Para superar la adicción a nuestros smartphones tal vez tengamos que volver a verlos como aparatos más elementales.
Para superar la adicción a nuestros smartphones tal vez tengamos que volver a verlos como aparatos más elementales.

Por: Juan Luis Nugent
Los locos del teléfono

En 2014 salió a la venta el NoPhone, un invento. Se trata de un pedazo de plástico que no hace absolutamente nada. Su único valor reside en tener una forma, peso y textura similar a la de muchos smartphones, un delirante placebo para la ansiedad.

El chiste tuvo pegada y aún sigue vendiéndose, pero la tendencia de comportamiento y consumo sobre la que ironiza ha ido en aumento. Para fines de este año, el sitio web Statista estima que habrá alrededor de 5 mil millones de smartphones en el mundo.

En paralelo, se han hecho estudios en Estados Unidos y Europa que demuestran cómo el uso intensivo de estos aparatos puede tener efectos nocivos en nuestra concentración y productividad, así como en las relaciones familiares y sociales. Una encuesta de Deloitte en 2017 reveló que 38 % de británicos encuestados sentía que usaba ‘demasiado’ su smartphone; y, en otro sondeo hecho en Estados Unidos, un 47 % de encuestados reconoció haber hecho esfuerzos conscientes para reducir el tiempo frente a la pantalla de sus teléfonos.

En un reciente artículo para el New York Times, Cal Newport, investigador en temas de tecnología, propone que quizás la clave para replantear nuestra relación con el aparato sea tratar de verlo de la misma forma en la que Steve Jobs vio al iPhone en 2007, cuando se lanzó al mercado. El teléfono de Apple fue el que inició la revolución digital en los celulares. Sin embargo, como hace notar el autor, Jobs concebía esencialmente el aparato como un iPod con función de teléfono. Era un dispositivo con un diseño de lujo, que hacía más vistosas, entretenidas y sencillas las funciones ya existentes en otros aparatos.

Newport propone volver a poner la tecnología a disposición de nosotros y no viceversa: desinstalar apps (juegos, redes sociales, mensajería y correo) y aprovechar la conveniencia de su diseño externo e interno en momentos específicos del día (escuchar música, hacer una llamada, tomar una foto, etc.). Un punto medio entre la adicción tecnológica compulsiva y la tecnofobia, digamos. Reflexionemos.

Extravagancias intravenosas de estos tiempos.
Extravagancias intravenosas de estos tiempos.

Se aplican inyectables
Hay distintos motivos que llevan a una persona a inyectarse sustancias extrañas en el cuerpo, aparte de las drogas. Algunos son nobles; otros, idealistas; y unos cuantos, sencillamente inexplicables. En nuestro país, Daniel Alcides Carrión, en 1885, sacrificó su vida inyectándose sangre contaminada con la bacteria Bartonella bacilliformis para estudiar los síntomas y efectos de la verruga peruana.

Otro caso es el de Adrien Locatelli, quien anunció que había ‘traducido’ fragmentos de la Biblia y el Corán a lenguaje genético y creó una proteína a partir de ellos. Una vez sintetizada, se inyectó el Corán en un muslo, y la Biblia, en otro; mandó, así, un críptico mensaje de paz al mundo. Vale la intención. Pero el caso para el que la ciencia y la imaginación no encuentran explicación es el de un hombre de 33 años en Irlanda con dolor lumbar crónico que decidió tratarlo inyectándose su propio semen en el brazo. Previsiblemente, fue diagnosticado con una infección subcutánea severa y una lumbalgia sin tratar.

Morir en soledad
La de Trevor fue una existencia breve y accidentada. Este simpático pato se separó de la bandada de aves migratorias con las que viajaba debido a una tormenta y llegó a Niue, pequeña nación isleña al noreste de Nueva Zelanda el año pasado.

Incapaz de retomar el rumbo por su cuenta, Trevor se asentó en un pequeño charco al lado de una carretera, debido que en la referida localidad no existen humedales ni pantanos como en los que normalmente viven los suyos. Noticieros locales difundieron la historia de Trevor y rápidamente se convirtió en una celebridad y fue apodado ‘el pato más solitario del mundo’. La comunidad, conmovida por su caso, le habilitó un pequeño estanque artificial donde estaba más a gusto. Sin embargo, a comienzos de la semana pasada, el cuerpo solitario de Trevor fue hallado sin vida por quienes iban a alimentarlo. Al parecer fue atacado por perros de la zona. El poeta tenía razón: la soledad es un amigo que no está.

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