El cuadro de Waterhouse ha despertado sospechas por la exhibición de varias adolescentes con el torso desnudo. [Foto: Manchester Art Gallery]
El cuadro de Waterhouse ha despertado sospechas por la exhibición de varias adolescentes con el torso desnudo. [Foto: Manchester Art Gallery]
Claudia Salazar



Recientemente, en diversos lugares del mundo, ha habido intentos de censurar ciertas obras de arte con la excusa de que ofrecen una versión “ofensiva” de la sexualidad. En determinados contextos, estos intentos han sido relacionados con el movimiento #MeToo, a través del cual muchas mujeres salieron a hablar públicamente, después de años o incluso décadas de silencio, sobre las agresiones sexuales que habían sufrido. Parece importante reflexionar sobre la relación entre los intentos de censura al arte y las expresiones de la sexualidad, con este momento de arrollador avance del feminismo en que por fin las mujeres alzan sus voces. Este avance parece espantar a muchos y ha provocado una reacción del puritanismo más rancio.

El pasado diciembre, más de diez mil neoyorquinos recolectaron firmas para pedir al Metropolitan Museum of Art que retirara el cuadro “Thérèse Dreaming”, de Balthus, por representar de una manera muy sexualizada a una adolescente. Si el cuadro no era retirado —continuaba el reclamo—, el museo debía contextualizar su inserción haciendo explícito el interés del pintor por las chicas jóvenes. La respuesta del MET fue no retirarla, pues “el arte debe representar diversas épocas y no solamente la actual”, y recalcó su misión de “estudiar y conservar obras de arte significativas para conectar a la gente con la creatividad, el conocimiento y las ideas”.

Semanas atrás hubo otro incidente, esta vez en la Manchester Art Gallery, en torno al lienzo “Hilas y las ninfas” de John William Waterhouse, en la que vemos a Hilas, el amante de Hércules, a punto de ser secuestrado por ninfas representadas como jóvenes adolescentes con los torsos desnudos. Los curadores decidieron retirar el cuadro para no provocar un debate sobre la selección de las pinturas de la galería. La mayoría de reacciones en medios de prensa y redes sociales fueron de rotundo rechazo a lo que se interpretó como una censura. En el ámbito de habla hispana, la prensa transmitió la noticia a medias, y solo horas y una oleada de indignación después, agregaron que el retiro del cuadro se daba en el marco de una performance propuesta por la artista Sonia Boyce. Ella llamó a todo esto “arte en acción”: una manera de poner a la gente a conversar sobre arte y procesos de curaduría.

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No es casual que ambas situaciones se den en plena efervescencia del #MeToo, movimiento por el que conocidas actrices de Hollywood han dado a conocer los abusos de Harvey Weinstein, uno de los más poderosos empresarios del medio cinematográfico. Las actrices revelaron la manera en que muchas de ellas fueron sometidas a chantajes sexuales para no arriesgarse a perder trabajos y dejar sus carreras en ruinas. Como un serio efecto dominó, se han multiplicado las acusaciones y entre ellas está esa potente imagen de las jóvenes exintegrantes del equipo estadounidense de gimnasia que desfilaban una tras otra revelando años y años de abusos por parte del médico del equipo. Las mujeres no quieren permanecer más en la situación de silencio frente a tantos años de abusos sistemáticos y se niegan a quedar como víctimas. Es un punto de inflexión histórico. Un pachacuti.

“Thérèse Dreaming”, la obra del polaco-francés Balthus también fue víctima del puritanismo. [Foto: MET]
“Thérèse Dreaming”, la obra del polaco-francés Balthus también fue víctima del puritanismo. [Foto: MET]

Cuando las estructuras retumban y se tambalean, vienen los coletazos. Pienso en las intelectuales y actrices francesas —Catherine Deneuve entre ellas— que publicaron una carta tachando al #MeToo y al feminismo contemporáneo de puritanos. Pero las francesas exageraron y su postura frente al feminismo es francamente errónea.

Hay una ola de puritanismo censurador, sí, pero esta no viene del feminismo. Un caso reciente ha sucedido con Egon Schiele. Para celebrar los cien años del nacimiento del artista, la municipalidad de Viena decidió organizar por toda la ciudad exposiciones de sus cuadros de desnudos y luego llevarlos por distintas ciudades europeas. Alemania y el Reino Unido se negaron rotundamente a presentar las obras tildándolas de “pinturas pornográficas”. Como respuesta, los vieneses han colocado una banda sobre los afiches que anuncian la muestra para ocultar los genitales que dice: “Lo sentimos, tiene cien años, pero aún es muy atrevido” y el hashtag #AlArteSuLibertad.

