Raymond Chandler ( 1888 - 1959 ) marcó la historia de la novela criminal. Sus obras han sido llevadas al cine más de una docena de veces.
Raymond Chandler ( 1888 - 1959 ) marcó la historia de la novela criminal. Sus obras han sido llevadas al cine más de una docena de veces.

Por Hernán Migoya

Hammett era más conciso, Cain más sutil, Spillane más violento, Williams más emocionante, Goodis más sentimental, Thompson más retorcido, Fleming más sexual... Pero, en el justo centro de todos ellos y con un poco de todos esos ingredientes, se podría encontrar Raymond Chandler. Tal vez por eso se le considera sin discusión el creador del modelo más estilizado y universal del detective privado, entendido como héroe reticente moderno de un patrón literario (el policial o, más específicamente, el detectivesco) que le hace caballero rodante en escenarios urbanos a la búsqueda de una justicia no siempre legal, remando entre un aluvión de crímenes y fechorías con ironía desencantada y una romántica melancolía que terminarían por convertirse en los estereotipos asociados por siempre al género y sus imitaciones satíricas.

La literatura de Chandler resume lo mejor y peor de esa categoría: él es su cumbre y su parodia. Su andanada de símiles rebuscados y sarcasmos de chancón de clase bordean el ridículo y rozan lo sublime; lo enrevesado de sus tramas no aguantan un análisis realista, pero inauguran un hábitat semionírico con sus reglas propias (violencia, sexo, integridad ética, ingenio verbal, autodesprecio), donde el trayecto por ese mundo de corrupción generalizada y hastío existencial importa más que la identidad del asesino. Enseguida los demás autores seguirán su ejemplo, casi inconscientemente. Y es que no hace falta mucho esfuerzo para imaginar la pantomima de un investigador que enarca una ceja cada vez que pronuncia una frase pretendidamente mordaz ante una femme fatale que terminará de modo inevitable en sus brazos.

Sin embargo, nadie lo hizo mejor que él.

                          —Un padre antiheroico—
Lo fantasioso del universo creado por Chandler coincide con la grisura de su imagen: nacido el 23 de julio de 1888 en Chicago (Illinois), fue hijo de un ingeniero civil con apego al alcohol que terminó por abandonar a su familia. La madre, de origen irlandés, se mudó con él a Londres para proveerle de una buena educación.

Su carácter no era decidido ni sociable: tras renunciar a ser funcionario, se dedicó sin mucho éxito al periodismo, buscando un camino de realización sembrado de titubeos y reticencias. En sus propias palabras, “no fui en absoluto un joven feliz”.

A los 24 años regresó a los Estados Unidos y se instaló en Los Ángeles, para enseguida participar en la Gran Guerra: pocos biógrafos subrayan el efecto devastador que debió causarle el cruento frente francés, que abandonó cuando sus compañeros se disponían a un baño de sangre final... “Cuando diriges un pelotón de hombres contra una ametralladora, nada vuelve a ser lo mismo”. ¿Fue el vulnerable hidalgo Marlowe su intento de redención ante los horrores bélicos del pasado?

A su vuelta, se relacionó sentimentalmente con Cissy, mujer casada y 18 años mayor, madrastra de un camarada del ejército con la que pudo contraer matrimonio tiempo después; en concreto, tras la muerte de su madre, quien desaprobaba la unión. Chandler pasó de contador a próspero vicepresidente de un conglomerado petrolífero, pero su incipiente alcoholismo, su absentismo laboral cuando no ejercía la promiscuidad con compañeras de trabajo, y sus tendencias depresivas, junto a la debacle económica que trajo el crack de 1929, provocaron su despido.

Humphrey Bogart interpretó a Philip Marlowe en 1946 y desde entonces la figura del actor es permanentemente relacionada con la del detective.
Humphrey Bogart interpretó a Philip Marlowe en 1946 y desde entonces la figura del actor es permanentemente relacionada con la del detective.

                      —El autoplagiario exitoso—
Chandler aprovechó ese período de penurias laborales para centrarse en escribir: así pasó meses elaborando historias de género criminal al estilo de la mítica revista Black Mask (donde reinaban maestros como Dashiell Hammett o Carroll John Daly), hasta lograr debutar en sus páginas en 1933. Tras encajar una veintena de relatos en diversas publicaciones pulp, algunos de los cuales reutilizaría para forjar los argumentos de sus novelas posteriores (proceso que él definía como “canibalización” de su propio trabajo), en 1939 creó una primera obra larga, El sueño eterno, donde nació su detective legendario, Philip Marlowe, ya con todos sus atributos nítidos, al ser una refundición de otros personajes similares —el nombre también lo rescata del cuento “Finger Man”— desarrollados en esas narraciones previas.

Chandler contaba ya 51 años: siguió una época de éxito y prestigio mal asumidos debido a su personalidad torturada, cuando la insatisfacción casi constante ante sus propias novelas (las siete que protagonizó Marlowe) y sus disputas como guionista en el rígido mecanismo de Hollywood marcaron la pauta. En 1944 coguionizó, junto a su director Billy Wilder, la adaptación de Perdición, la hermosa y sórdida aventura pasional escrita por James M. Cain; en 1946 obtuvo su segunda nominación a un Óscar por su guion original para La dalia azul, de George Marshall, trabajo que había exigido escribir bajo la condición de estar borracho; en 1951, adaptó una novela de Patricia Highsmith cuya trama él consideraba inverosímil, Extraños en un tren, para el mismísimo Alfred Hitchcock, con quien mantuvo numerosas peleas (llegó a llamarle “ese gordo bastardo”) hasta el punto de retirarse la palabra.

