Un cuento dominical: El chico que quería ser un muñeco
Un cuento dominical: El chico que quería ser un muñeco
Redacción EC

JUVENAL RODRIGO REYES MARCÉS

A veces los niños se identifican profundamente con algún cuento infantil, en especial cuando entran en contacto con él a corta edad.

Margarita escuchó “La Caperucita Roja” desde su cuna, y toda su vida se cuidó de hablar con extraños, por lo que nunca tuvo muchos amigos. La nana de Isabela le contó “Las Tres Plumas” cuando ya asistía al jardín, y como consecuencia la pequeña se sintió capaz de superar a sus hermanos a pesar de ser la más pequeña de la casa. Darío leyó “Barbazul” cuando estaba en primaria, y nunca fue capaz de romper una orden que le dieran sus padres o superiores, temeroso del castigo que pudiera recibir.

La madre de Miguel nunca tuvo tiempo para él. Su padre nunca estuvo en casa. No tenía hermanos y sus abuelos vivían en el otro extremo del país. Nunca le cayó bien a ningún profesor y tampoco lo elegían para jugar fútbol en los recreos. Así leyó “Pinocho” por cuenta propia, al mismo tiempo que sentía que no había lugar para él en este mundo.

La primera vez que lo leyó, le pareció divertida la idea de un muñeco cobrando vida. La segunda vez sintió una fuerte envidia hacia Pinocho, porque Gepetto arriesgaba su vida con tal de salvar a su “hijo”. La tercera vez le irritó que el Hada Azul fuera tan comprensiva. Luego de terminar el cuento por cuarta vez le pareció una lectura odiosa, y quiso nunca haber encontrado ese libro en su vida.

Los años pasaron. Miguel dejó de ser un niño abandonado para convertirse en un adolescente problemático. Una relajada primaria le cedió el paso a una convulsionada secundaria. Y el cuento que había despreciado de pequeño volvió a su vida inesperadamente: era lectura obligatoria de unos cursos de desarrollo personal a los que su madre (para ese momento a punto de casarse por tercera vez con un hombre que odiaba a Miguel) le estaba forzando a asistir.

Esta vez simplemente repudió a Pinocho. Lo consideró tonto e insultantemente inocente. ¿Para qué sentir? ¿Para qué abandonar una existencia plácida y simple a cambio de convertirse en un problemático humano? Si él tuviera la oportunidad de elegir se quedaría en la forma inicial de Pinocho, como un muñeco inerte de madera.

Esa idea le robó el sueño desde entonces. Sus notas terminaron de empeorar, tanto que sus profesores le dijeron que dé el año por perdido. Su madre lo castigó severamente cuando se enteró de lo sucedido, dejando de enviarle dinero, pues estaba de luna de miel con su flamante esposo. Además le amenazó con un castigo peor cuando regresara.

Miguel decidió encontrar a su Hada Azul y obligarla a concederle un deseo.

Nunca había creído en la magia y ahora se encontraba buscándola por cielo y tierra. Visitó mercados y barriadas, se internó en calles peligrosas e incluso viajó a un par de pueblos que tenían la fama de ser mágicos. No encontró lo que buscaba y su madre estaba a días de regresar.

Desahuciado, se recostó en su cama, sin esperanza alguna. Empezó a concentrarse en su deseo. Imaginó que primero sus dedos, luego sus extremidades y finalmente todo su cuerpo dejaban de ser carne para ser de madera. Dejó de prestarle atención al tiempo y a sus propias necesidades físicas.

Deseó ser Pinocho.

Días después su barrio armaba un escándalo. El hijo de aquella familia que tantas veces se había reformado acababa de ser encontrado muerto en su habitación. Muerto de inanición, aunque una viejita que vivía por allí atinó a decirle a un reportero que se había muerto de pena.

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