Ferlinghetti
Ferlinghetti

Siento que sin Allen Ginsberg no hubiese habido alguna Generación Beat reconocida como tal. Solo hubieran sido grandes escritores separados en un vasto paisaje”, reflexionó Ferlinghetti hace unos años sobre el autor que cambió todo gracias a ‘Aullido’, un poema revolucionario para su tiempo (1956) —e influyente aún hoy—, cuyos decibeles podían medirse más en sensaciones y estremecimientos de conciencia que en niveles auditivos. Sus alusiones al consumo de drogas, el sexo explícito y la homosexualidad hicieron que algunos lo consideraran un panfleto depravado. A pesar de que William Burroughs ya había publicado “Yonqui” en 1953, fue solo después del poemario de Ginsberg que los beats llamaron mucho más la atención, tanto del público como de los críticos. Kerouac publicaría “En el camino” en 1957 y Burroughs haría lo propio con “El almuerzo desnudo” en 1959. Ferlinghetti fue parte activa de aquellos años remotos, lo que lo convierte en uno de los sobrevivientes más destacados de la historia literaria del siglo XX.

El intrépido editor de ‘Aullido’
Aunque técnicamente no es el último sobreviviente de aquella generación —pues aún persisten en poesía Gary Snyder (N. en 1930), Michael McClure (N. en 1932), Diane di Prima (N. en 1934), Joyce Johnson (N. 1935) o Hettie Jones (N. en 1934)-, Lawrence Ferlinghetti sí puede jactarse de haber sido actor fundamental en forjar el éxito, fama y prestigio del movimiento beat, extraído del underground y convertido en fenómeno sociocultural estudiado y admirado hasta hoy. Y es que Ferlinghetti —también fundador de la librería City Lights de San Francisco, llamada así en honor a la película de Chaplin— fue el intrépido editor de aquel “Aullido”. Tras su publicación, se le inició un juicio tanto a él como a Shigeyoshi Murao, legendario encargado de la librería, por la difusión de literatura obscena.

Finalmente, ambos quedaron libres de todos los cargos, gracias a la Primera enmienda. Esta victoria facilitó la publicación posterior de autores como D.H. Lawrence, Henry Miller o Jean Genet, antes censurados.

Sin embargo, la poderosa voz que surge de aquel libro emblemático no es la única contribución del centenario poeta a la literatura universal. Aunque opacada por su labor editorial, su propia obra lo es —basta recordar su poemario “Un Coney Island de la mente”—, tanto como el protagonismo cultural ganado por City Lights como vitrina para jóvenes, rebeldes y talentosos nuevos poetas, en sus más de 65 años de existencia. “Un escritor no se retira hasta que no puede sostener el bolígrafo”, le dijo hace solo 3 años al diario “El País”, que fue a visitarlo al barrio italiano de North Beach, en San Francisco, donde vive solo desde que enviudara en 1976. Aunque tiene dos hijos, uno de los cuales lo visita muy seguido, el canto de las gaviotas que resuena desde el puerto es su única compañía cotidiana.

Las mejores mentes de su generación
“A medida que envejezco/ percibo que la vida/ tiene la cola en la boca/ y otros poetas y otros pintores/ ya no encarnan para mí/ ningún tipo de competencia/ El cielo es el desafío”, escribió Ferlighetti en su poema “A medida que envejezco”. Nacido el 24 de marzo de 1919 en Nueva York, tuvo tiempo también de acercarse a la música y a sus orfebres. Es muy recordada, por ejemplo, su lectura de poemas durante The Last Waltz, el concierto de despedida de The Band —del que Scorsese hizo una película en 1976—, junto a otro poeta beat como Michael McClure y a nombres como los de Bob Dylan, Neil Young o Eric Clapton. De este modo, la poesía beat empezó a ser más de la gente que de las bibliotecas, más del peatón que del académico. “Siempre atento al universo, expresa sus inquietudes en una modalidad poética en la que se evidencia la intención de regresar a la práctica de los bardos, la comprensión del fenómeno poético como un evento público, donde la recuperación de la perdida capacidad del poeta para difundir su noticia resulta fundamental”, escribió sobre Ferlinghetti el también poeta Esteban Moore.

Ferlinghetti
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De soldado a pacifista
Lo más extraño es que hubo un soldado antes de toda la poesía. Ferlinghetti fue capitán de un cazasubmarinos estadounidenses en la invasión de Normandía. También estuvo en Nagasaki pocas semanas después de la bomba atómica. Caminó entre las sombras de la devastación sin saber qué era la radiación. Después de esa experiencia se convirtió en pacifista. “Pasó tiempo hasta que me diera cuenta de que Estados Unidos no hubiera bombardeado Japón si tuvieran la piel blanca. Fue un monstruoso acto de racismo.”, llegó a decir.

Recién en 1953 se asoció con Peter Martin —-hijo del asesinado anarquista italiano Carlo Tresca— para fundar City Lights. “Aullido” sería su primer gran reto. “Nunca antes había visto el mundo de esa manera. Es una nueva realidad que veo y escucho. Y pienso que así es con las grandes obras. Cuando se leen por primera vez, se dice: “Nunca he sabido que así sean las cosas. Nunca me di cuenta de que así es realmente el mundo”, le confesó hace unos años a la periodista Amy Goodman.

Hoy, a sus 100 años, Ferlinghetti usa arete y siempre gorrita o sombrero como leve vanidad para disimular su calvicie. También, a pesar de un impertinente glaucoma, sale a comprar el pan, se toma un café en el barrio y, de vez en cuando, realiza exposiciones de sus cuadros, pues la pintura es una pasión que comparte con la poesía. Sigue, además, escribiendo en su casa, rodeado de sus amigos y coetáneos: ahí pueden sentirse, bajo la media luz que las persianas permiten resbalar hacia su sala, las presencias de Allen Ginsberg, Lenore Kandel, Phillipe Lamantia, Gregory Corso, Elise Cowen, John Clellon Holmes, Joanne Kyger, Jack Kerouac, Neal y Carolyn Cassady, William S. Burroughs, más que vivos en sus libros, convertidos ahora en compañeros de sus mejores recuerdos, sentados todos con Lawrence cada tarde, escuchando el canto de las gaviotas que llega desde el puerto.

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