Diciembre de 1970. Charles Manson, líder de la secta criminal conocida como la familia Manson, durante el juicio por el asesinato a la actriz Sharon Tate y otras siete personas en Los Ángeles. [Foto: AP]
Diciembre de 1970. Charles Manson, líder de la secta criminal conocida como la familia Manson, durante el juicio por el asesinato a la actriz Sharon Tate y otras siete personas en Los Ángeles. [Foto: AP]


Por Gabriel Meseth


"A solicitud de los sobrevivientes, los nombres han sido cambiados. Por respeto a los muertos, el resto ha sido narrado tal como ocurrió”. La advertencia es leída al inicio de cada episodio de Fargo, serie producida por los hermanos Coen. Oculta el hecho de que sus matanzas sean obra de la imaginación de sus guionistas. Es, además, un homenaje a la tradición que la inspira: el true crime, género policial que, basado en hechos reales, alcanza proporciones surreales al adentrarse en mentes asesinas que hoy pertenecen al imaginario popular.

David Fincher, director de películas como Se7en y Zodiaco, suma un nuevo capítulo con la serie que produce para Netflix: Mindhunter. Su principal fuente es el libro de memorias del exagente John Douglas, uno de los fundadores de la Unidad de Crímenes Especiales del FBI. Con olfato para reconstruir el encuentro entre un victimario y sus presas, Douglas logró esbozar con precisión diversos perfiles psicológicos que permitieron seguirle la pista al caníbal Edmund Kemper o el estrangulador Gary Ridgway, entre tantos otros, con quienes se entrevistaría para dilucidar sus motivaciones.

La biografía de Douglas es material idóneo para que Fincher vuelva a asomarse al corazón de la maldad. Mindhunter se estrena una década después de que el cineasta rodara el desconcertante caso del Asesino del Zodiaco, quien, a pesar de los mensajes encriptados que exponían su identidad, consiguió eludir la justicia. Con la nueva serie, Fincher busca alejarse de aquella idealización del asesino a la que han contribuido Hannibal Lecter o los villanos de La ley y el orden. Su meta es reivindicar el true crime, devolviéndole veracidad. “No quiero hablar del asesino gourmet o del fanático de la ópera. Para mí, son personas muy tristes que han crecido bajo circunstancias horrendas… Pienso que es tiempo de demostrar que la razón por la que nos vemos atraídos por los asesinos seriales es porque no nos parecemos en nada a ellos: son indescifrables”, declaró en una entrevista con Charlie Rose. Pero ¿de dónde surge aquella fascinación tanática, convertida en un fenómeno de masas por la literatura, el cine y la televisión?

Mindhunter, la nueva serie de Netflix, basada en el libro Mind Hunter: Inside FBI’s Elite Serial Crime Unit, de Mark Olshaker y John E. Douglas.
Mindhunter, la nueva serie de Netflix, basada en el libro Mind Hunter: Inside FBI’s Elite Serial Crime Unit, de Mark Olshaker y John E. Douglas.

                                    — La raíz del miedo —
Una teoría histórica arguye que los vampiros, licántropos y otros engendros del folclor medieval respondían a una explicación mitológica del asesinato en serie, mecanismo de negación para disociar la maldad de la naturaleza humana. Ello explica la conmoción suscitada en octubre de 1440 por el juicio al barón Gilles de Rais, héroe militar que batalló al lado de Juana de Arco en la guerra de los Cien Años. Retirado de la vida marcial, Gilles de Rais dedicó su fortuna a la alquimia y la demonología, intereses que desviaría hacia el crimen serial. Se estima que secuestró a un centenar de niños de comarcas asentadas en las cercanías de su castillo. Acompañado de una logia secreta, organizaba ceremonias a medianoche para someter a sus víctimas a toda suerte de vejaciones antes de proceder con el degollamiento y la incineración de los cuerpos. Fue un obispo de Nantes quien develó sus atrocidades ante una corte eclesiástica.

A pesar de su ahorcamiento frente a una turba enfurecida, la historia permanecería en los sueños de los bretones e inspiraría “Barba Azul”, el siniestro cuento infantil de Charles Perrault. Siglos después, existen escépticos —el ocultista Aleister Crowley, entre ellos— que cuestionan la culpabilidad de De Rais: pudo ser uno de los tantos chivos expiatorios de la Inquisición, o la víctima de un complot político para despojarlo de su patrimonio. Lo cierto es que, como sostiene Georges Bataille en El verdadero Barba Azul, Gilles de Rais simboliza la manifestación de la parte maldita. Aquel lado salvaje y destructivo que habita en todos, reprimido por la razón.

