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Carlos Oré Arroyo

En el mundo actual solo queda un emperador. Su nombre es Akihito y ascendió al trono tras la muerte de su padre Hirohito para convertirse en el 125 emperador en la historia del Japón. Con su ascenso, se inició la era Heisei, la cual concluirá el 30 de abril de este año cuando el emperador abdique al trono por problemas de salud. A diferencia de su padre, Akihito es ahora solo una figura simbólica y ceremonial que cumple funciones parecidas a las de un jefe de Estado en una monarquía constitucional. La persona encargada de liderar políticamente el país asiático es el primer ministro elegido por el Parlamento. Desde diciembre del 2012 Shinzō Abe ocupa este cargo y su permanencia depende del apoyo que reciba del propio Legislativo.

La representación del emperador en Japón parece ser una excepción, pues con el auge de los Estados nación y de las democracias en la mayoría de países del globo, y con la nueva configuración internacional —después de la Segunda Guerra Mundial—, se fueron dejando de lado estas figuras imperiales. Tanto así que esa imagen del emperador como esa persona todopoderosa, adornada de símbolos y ungida por la divinidad, resulta hoy anacrónica. Esto no quiere decir que la palabras imperio o imperial hayan perdido vigencia y se utilizan tanto para categorizar algunas políticas desarrolladas por las potencias hegemónicas o para definir las acciones de ciertos líderes totalitarios en el nuevo orden internacional.

El príncipe heredero Naruhito accederá al trono el 1 de mayo, el día siguiente de la abdicación de su padre, el emperador Akihito. (Foto: AFP)
El príncipe heredero Naruhito accederá al trono el 1 de mayo, el día siguiente de la abdicación de su padre, el emperador Akihito. (Foto: AFP)

¿Cuál es el papel que han cumplido los imperios en el mundo? ¿Han desaparecido realmente o permanecen algunas de sus instituciones o formas de gobierno?

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Existen variadas definiciones de los imperios, pero todas coinciden en que son Estados que debido a una constante expansión fueron consiguiendo influencia política, militar, económica y cultural sobre un territorio y lograron marcar toda una época en la historia de la humanidad. Su formación estuvo ligada al crecimiento de los primeros pueblos que fueron ganando poder político y económico sobre otras comunidades, y, por lo mismo, desarrollaron un aparato militar que les permitió no solo protegerse de las amenazas externas, sino también ir a la conquista de nuevos territorios, mentalidades y mercados.

Esto hizo que los imperios fueran vistos en Asia, Europa, África o América como fuerzas militares y teocráticas, cuyo poder estuvo ligado a mitos fundacionales que se impusieron a las poblaciones subyugadas. Quizás el ejemplo más notorio haya sido Roma, la imagen imperial por antonomasia. Roma, sin embargo, llegó a ser un imperio 726 años después de su fundación, antes pasó por la monarquía y la república. Su asombrosa evolución como sociedad le permitió asimilar lo mejor de la cultura griega y desarrollar sistemas de gobierno sofisticados que fueron el embrión de muchas instituciones contemporáneas.

Fue tal el poder e influencia que Roma llegó a tener en todos los campos que la creyeron indestructible. Los romanos —como muchos otros imperios en la historia— comprendieron que no debían limitarse solo al poder militar, sino que su sistema administrativo también debía ser eficaz. El desarrollo de una infraestructura fue clave para controlar enormes territorios. De esta forma, se satisfacían las necesidades, se dinamizaba el estilo de vida y se posicionaba entre las poblaciones la idea de un gobierno exitoso capaz de lograr hazañas impensadas. Todo esto le otorgó al imperio romano el indiscutible estatus que aún conserva en los libros de historia, antes de su decadencia.

Nuestro vocabulario político aún posee innovaciones que hicieron los romanos en el gobierno. El reconocido historiador americano Frederick Cooper señala que el Senado y las comisiones —dos creaciones romanas— siguen siendo formas reconocidas de gobierno. En la administración de justicia, la figura del magistrado y las cortes judiciales también son una herencia de la Roma imperial.

