Félix Valera Miranda, fundador del grupo, junto a Mercedes Pedroso, los hermanos Enrique y Ernesto Valera, Rádames González, Lorenzo Hierrezuelo y Eduardo Saborit. [Foto: DiscMedi]
Félix Valera Miranda, fundador del grupo, junto a Mercedes Pedroso, los hermanos Enrique y Ernesto Valera, Rádames González, Lorenzo Hierrezuelo y Eduardo Saborit. [Foto: DiscMedi]


Por Eloy Jáuregui

La genética de la sensual música bailable tiene su ADN en África y se hace cadencia latina en la zona oriental de Cuba. De ello sabe el clan de la Familia Valera Miranda, que mantiene las raíces del son cubano como se cantaba y bailaba en los grandes guateques que en la isla son rito y devoción. Así es expresión genuina que tiene la virtud de conservar este legado desde los primeros trovadores de Santiago de Cuba, los diferentes motivos de su ancestral expansión y que en unos días tendremos en Lima para gozar de esa magia gozosa de la música caribeña.

Para hablar del son habría que recordar al poeta mulato Nicolás Guillén —no le gustaba que lo llamen negro—, que de no haber sido escritor hubiese cantado como Benny Moré. Lástima, su lírica era su verso y no al reverso. Hay que leerlo en su primer libro de 1930, Sóngoro cosongo: “Me matan si no trabajo,/ y si trabajo me matan;/ siempre me matan,/ siempre me matan”. Y hay que leerlo en medio de un cielo de tambores. Guillén, que como estilista terminó de estalinista, sin embargo, fue uno de los primeros en darse cuenta de la potencia del son. Esa cultura, más que género musical, eludió en Cuba huracanes políticos y menosprecio racista, y hoy sigue vigente en el mundo.

Y Guillén está presente en casi todos los giros y variantes de la música de la Familia Valera Miranda. En Cuba el clan resulta una suerte de dinastía, como los Buendía en la novela de García Márquez. Y es que en el oriente cubano y hace más de cien años, el coronel Vicente Cutiño cabalgaba junto al legendario Antonio Maceo como parte de los mambises que se habían sublevado contra el dominio español. Cutiño además tenía una virtud: era un excelente cantante y mejor percusionista, y aseguran que llegó a vivir 125 años. Esta historia en el fondo no es más que el relato de la historia del son.

La familia Varela Miranda apareció en lo escenarios en la década delos 80 en Cuba.
La familia Varela Miranda apareció en lo escenarios en la década delos 80 en Cuba.

Descendientes directos de Vicente Cutiño son su hija Catalina y su nieto Félix Valera, actual líder de la agrupación, quien es además uno de los treseros (por el tres, una guitarra modificada) más brillantes de Cuba, y de quien se dice fue el músico de las campañas de la Sierra Maestra que acompañó a Fidel Castro en las luchas contra Fulgencio Batista y que luego consolidó el clan con esa sustancia auténtica de la música popular cubana.

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Al Perú el son cubano llegó con los radioaficionados, aquellos amantes de la radio de onda corta que desde diciembre de 1930 crearon el Radio Club Peruano. Luego llegarían las películas, sobre todo aquellas mexicanas de rumberas, y tiempo después surgieron los coleccionistas de discos. Digo esto porque muchos creen que la influencia en nuestros gustos musicales empezó con los discos, cuando aquellos trastos de carbón eran económicamente prohibitivos para las clases populares en nuestro país. Caros los discos y caros las aparatos para escucharlos.

En la Cuba de los cuarenta el son montuno, que venía directamente del sincretismo de las tradiciones musicales africanas de origen Bantú con las musicales españolas, alcanzó sus años de esplendor. Así, los instrumentos característicos como la guitarra, el tres y los bongós, las maracas y las claves, dieron paso a los vientos y metales de las grandes orquestas. Las big bands cubanas eran consideradas tanto como las orquestas de jazz de los Estados Unidos. Y llegaron a Lima, para presentarse en locales como el Grill del hotel Bolívar, La Cabaña o el Teatro Municipal antes de las boites Embassy o El Pingüino.

Pero el son se consolidó con el Sexteto Habanero, que respeta la tradición pero innovando. En 1925 ya encontramos en la agrupación a un cantante especial que fungía de émbolo entre la melodía y el canto: el sonero. Y sonero era Abelardo Barroso, que inspiraría luego a Celia Cruz a cantar con ese sabor que solo tienen las antillanas. Luego surgirían los septetos, que incluyen más instrumentos.

En 1990 el guitarrista estadounidense Ry Cooder con músicos cubanos tradicionales grabó el disco Buena Vista Social Club, que convirtió los sones de la vieja institución de La Habana en éxito internacional, sobre todo en Europa. En 1998, el director de cine alemán Wim Wenders trabajó con el registro de una presentación seguida de un segundo concierto en el Carnegie Hall, de Nueva York, y el filme fue aclamado por la crítica y recibió una nominación al Óscar al mejor documental largo, amén de numerosos galardones.

Y hoy vivimos en Lima la víspera de la presentación de una tribu que es toda una institución en el son cubano y su cargamento de sabor. Desde Santiago de Cuba se presentará en el auditorio de la Derrama Magisterial la Familia Valera Miranda en concierto. Para los amantes del son el asunto es imperdible este sábado 28 de octubre.

Si existe poesía para el sentimiento, el son lo es para la cintura.

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