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Madres de todas las historias

Madre solo hay una, pero las madres literarias, como dicen los propios autores peruanos, son diversas y legendarias.

Algunas son abnegadas y reivindicativas como Pelagia, la protagonista de “La madre”, novela del ruso Máximo Gorki. Otras resultan crueles e irracionales como Medea, capaz de asesinar a sus hijos por vengarse del hombre que la traiciona, como cuenta la tragedia de Eurípides. Como afirma la dramaturga Mariana de Althaus, la representación literaria de la madre suele quedarse en esos paradigmas opuestos: o malvadas como Nora en “Casa de Muñecas” o abnegadas y santas como la progenitora de “Los hermanos Karamazov”. “Pocas veces nos propone un personaje más complejo”, afirma.

La vida real también aporta ejemplos de madres de escritores en ambos extremos de la balanza. Para Alonso Cueto, si hubiera que elegir a la madre que dejó la huella más profunda en un hijo escritor, podríamos recordar a Anne-Charlotte-Laure Sallambier, la madre de Honoré de Balzac. “Una mujer detestable”, recuerda el autor de “La Hora Azul”, que provocó el deseo de su hijo de irse de su natal Tours a París y sellar con ello su carrera literaria. “El castigo para Balzac fue que en su lecho de muerte, su madre fue la única persona que estuvo a su lado”, afirma.

En el extremo virtuoso, Cueto coloca a Jeanne-Clémence, madre de Marcel Proust. “Fue un manto benefactor entre su hijo y los males del mundo. Su muerte fue el origen de su verdadera vocación literaria. Proust escribió sobre el mundo perdido que representaba su madre”, dice.

Si de autores educados con excesivo recelo hablamos, el ejemplo paradigmático es Jorge Luis Borges. Para la escritora Claudia Ulloa Donoso, “esa relación estrecha y asfixiante, con una madre siempre cuidando de su hijo ciego, asistiéndolo como secretaria y acompañándolo en sus viajes siendo anciana, demuestra que su presencia funcionaba como un bastón de apoyo para él”, afirma.

En la literatura local, tanto Alonso Cueto como el poeta Carlos Germán Belli recuerdan el poema LXV de “Trilce” (Madre, voy mañana a Santiago, a mojarme en tu bendición y en tu llanto). “Esa conjunción del entrañable tema materno y la radical expresión literaria moderna de los años 20, sin duda, dejó huella en César Vallejo”, reflexiona el autor de “¡Oh hada cibernética!”. Su colega Ricardo Sumalavia añade: “Siempre he creído que la madre de Vallejo fue fundamental en el desarrollo de su sensibilidad. Imagino al poeta contemplándola mientras ella prepara la comida en viejos fogones a leña, donde cocinar era además un acto para abrigar a la familia”.

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