Fragmento de "Estrella solitaria", de Jerónimo Pimentel
Fragmento de "Estrella solitaria", de Jerónimo Pimentel

Ese día era el concierto de Nacho, pero desperté con Escovedo, quien cantaba:
Next time you see me. I’m gonna smile for the camera. Like some wild man from Pompei…
    Y pensé: es hermoso pero no es Nacho.
    Y escribí el inicio de mi próximo proyecto, el número 14: "Poema-homenaje a René Char". Un libro de aforismos líricos numerados a la manera de "Furor y misterio": 
    1. No se agotan los estilos, sino los poetas. 
    2. Todo el día rondando alrededor de una idea. Las palabras acechan queriendo fertilizarla. No ocurre nada. La tarde se extingue en el sitio. 
    3. Nada mejor para la poseía que no encontrar tu voz.
    4. La muerte, esa oportunidad de rectificar. 
    5. Amigos, oportunidades perdidas. 

    Y salí.
    Previendo la inminente descarga de energía nocturna hice del desayuno un brunch y a mediodía me castigué con dos empanadas de queso (sin ají, qué incivilidad, libelo 15: componer una lista con tono de venganza à la Bloy de países que no han desarrollado el picante en su gastronomía), proseguí con un bife mariposa bañado de abundantes papas fritas correctamente acompañadas por una pequeña ensalada de lechuga y tomate —para dar color— y finalicé con tres alfajores repletos de dulce de leche y un espresso sin cafeína, pequeño lubricante diseñado para favorecer el descenso intestinal. Caminé un poco en claro mensaje a mi tracto, cuyas responsabilidades libré parcialmente con Sal de fruta Eno, polvillo que delicadamente dejé caer sobre un vaso de agua antes de mi oportuna siesta vespertina, asumiendo que en tres o cuatro horas, cuando resucite, iría a mandar un poderoso y atlántico fax submarino a la Casa Blanca, luego del cual quedaría descansado y ligero para hacer frente a los rigores del concierto. 
    Y así fue. 
    Todavía era tarde y Spandelli Imperatore, Nacho bilocado y este servidor llegábamos al Harrods con los ojos enceguecidos, puesto que es difícil evitar la subordinación intrínseca que define la relación entre creador y creyente. Así, afectados por el espectáculo aún si recibir, trasladamos nuestra alienación a la ciudad, que nos aceptó gozosa, como una amante pobre pero digna. Todo empezó con un tarareo, una melodía que pudo ser “Nuevos planes, idénticas estrategias” pero que terminó siendo “Noches árticas”, tal vez porque teníamos frío y caminábamos lento, preocupados porque nuestro arrullo invada el paisaje urbano y lo ralentice otorgándole un efecto entre canábico y cómodo que llamaba la atención sobre una luz cada vez más oblicua, austral, tan propia de estas latitudes, que refractaba en la tarde colores insospechados que pronto desaparecían como los últimos destellos de una lámpara que ha estado prendida mucho tiempo y es de pronto apagada por un niño, televisor antiguo que tarda en morir, dice Spandelli, y yo afirmo con la cabeza mientras Nacho the unborn pregunta ¿de dónde salen estas cantidades enormes de salitre donde antes nos pareció no ver nada?, y es verdad, el salitre se multiplica como la doble negación, enormes cantidades de salitre expectorado por la humedad se acumula en las calles como el detritus blanco de una construcción fallida, el exceso residual es un síntoma inequívoco de declive en cualquier sociedad industrial, pontifico, o tal vez solo sea una premonición apocalíptica o arte urbano o el homenaje final que un artista porteño hace a una novela de Alan Moore, digo, esto es Buenos Aires y puede pasar cualquier cosa, y me siento importante, aunque detecto todo tipo de defectos en el acabado, en la ejecución, en la manufactura, calles mal delineadas, una zonificación impropia, arribismo europeísta, dice Spandelli, solo salvado por Sarmiento, agrega, y yo digo Perlongher, y el sosias de Nacho grita ¡Zelarayán! y nos excita un poco recitar su poesía atravesando Rivadavia e inquirimos a nuestro obeso amigo por si la triste gente de Buenos Aires ha tenido el decoro mínimo de erigir un monumento al poeta que salvó sus almas de la muerte espiritual y el obeso Spandelli canta: “Hay que inventar el fuego, pensarían algunos”, y yo le respondo: “Yo en cambio pienso en los reflejos del tren que pasa de noche junto al río Salado”, y el fantasma triste de Nacho Vegas termina: “No puedo dormir cuando viajando de noche sé que tengo a mi derecha el río Salado”, repite, “el río Salado”, esto podría ser Springsteen, comento, y Spandelli empieza a cantar algo del Nebraska y del Nebraska pasamos no sé cómo a Gómez Jattin, lo veo caminar desnudo  con una flor en la boca, cuento, y Gómez Jattin nos acompaña rascándose la cabeza con una mano y masajeándose el sexo con la otra, a las señoras de Buenos Aires les escandalizan sus facciones sirias, lo puedo notar, su extraña barba libanesa, ese andar chueco, esquinado, tan mal visto por la mirada italiana que le grita “turco”, pero hay algo conmovedor en su curiosa condición de lumpen a punto de alcanzar la iluminación y diseccionamos los rasgos formales de su poesía como si fuera el cónclave que tres entomólogos dan sobre patas de insectos, y desarrollamos las carencias de la literatura latinoamericana de la misma forma en la que un especialista en normativa analizaría la penosa evolución del castellano porteño, con rigor, estonazos, sintiendo cómo poco a poco una canción va montándose en nuestros labios y nuestros labios se mueven respondiendo al crescendo de una pared sónica que ondula y ondula y del fondo empieza a caminar queriendo acercarse a nosotros mientras los pasos resuenan sobre largos listones de madera que prolongan una sombra negra que ya apenas se mueve y ante un micrófono quieto canta: 
    Hooyyy de nueeeevoooo… cerraremos loooos ooojos… deseeando con devoción… unanueeevaaa nooocheártica… y delnegrooo más puro… 
    Y cinco mil personas: 
    nocomoeeeldelaooscuridaaaad…
    Y el rey: 
    sinocomoeldelééébano… asínueeestros pulmooones… seaneganenunsueño… queenveneeenaaa y queeesaaanaaa… Y todos: 
sueeeñosdeeeenochesááárticas…

    Y dios: 
    queenveneeenaaa y queeesaaanaaa…
    Y el rasgueo de fondo con su suave distorsión permanece y permanece como una barrera que se resiste a caer mientras la música se debilita hasta ser solo un pequeño sonido que lucha incomprensiblemente ante el pasmo magno de Spandelli the infamous, Nacho irreal y yo, las tres personas que en este momento formamos el rincón más hermoso de la Tierra. 

Libro: Estrella solitaria
Autor: Jerónimo Pímentel
Edición: Fondo de Cultura Económica
Precio: S/ 25,00

Vida y obra: Jerónimo Pimentel (Lima, 1978)
Poeta, narrador, editor y columnista de El Dominical. Es autor de la novela "La ciudad más triste" (2012) y de los poemarios "Marineros y boxeadores" (2003),  "Frágiles trofeos" (2007), "La muerte de un burgués" (2010) y "Al norte de los ríos del futuro" (2014).
    "Estrella solitaria" se presentará el jueves 28 de julio, a las 20:00, en la sala Ciro Alegría de la FIL, con la participación de Alonso Cueto y Jeremías Gamboa.

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