Hacia fines del siglo XIX, la cobertura mediática de Jack el Destripador revela cómo el surgimiento de la prensa en las grandes ciudades alimentaría la fascinación colectiva por el crimen. El personaje nocturno, que merodeaba entre la bruma por las callejas empobrecidas del East End londinense en su búsqueda de cortesanas a las que mutilaba con precisión quirúrgica, desataría una conmoción sin precedentes. Scotland Yard ensayaba técnicas innovadoras en sus pesquisas, como la primera perfilación criminal de la historia para determinar un patrón en la conducta del agresor, al tiempo que los habitantes se adherían a rondas de patrullaje. Fue George Lusk, presidente del comité de vigilancia de Whitechapel, quien recibió la carta más famosa atribuida al criminal: aquella que rezaba “Desde el infierno” en la dirección del remitente y que llevaba un riñón adjunto. Reproducidas en los periódicos de la era victoriana, las misivas encendieron la histeria y una cacería policial que investigaría a más de 300 sospechosos. A pesar de los esfuerzos, el Destripador nunca fue atrapado. Ninguna pista se aproximó a su identidad, hasta hoy perseguida. El escritor Colin Wilson, especialista en criminología, acuñó el término Ripperology para el estudio del caso.

Fotograma de "Mindhunter ", serie que cuenta la historia de dos detectives del FBI que se reúnen con asesinos para elaborar perfiles psicológicos de criminales. [Foto: Neflix]
Fotograma de "Mindhunter ", serie que cuenta la historia de dos detectives del FBI que se reúnen con asesinos para elaborar perfiles psicológicos de criminales. [Foto: Neflix]

La historia de Herman Webster Mudgett, quien cambió su nombre a H. H. Holmes en homenaje al célebre detective de Arthur Conan Doyle, despertó similar curiosidad. Nada presagiaba que este doctor, joven y carismático, se convertiría en el primer asesino serial de los Estados Unidos. Perseguido por acusaciones de fraude y envenenamiento, abandonó a su familia para mudarse a Chicago. La ciudad estaba a punto de convertirse en el principal destino turístico del país debido a la Exposición Universal de 1893. En las inmediaciones de la feria, Holmes edificó un hotel como fachada para su infame “castillo del crimen”, cuyo interior laberíntico estaba conformado por trampas, puertas corredizas, recámaras secretas y mirillas para observar a sus huéspedes.

Paseando entre réplicas de las carabelas de Colón y la primera rueda de Chicago, el médico seducía a muchachas que visitaban el gigantesco parque de atracciones. Dentro de la posada, un sistema eléctrico en el entablado permitía seguir los movimientos de las víctimas, a quienes asfixiaba dentro de sus habitaciones herméticas, acondicionadas como cámaras de gas. Unos toboganes deslizaban los cuerpos hasta un sótano con una mesa de disección, un crematorio y tinas de ácido sulfúrico. De acuerdo a una leyenda difícil de comprobar, alrededor de 200 víctimas se hospedaron en el hotel. El monstruo sería apresado en plena tentativa de fuga luego de matar a uno de sus asistentes. Fue condenado a la horca en mayo de 1896, una semana antes de cumplir los 35 años, aunque se dice que, como maestro de la estafa, logró escapar a Sudamérica. A fin de acabar con los rumores sobre su paradero, este año su cadáver fue exhumado para realizar un análisis de ADN a pedido de sus descendientes.

La fiebre del caso Holmes renacerá con la próxima adaptación cinematográfica de The Devil in the White City, novela histórica de Erik Larson, cuyos derechos fueron adquiridos por Leonardo DiCaprio para una nueva colaboración con Martin Scorsese.

“No pude evitar el hecho de ser un asesino, como el poeta no puede evitar sentirse inspirado para cantar”, escribiría el excéntrico Holmes desde la cárcel. Una confesión que parece alinearse al ensayo satírico de Thomas de Quincey, Del asesinato considerado como una de las bellas artes, el cual postula el crimen como un acto de estética. G. K. Chesterton ampliaría el concepto en su serie de novelas protagonizadas por el padre Brown, párroco-detective, quien advierte: “El asesino es el artista creativo, mientras que el detective solamente es el crítico”.

