez, en otros canales de Europa, Latinoamérica y Estados Unidos, con nombres como Erotisches zur Nacht y Softly from Paris. Su génesis tuvo en Pierre Grimblat —un hombre que había sobrevivido a una condena a muerte por su labor al lado de la resistencia francesa contra los nazis durante la Segunda Guerra Mundial— uno de sus factores fundamentales. Grimblat, quien ideó la serie y produjo varios episodios, había llegado a trabajar con nombres como Serge Gainsbourg, Jean-Luc Godard, Jeanne Moreau o Fernando Rey.

La serie rosa también contó con otras participaciones interesantes. Harry Kümel, quien había dirigido a Orson Welles en la extraña Malpertuis (1971), tuvo a su cargo varios capítulos. Jaime Chávarri, el director de Las bicicletas son para el verano (1984), dirigió el episodio “Lady Roxanne” (basado en una obra de Daniel Defoe), con una impresionante Laura Bayonas como protagonista (con una recordada escenita nada infantil en un columpio); y el ya de culto “Elle et Lui”, donde participó la hoy celebradísima Penélope Cruz, causando polémica con su primer desnudo a los 17 años.

—Del amor y otros dominios—

Pero esos no son los únicos capítulos destacados de esta serie que, en tratamiento y estética, no poco le debe al Decamerón o a Los cuentos de Canterbury, de Pasolini. “El invernadero” podría llevarse el premio mayor. La actriz Olivia Brunaux —quien más tarde tuvo un pequeño papel en Luna de hiel, de Roman Polanski— nos obsequió, en cada uno de sus movimientos, la clave del erotismo eterno. La sensualidad evocada en la cuidadosa fotografía y la musicalización cómplice no eran nada comparados con el festín epidérmico que muchos adolescentes de entonces disfrutábamos, sobreponiéndonos, con ciego furor, a cualquier ambición artística de la serie. Otros momentos cumbres en el monte de Venus de nuestra memoria erótica fueron el capítulo inicial, donde Augustine de Villebranche es el motivo de desvelo de un hombre que termina disfrazándose de mujer para calzar con los sueños lésbicos de su amada. El episodio conocido como “El alumno” también nos propone una premisa sugestiva: la pícara empleada que llega a una casa donde se cruza con un abuelo libidinoso y un joven que asegura no haber visto nunca un seno y no saber nada de sexo. Luego están “La mandrágora”, “El almanaque”, “La dama galante”, “El estilo Pompadour”, “Hércules a los pies de Omphale”, entre otras piezas que se recuerdan con esa nostalgia genuina que duerme acurrucada en nuestras fantasías de ayer, hoy y siempre.

Otros calores

Los pecados de Inés de Hinojosa

“Inés de Hinojosa pecó. Pecó por inocencia. Pecó por rencor. Pecó por deseo. Pecó por mujer. Pecó porque era bella, endemoniadamente bella”. Con esta apañadora frase se presentaban las correrías sexuales y amorosas de esta dama del siglo XVI. Grabada en 1988, Los pecados de Inés de Hinojosa fue un recuento de las calenturas excesivas de esta sacavueltera colonial y sus desnudos y escenas lésbicas encendieron a todos. Amparo Grisales y Margarita Rosa de Francisco, más tarde reconocida protagonista de Café con aroma de mujer, interpretaron los papeles principales de la serie.

Tieta

Creación original del siempre caliente Jorge Amado (Doña Flor y sus dos maridos y Gabriela, clavo y canela), Tieta presenta el clásico personaje femenino que, una vez alcanzados la fortuna y el éxito, vuelve a su pueblo a reencontrarse con su pasado y, por qué no, para hacer ostentación de su opulencia monetaria y sexual. Protagonizada por Betty Faria (recordada por sus papeles en Baila conmigo y De cuerpo y alma), Tieta causó revuelo en 1989 por mostrar a una cuarentona como una provocadora, esbordada e insaciable, que no tenía reparos en utilizar como armas sus aún apetecibles carnes, incluso frente a un curita.

La presencia de Anita La Lolita latinoamericana por excelencia. Anita fue el torbellino sexual protagonista de esta historia que, basada en un libro de Mário Donato, intentó sonrojar al mismísimo Nabokov. Producida por O’Globo en el 2001, fue interpretada por Mel Lisboa quien, en su primer protagónico, sorprendió al público al encarnar con convicción a una inquieta adolescente que le hace perder la cabeza a un serio y metódico escritor.

La Perricholi

La ardiente coquetería de la mujer limeña se mostró en su máximo esplendor en La Perricholi, la dama virreinal que escandalizó y sedujo tanto a la capital de su tiempo, como a la de los noventa. Mientras la fama de Mónica Sánchez como actriz crecía, hijos y padres se convertían en los virreyes Amat de la casa, gracias a la serie escrita por Eduardo Adrianzén en 1992.

Xica da Silva

La turgente Taís Araujo fue aclamada por este papel, donde interpretó a una mulata que, durante el siglo XVIII, pasó de ser esclava a convertirse en un poderoso personaje del Brasil de entonces. El candente erotismo se intercalaba con momentos extremos de violencia donde se mostraba el sufrimiento de los esclavos de entonces. Una curiosidad: la mismísima Cicciolina participó en algunos capítulos como Ludovica de Castelgandolfo.

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