Stephen Hawking murió el 14 de marzo de 2018 en Reino Unido.
(Foto: Getty)
Stephen Hawking murió el 14 de marzo de 2018 en Reino Unido. (Foto: Getty)
Jorge Paredes Laos

Si Albert Einstein, con su alborotada melena blanca, fue el genio del siglo XX, Stephen Hawking, desde la inmovilidad de su silla robótica, fue el símbolo del científico contemporáneo. Aquel gurú, mitad hombre mitad máquina, que trató de responder las grandes preguntas del universo: ¿de dónde venimos? ¿Cuál fue el origen de todo? ¿Hay otros seres más allá de las estrellas? ¿Se puede predecir el futuro? ¿Qué hay dentro de un agujero negro? ¿Sobreviviremos a la Tierra? Su mente no admitía límites y sus respuestas, basadas en una vida dedicada a la ciencia, la física teórica y la cosmología, son lúcidas y desconcertantes a la vez, como si en cada una de ellas buscara soluciones a eso que parece incomprensible.

Hawking nació un 8 de enero de 1942, exactamente 300 años después de la muerte de Galileo, y para él esa no solo fue una coincidencia, sino una predestinación. “Mis padres me educaron para tener una curiosidad inquebrantable”, escribió. Aunque solía contar que en la escuela no le fue del todo bien —“Nunca llegué más allá de la mitad de la clase”—, lo cierto es que ya desde niño lo inquietaba mirar las estrellas. Tanto así que sus compañeros le pusieron el apodo de Einstein y cuando terminó la escuela, alentado por su padre, fue admitido en Oxford para estudiar Ciencias Naturales. Después, pasaría a Cambridge, se interesaría por las Matemáticas y la Física Teórica, y a los 21 años, en la fría Navidad de 1963, empezaría a sentir los síntomas de la enfermedad que marcaría su existencia. Se cayó mientras patinaba en el lago de Saint Albans, lo llevaron al hospital, y descubrieron que algo malo ocurría. El diagnóstico era esclerosis lateral amiotrófica, un tipo de enfermedad motora neuronal en que las células nerviosas del cerebro y la médula espinal se atrofian y luego se cicatrizan o endurecen. “Me enteré de que las personas con esta enfermedad pierden gradualmente la capacidad de controlar sus movimientos, de hablar, de comer y finalmente de respirar”, escribe en Breves respuestas a las grandes preguntas. Los médicos le dijeron que moriría pronto, pero la ciencia, en su caso, se equivocó.

Hawking vivió hasta los 76 años —falleció en marzo de este año— y se convirtió en una de las mentes más lúcidas de nuestra época. “Mediante la física teórica, he tratado de responder algunas de las grandes preguntas. En cierto momento, creía que vería el final de la física como la conocemos, pero ahora creo que la maravilla de descubrir continuará mucho después de que me haya ido”, afirma en este libro póstumo que es un acercamiento a sus grandes inquietudes.

Y cada una de esas interrogantes es explicada en breves capítulos. En “¿Cómo empezó todo?”, Hawking empieza con una cita de Hamlet: “Podría estar encerrado en una cáscara de nuez y considerarme un rey de un espacio infinito”. “Creo —escribe— que lo que quería decir es que, aunque los humanos somos físicamente muy limitados, particularmente en mi propio caso, nuestras mentes son libres de explorar todo el universo y de ir con valentía incluso hasta donde Star Trek teme pisar. ¿Es el universo realmente infinito, o tan solo muy grande? ¿Tuvo un comienzo? ¿Durará siempre o solo mucho tiempo? ¿Cómo pueden nuestras mentes finitas comprender un universo infinito?”. Luego analiza todas las teorías sobre el origen, desde los mitos africanos hasta el materialismo dialéctico marxista, desde Einstein hasta el big bang. Después se aventura a vaticinar: “Al final, comenzarán a caer unas hacia las otras [las galaxias] y todas se unirán en una gran implosión o big crunch, que será el final de la historia del universo, en el tiempo real. […] En Gran Bretaña la gente no parece demasiado preocupada por un posible fin, situado a unos veinte mil millones de años en el futuro. Se puede comer y beber mucho y ser feliz, antes de eso”.

Ante la pregunta de si deberíamos colonizar el espacio, el físico cree que habitaremos la Luna y Marte antes del fin del presente siglo. Es la única alternativa que tenemos como especie humana para existir en el futuro. “En 2016 —cuenta— me asocié con el emprendedor Yuri Milner para lanzar el proyecto Breakthrough Starshot, un programa de investigación y desarrollo a largo plazo destinado a hacer realidad los viajes interestelares. Si tenemos éxito, enviaremos una sonda a Alfa Centauri (el sistema más próximo a la Vía Láctea) durante la vida de algunos de ustedes”. Por ahora la tecnología no lo permite. El Voyager, a 40 años de su lanzamiento, viaja por el espacio a 20 kilómetros por segundo; es decir, tardará 70.000 años para llegar a Alfa Centauri. Pero la imaginación de Hawking jamás se rindió: “Llevar más y más pasajeros al espacio dará un nuevo significado a nuestro lugar en la Tierra [...] nos ayudará a reconocer nuestro lugar y futuro en el cosmos, que es donde creo reside nuestro destino final”, escribe.

Entre otras cuestiones, el recordado físico se refiere también a la clásica pregunta de si hay vida extraterrestre. Explica con brillantez cómo hemos llegado hasta aquí desde que se formó nuestro sistema solar hace unos 4.500 millones de años. En teoría —afirma— hay miles de planetas como la Tierra girando en estrellas distantes, pero, si albergan vidas, por qué no hemos sido visitados o colonizados. Duda de que los ovnis contengan seres del espacio exterior. “Creo que cualquier visita de extraterrestres sería mucho más manifiesta y probablemente, también, mucho más desagradable”, escribe.

En síntesis, sostiene que la vida inteligente como la conocemos en la Tierra es, en el universo, solo un proceso aleatorio entre muchas otras posibilidades. Y termina su reflexión con una advertencia: “Un encuentro con una civilización más avanzada, en nuestra etapa actual, podría resultar un poco como cuando los habitantes originales de América conocieron a Colón (y no creo que pensaran que mejoraron con ello)”.

Contenido sugerido

Contenido GEC