                                     — Tinta roja —
La literatura de no ficción nació con el crimen. El origen del true crime sería austral y tendría un cariz político con la aparición de Operación Masacre (1957), investigación del argentino Rodolfo Walsh. Acaecida en un basural a las afueras de Buenos Aires, la ejecución clandestina de cinco civiles que participaron en un alzamiento popular fue uno de los tantos crímenes de la Revolución Libertadora, régimen dictatorial que derrocó a Juan Domingo Perón en 1955. En un café, una fuente anónima reveló la historia secreta a Walsh: podía confirmarla él mismo, había sobrevivientes del fusilamiento. El periodista logró contactar a quienes, gravemente heridos, escaparon de aquella noche de horror.

La aparición del libro no solo sirvió como evidencia contundente para develar el terrorismo de Estado, sino que fundió por primera vez los testimonios verídicos con técnicas propias de la novela. El autor seguiría explorando su estilo narrativo para hurgar en la suciedad del gobierno. Crímenes como los del abogado Marcos Satanowsky y el dirigente sindical Rosendo García, o la incógnita sobre el paradero del cadáver embalsamado de Evita Perón fueron algunos de los casos indagados en la trayectoria de Walsh. Su propia desaparición en 1977, durante el primer año de la dictadura de Videla, advierte cuán cerca estuvo de la corrupción que denunció.

A pesar de publicarse casi una década después que la obra seminal de Walsh, A sangre fría (1966) es aún percibida como la pionera del género. Tras leer una breve noticia publicada en The New York Times, Truman Capote se vio atraído por el asesinato de la familia Clutter en su residencia entre los campos de cultivo de Kansas. El crimen sin sentido alteró el optimismo que se vivía con la bonanza económica de la posguerra. Capote reconstruyó el caso hasta el mínimo detalle, desde el fatídico encuentro de los Clutter con sus verdugos, el recorrido de los exconvictos Dick Hickock y Perry Smith hasta Las Vegas, hasta su eventual captura y ejecución. El escritor visitó a los criminales en el presidio y estableció un vínculo empático que le permitió recabar sus versiones de los hechos. Inicialmente publicado en cuatro entregas por The New Yorker, el reportaje fue alabado como una obra maestra, aunque no estuviera exento de controversia. Tom Wolfe sustenta en su ensayo “Pornoviolencia” que el suspenso de A sangre fría se basó en una novedad para la época: la promesa de brindar detalles sórdidos.

Más allá de su indiscutible calidad literaria, es precisamente esta noción la que convertiría al libro de Capote en un bestseller de infinitas reediciones. Su récord en ventas sería destronado por un libro en torno a otra invasión doméstica. Helter Skelter (1974), del fiscal Vincent Bugliosi, indaga la personalidad magnética de Charles Manson y las circunstancias que condujeron a la irrupción de su secta en una casa entre las colinas de Santa Mónica. La historia de este predicador del Apocalipsis, quien convertiría la placidez de la California hippie en una pesadilla violenta, sigue vigente con uno de los debuts literarios más logrados de la narrativa reciente —Las chicas, de Emma Cline— y la próxima cinta de Quentin Tarantino.

Emma Cline se inspiró en el asesinato perpetrado por Charles Manson, Susan Atkins, Patricia Krenwinkel y Leslie van Houten  para escribir su libro "Las Chicas".
Emma Cline se inspiró en el asesinato perpetrado por Charles Manson, Susan Atkins, Patricia Krenwinkel y Leslie van Houten para escribir su libro "Las Chicas".

Capote y el fiscal Bugliosi marcarían una constante del true crime: la proximidad del autor con el mal. Un extraño a mi lado (1980), libro autobiográfico de Ann Rule, cuenta su relación cercana con Ted Bundy cuando trabajaban juntos en un centro de llamadas para prevención de suicidios. Era insospechado que este hombre amable y bondadoso fuese un sociópata necrófilo capaz de exterminar a más de 30 mujeres. Otro referente es el polémico Fatal Vision (1983), escrito por Joe McGinniss luego de que el médico y militar Jeffrey
MacDonald contratara sus servicios para demostrar su inocencia con el libro. Acusado por el asesinato de su esposa y sus dos hijos en 1970, MacDonald fue declarado culpable y sentenciado a cadena perpetua. Pese a que el escritor quedara convencido de la culpa de MacDonald —cuyo comportamiento errático fue agravado por una dieta a base de anfetaminas—, la relación con su cliente fue severamente cuestionada. Da fe de ello el ensayo canónico de Janet Malcolm, El periodista y el asesino (1990), que delimitó las fronteras éticas del oficio.