Si no es el feminismo, ¿cuál es entonces el origen de estas censuras? ¿Qué es lo que realmente produce espanto en estos cuerpos desnudos?

En 1966 Susan Sontag concluía su ensayo Contra la interpretación con estas palabras: “Lo que importa ahora es recuperar nuestros sentidos. Debemos aprender a ver más, a oír más, a sentir más. […] En lugar de una hermenéutica, necesitamos una erótica del arte”. Este aprender a ver más es una buena entrada para pensar en las relaciones entre arte y sexualidad en este tiempo en que las mujeres, gracias a las propuestas feministas, van tomando espacios que antes no se veían y que abren nuevas maneras de entender y vivir el erotismo.

En buena parte del arte europeo, como lo señaló John Berger en su documental Ways of Seeing (que se puede ver por completo en YouTube), la desnudez de la mujer ha sido representada para el placer de un espectador masculino. La mujer ha sido usualmente mostrada como un sujeto pasivo y disponible para satisfacer otros apetitos que no siempre son los suyos. Esta mirada ha provocado, a lo largo de la historia, la demonización de la sexualidad femenina y la construcción de los arquetipos de la bruja y la prostituta como resultado del pánico ante una sexualidad femenina desbordada. Porque ese desborde implica una posible subversión de las relaciones de poder.

En el mundo occidental, el catolicismo y el protestantismo estigmatizaron los placeres de la carne al considerarlos pecaminosos. Como ha señalado Michel Foucault en su Historia de la sexualidad, el sexo no es algo meramente natural, sino un instrumento de poder que ha construido aparatos de sujeción durante siglos. Este, según Foucault, ha permitido al Estado regular poblaciones, disciplinar cuerpos, clasificar identidades, vigilar a niños y las familias, y distinguir lo normal y lo perverso. El pánico a la sexualidad es un pánico a su potencialidad perturbadora.

Obra de Egon Schiele
Obra de Egon Schiele

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Por otro lado, el silenciamiento es una estrategia típicamente machista. Como ha señalado la historiadora Mary Beard en Mujer y poder, recientemente publicado, el poder del hombre y la configuración de su masculinidad están correlacionados con su capacidad de silenciar a las mujeres. Telémaco hace callar a Penélope para ir ocupando el lugar dejado por Ulises. ¿Cómo pasamos entonces de considerar la liberación de la sexualidad femenina como algo perturbador y transgresor, a creer que estas censuras al arte tienen algo que ver con el feminismo?

De hecho, no tienen nada que ver. Como feminista, pienso que la censura no tiene cabida en esta lucha por una sociedad más igualitaria, donde se respeten los derechos, la dignidad y la vida las mujeres. Esas estrategias de censura, silenciamiento e invisibilización provienen de sectores que pretenden mantener un statu quo que no solamente afecta a las mujeres, sino también a los hombres. El patriarcado nos fuerza a vivir en un marco jerarquizado que ya no da para más y que mantiene infelices a hombres y mujeres, que mantiene una cultura de la violación donde se enseña a las mujeres a cuidarse para no ser violadas en lugar de enseñar a los hombres a no violar. Una cultura que devasta a los hombres más jóvenes y los empuja a cometer actos de extrema violencia (recientes estudios están demostrando la relación entre las masculinidades tóxicas y los frecuentes tiroteos en Estados Unidos).

El trabajo del feminismo en la producción artística se ha enfocado en visibilizar la perspectiva femenina y rescatar a las mujeres creadoras cuyo trabajo ha sido borrado a lo largo de la historia. En esto se enfocan los feminismos, y no en censurar del arte. Cerrar nuestra mirada a la otra mitad de la población mundial es perder de vista esa perspectiva que necesitamos para derribar las narrativas patriarcales que son el origen de la discriminación de género. ¿Cómo hablar de arte sin pensar en Remedios Varo, Tilsa Tsuchiya o Tarsila do Amaral, cuya recién inaugurada exhibición en el MoMA nos recuerda la importancia de su creación para el modernismo brasileño?

El origen de estas censuras puritanas es la reacción desesperada frente a las mujeres que, por fin, levantan la voz. Los feminismos, en su diversidad, proponen crear un mundo donde podamos vivir nuestra sexualidad sin temor a que seamos objeto de burla, de represión o de que nos maten frente a una justicia que parece inoperante (como acaba de suceder con el caso de Arlette Contreras). Sabemos bien que borrar, retirar o censurar el arte no es una respuesta.

No queremos hacerle al arte lo que nos han hecho a las mujeres durante toda la historia. Frente a los imaginarios y producciones culturales que cosifican a las mujeres nuestra respuesta es crear nuevas representaciones. Respondemos desde la creación, no desde la censura. Necesitamos crear un mundo con nuevas posibilidades donde la vida sea mejor para todas las personas.

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