“El imperio romano introdujo instituciones no necesariamente válidas para cualquier época pero sí que han sido imitadas, transformadas y reinterpretadas en diversos contextos”, escribe Cooper, coautor con Jane Burbank del libro Imperios: una nueva visión de la historia universal.

Augusto, el primer emperador romano. Óleo de Giambattista Tiepolo en el Museo del Hermitage, de San Petersburgo.
Augusto, el primer emperador romano. Óleo de Giambattista Tiepolo en el Museo del Hermitage, de San Petersburgo.

—La violencia como forma de poder—
Un elemento central en la configuración de los imperios fueron las guerras. Uno de los reinos de la antigüedad que más destacó en este ámbito fue Persia, que desarrolló las llamadas ‘guerras médicas’ (492 a. C.-478 a. C.) hasta que fue derrotado por los atenienses y espartanos.

Este lado del mundo también fue testigo de la sangre que podía derramarse con el fin de expandir fronteras; recordemos la época del Tahuantinsuyo y la conquista española. Aunque todavía es incierta la cantidad exacta de víctimas de la conquista, se calcula que fueron más de 60 millones los fallecidos. En aquel tiempo, las poblaciones americanas no solo sucumbieron ante la pólvora y la espada, sino también ante las enfermedades traídas por los europeos y que eran desconocidas en el continente.

Ya en el siglo XX, otras conquistas sanguinarias fueron las ocasionadas por Japón en la ciudad de Nanjing en China, iniciadas en diciembre de 1937 y concluidas en febrero de 1938, las cuales originaron 300.000 muertes. Tan sangrienta como esta fue la ocupación japonesa de Corea, la cual duró 35 años desde 1920 hasta el final de la Segunda Guerra Mundial. En ese lapso se cometieron violaciones y ejecuciones, se envió a poblaciones enteras a realizar trabajos forzados y se emplearon, además, armas biológicas.

Paradójicamente, la misma perfección en el arte de la guerra que permitió a los imperios expandirse significó también su caída. Roma fue partida en dos por los pueblos bárbaros en el año 476 d. C., e imperios como el británico, español o el francés perdieron sus dominios entre los siglos XIX y XX por los vaivenes de la historia, el avance de nuevos sistemas económicos, como el capitalismo, pero también por la difusión de ideas producto de la Ilustración que liquidaron los ordenamientos ideológicos que justificaban la dominación imperial.

—Líderes divinos y mesiánicos—
Dirigir y controlar un imperio no solo consistía en el buen manejo económico y político como lo conocemos hoy, era también necesaria una fuerte dosis de misticismo alrededor de la figura del líder. Los ritos, mitos y lujos que envolvían a estos hombres buscaban no solo acercarlos a las divinidades, sino marcar la idea de que pertenecían a una estirpe mesiánica que detentaba el poder sin cuestionamientos. El francés Luis XIV fue llamado el Rey Sol; Carlos I, de España, terminó siendo conocido como el monarca del reino en el que nunca se ocultaba el sol, y Octavio, el hijo adoptivo de César, al llegar al poder se concedió el título de “Augusto”, el cual era un epíteto de carácter honorífico aplicado solo a los dioses.

Aún hoy se mantienen ritos de ese tipo, especialmente en las monarquías —herederas de los antiguos imperios— como es el caso de la inglesa. En la reciente adaptación de la vida de la reina Isabel II, The Crown, el duque de Windsor menciona estas líneas al momento de la coronación de su sobrina: “¿Quién quiere transparencia cuando puedes tener magia? ¿Quién quiere prosa cuando puedes tener poesía? Si apartas el velo, ¿qué es lo que queda? Una joven corriente de modesta capacidad y poca imaginación; pero, si la envuelves así y la unges en aceites, ¿qué tienes? Una diosa”.