De todos modos, Fatal Vision fue un suceso comercial, lo cual contribuyó a que el true crime fuese cada vez más manoseado. No obstante, la tradición ha dado muestras de gran poder narrativo. Ocurre con La canción del verdugo (1979), de Norman Mailer. Merecedora del Pulitzer —premio que ansió Capote para A sangre fría—, la novela de Mailer se centró en el juicio al feroz ladrón de bancos Gary Gilmore, quien solicitó como condena la reinstauración de la pena capital, una medida que había sido conmutada por varios años. El true crime se mostraba como una invitación al debate de asuntos sensibles, capaz de ejercer cambios en la conciencia social.

                             — La pantalla diabólica —
El género encontraría en el cine y la televisión su lenguaje más común, al extremo de llevarlo al terreno del maniqueísmo con series como la recordada Misterios sin resolver o, su versión local, Detrás del crimen. Sería el director Errol Morris quien subvirtiera las convenciones del formato con La delgada línea azul (1988), documental sobre la condena a muerte de Randall Dale Adams, acusado de matar al policía que intervino su vehículo en la carretera. Mediante el cotejo de testimonios y una estilizada dramatización del suceso, la cinta consiguió llegar a los tribunales. Fue presentada como evidencia para probar la inocencia de Adams, liberado un año después del estreno.

The Keepers explora el asesinato sin resolver de la monja Cathy Cesnik, en Baltimore, EE.UU.[Foto: Neflix]
The Keepers explora el asesinato sin resolver de la monja Cathy Cesnik, en Baltimore, EE.UU.[Foto: Neflix]

El estilo de Morris marcaría la pauta y su influencia sobre la justicia, como ha ocurrido con documentales producidos por HBO y Netflix. Sucedió con The Jinx, acerca del magnate de bienes raíces Robert Durst; al presentar las pruebas de su vínculo con tres muertes, el protagonista fugó y la miniserie se convirtió en un reality en permanente diálogo con los noticieros. En otros casos, como la trilogía Paradise Lost o Making a Murderer, se expone cómo la especulación y el abuso de autoridad prevalecen en las cacerías de brujas emprendidas por el sistema legal y los medios de comunicación, y cómo las apariencias pesan más para el jurado que la misma evidencia científica.

La fiebre sigue en aumento. Se deduce del alcance que han tenido Serial —el podcast más descargado en la historia de iTunes— y otra producción de Netflix: The Keepers, sobre el asesinato de la monja Cathy Cesnik, cuya pesquisa destaparía un escándalo de abusos sexuales silenciado durante décadas por la Iglesia. Con la aparición de las redes sociales, la labor del detective parece democratizarse. La comunidad internauta contribuye con firmas para la reapertura de procesos judiciales expuestos en televisión, o con la multiplicidad de hipótesis sobre la inocencia o culpabilidad de un acusado.

A pesar de la innovación tecnológica, el mundo sigue reaccionando al asesinato de la misma manera que la Bretaña de Gilles de Rais y la Inglaterra de Jack el Destripador: repelido y obsesionado por partes iguales ante la idea de que el mal subyace dentro del ser humano, más cerca de lo imaginado.

Steven Avery, protagonista de la serie documental Making a Murderer,  producida por Netflix.
Steven Avery, protagonista de la serie documental Making a Murderer, producida por Netflix.

Mala sangre
El Perú no ha sido inmune al género. Uno de sus principales representantes fue Guillermo Thorndike: dentro de su extensa obra periodística, destaca El caso Banchero ( 1973 ). Thorndike rastrea las últimas horas del magnate pesquero Luis Banchero Rossi, por entonces el hombre más poderoso del país, cuyo asesinato en su mansión de Chaclacayo remeció el Año Nuevo de 1972.

El género también fue cultivado por Jorge Salazar, cuyo conocimiento enciclopédico de la historia criminal del Perú devino en novelas como La medianoche del japonés ( 1991 ). Con pericia, Salazar entrelaza dos historias cuyo vínculo parecería improbable: el caso del inmigrante japonés Mamoru Shimizu —acusado de asesinar a su propia familia en 1944— y el aviador norteamericano Claude Eatherly, quien soltó la bomba atómica sobre Nagasaki. Hoy ausentes en las librerías, la reedición de estas obras resulta necesaria.

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