                             —Decadencia y the end—
Ya instalado en La Jolla (California), con la muerte de su esposa en 1954 llegó el declive definitivo: propenso a cierto histerismo escénico, uno de sus intentos de suicidio lo anunció a la policía horas antes, como grito desesperado de ayuda. Los agentes lo encontraron metido en la tina, mirando al vacío, pero ileso: había disparado al techo. Otra muestra de su debilidad de carácter: no fue capaz de recoger las cenizas de Cissy, que permanecieron 57 años en el sótano de una funeraria.

En 1959, una neumonía se lo llevó al otro mundo: en este, su herencia fue a parar a manos de su agente literaria, Helga Greene. Finalmente, el 2010 varios admiradores de Chandler lograron que sus restos y los de Cissy reposaran juntos, bajo un epitafio marloweniano, aguafiestas a más no poder: “Los muertos pesan más que los corazones rotos”.

                              —Marlowe no es Bogart—
Aunque siempre asociamos la imagen de Humphrey Bogart con Philip Marlowe desde que la estrella de Hollywood lo interpretara en El sueño eterno (1946), el detective privado de Chandler no tiene mucho que ver con el aspecto estragado ni la “mirada húmeda” (como la definió Vázquez Montalbán) del alcoholizado actor: Marlowe es un caballero sensible y apolíneo en las soleadas o lluviosas calles californianas, metido a investigador al ser expulsado de la oficina del fiscal del distrito por insubordinación, lo que marca su férrea transparencia moral; no se trata desde luego del mujeriego inmaduro del filme de Hawks que coguionizara Willliam Faulkner. Además, se diría que tras sus chascarrillos ante las damas osadas hay más miedo que misoginia. Su autor siempre vio al galante Cary Grant, no por casualidad británico, como el Marlowe idóneo, lo que incide en el homoerotismo subyacente en muchas de sus líneas.

De los actores que sí encarnaron a Marlowe (el primero de todos muy del gusto de Chandler: Dick Powell en una cinta de 1944, El enigma del collar, de Edward Dmytryk), el más entrañable resulta Robert Mitchum, quien lo hizo en dos ocasiones en edad más que madura, con Adiós, muñeca (1975) y una nueva versión de El sueño eterno (1978) trasladada a Londres.

Quedó clarísimo que un joven Mitchum debería haber sido también Marlowe en el Hollywood de los cuarenta.

Philip Marlowe es un detective privado ficticio presente las novelas, incluyendo "El sueño eterno" y "El largo adiós" de Raymond Chandler
Philip Marlowe es un detective privado ficticio presente las novelas, incluyendo "El sueño eterno" y "El largo adiós" de Raymond Chandler

                              —Marlowe resucitado—
En su ensayo El simple arte de matar, Chandler marcaba distancias con la novela-enigma, pero lo más enigmático es cómo un autor tan desentendido de sus tramas logró hacer girar el futuro del género en torno de sí. Del Lew Archer de Ross Macdonald al Harry Bosch de Michael Connelly, sus deudores son legión.

Lo que sí nadie esperaba era que el propio Marlowe sobreviviera a su autor en otras manos. Su primera resurrección tuvo lugar con ocasión del centenario del maestro, en Poodle Springs (1989), partiendo de cuatro capítulos que Chandler dejó terminados y que continuó su lazarillo Robert B. Parker. Pese a que comparte su tendencia al suspiro, Parker no cuenta con su predicamento fuera de los Estados Unidos ni del gueto policíaco. Aun así, en 1991 contraataca con Perchance to Dream, ¡una secuela directa de El sueño eterno! Para muchos fans de Chandler, resultó imperdonable que se incluyeran extractos de la novela original, que hicieron palidecer aun más la prosa del sustituto.

Hace solo cuatro años, el premio Booker John Banville lanzó una nueva novela de Philip Marlowe, firmada con su pseudónimo ‘criminal’, Benjamin Black. La rubia de ojos negros no es Chandler, pero es lo segundo mejor que le podría pasar a Marlowe, de igual modo que la segunda frase del libro es mejor que la primera: “El teléfono en mi despacho tenía la apariencia de algo que se sabe vigilado”. Y, como siempre, mejora si uno no piensa que imita a Chandler.

Y precisamente esta semana, el mercado estadounidense acogió el lanzamiento de Only to Sleep, nuevo intento de replicar a Marlowe por parte de otro británico, Lawrence Osborne, elección esta vez más arraigada en una prosa elegante que en una vinculación ortodoxa al género. Osborne rehúye el pastiche y nos invita a conocer a un Marlowe de 72 años fuera de su entorno habitual, como si copiara los recientes pasos del Torpedo 1936, de Sánchez Abulí.

Pero ¿quién quiere leer copias del personaje original cuando lo que más se ama es el estilo del creador del personaje? “Los tipos duros somos irremediablemente sentimentales”, solía decir Chandler. Una dureza impostada, pero muy fructífera en la ficción.

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