Claire Foy en "The Crown". (Foto: Difusión)
Claire Foy en "The Crown". (Foto: Difusión)

Al preguntarle a Norberto Barreto, profesor de la Universidad del Pacífico y experto en relaciones internacionales, sobre la construcción de esas imágenes en la política actual, dice que “si bien los gobernantes contemporáneos ya no están elevados a una condición divina, en cambio parecen reproducir un creciente populismo mesiánico”. En su opinión, este renacer populista se ha producido por la incapacidad del modelo económico neoliberal para aminorar las diferencias sociales. “Hoy vemos que este tipo de populismo se impone en la Rusia de Putin y en la China de Xi Jinping”, agrega.

Si bien los líderes ya no se ungen en aceites, sí buscan crear un misticismo a su alrededor que los acerca cada vez más a la idea de una figura única y necesaria, como salvadores de una nación. Estos fueron los casos de Chávez en Venezuela, Perón en Argentina, Lenin en Rusia, Mao en China, Fujimori en el Perú.

—¿Imperios del siglo XXI?—
Farid Kahhat, internacionalista y profesor de la Universidad Católica, conversó con El Dominical sobre la posibilidad del resurgimiento de algún imperio en el mundo contemporáneo. “Creo que no hay espacio para estos regímenes en la actualidad —dice—. Los sinsabores que dejaron en el pasado no les permiten un espacio en el mundo de hoy, y la expansión territorial y geopolítica de varias naciones no responden al único deseo de ostentar poder, sino a la supervivencia del sistema que defienden”.

Una opinión distinta tiene Robert Kaplan, periodista especialista en temas internacionales, quien asegura que los imperios todavía pueden ser una figura clave para entender la política global de hoy. Kaplan considera que Estados Unidos es un país que ha transformado el concepto de imperio y ha buscado posicionarse estratégicamente en cada rincón del mundo para conseguir el poderío y respeto que necesita para seguir siendo una potencia global. El país norteamericano ha ido adoptando costumbres imperiales que otros países han llevado consigo por siglos. “China, India, Irán y Turquía han sido inmunes a la anarquía y la razón es que todos estos países fueron imperios en el pasado. Tienen tradiciones imperiales muy arraigadas en su identidad nacional; sin embargo, no creo que serán inmunes siempre. Creo que el autoritarismo chino llevará a una inestabilidad interna en las próximas décadas”, vaticina Kaplan.

Al igual que Kaplan, Kahhat opina que “la figura de Xi Jinping [secretario general del Partido Comunista de China y presidente de la República Popular China] es preocupante. Su búsqueda de permanencia en el poder y el ingreso del ahora conocido pensamiento Xi en la Constitución parece mostrar una cierta búsqueda del poder absoluto en el país que se avizora como el principal protagonista del siglo XXI”.

El gobernante chino Xi Jinping pasa revista a las tropas en la plaza Tiananmén, en Pekín.
El gobernante chino Xi Jinping pasa revista a las tropas en la plaza Tiananmén, en Pekín.

Aunque el término imperio puede ser hoy mal visto, resulta obvio que ciertas prácticas como el control que ejercen las potencias económicas sobre otros Estados pueden tener reminiscencias del papel que desempeñaron los regímenes imperiales en el pasado. Por eso, lo más seguro para la paz mundial sigue siendo la expansión de la democracia y la idea de que, si bien los imperios cumplieron un papel en el desarrollo de la humanidad, ya son parte del pasado. Y no deben tener una segunda oportunidad sobre la tierra.

Para ver:
Hace 30 años el emperador Akihito fue coronado en una ceremonia llena de símbolos milenarios que se tiene planeado repetir con el ascenso de su hijo al trono. Mira aquí el vídeo de la coronación. 

The Crown es una exitosa serie de Netflix que está por estrenar su tercera temporada. La escena de la coronación de la reina Isabell II es una de las más destacadas y recordadas de toda la serie.

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