(Ilustración: Giovanni Tazza)
(Ilustración: Giovanni Tazza)
Ariela Luna

La  es un problema en nuestro país. El 40% de niños y niñas menores de 3 años la presenta y en el rango entre los 6 y 12 meses la cifra llega a 60%. En Puno, son 7 de cada 10 niños y niñas (y si observamos cifras rurales y a la población indígena el número es aun más alto).

¿Cuáles son las causas? Las más relevantes –y que se encuentran bien documentadas– son la deficiencia de hierro durante el embarazo, el bajo peso al nacer, la prematuridad, la insuficiente cantidad de hierro en la dieta y la malabsorción del hierro asociado a infecciones (principalmente respiratorias y diarreicas) que derivan además en pérdida de micronutrientes.

Hoy se sabe que la anemia infantil por deficiencia de hierro puede traer consecuencias irreversibles en la capacidad cognitiva y la salud de las personas. Conforme el niño va creciendo, su demanda de hierro aumenta ostensiblemente. A los 6 meses requiere 10 veces lo que requería al nacer. La lactancia materna exclusiva suple esta demanda, pero es insuficiente.

¿Y cómo enfrentar este problema? Según diversos estudios, la principal estrategia en el corto plazo para prevenir la deficiencia de hierro en la niñez es universalizar la suplementación con hierro biodisponible de ingesta diaria en niños y niñas, que debe iniciarse a los 4 meses de edad.

Aunque la práctica parece fácil en el papel, en realidad no lo es. Lograr que la población consuma un medicamento o suplemento a diario tiene sus problemas. La evidencia nos dice que la suplementación con hierro iniciada a los 4 meses de edad hay que acompañarla con visitas domiciliarias semanales. Dicha visitas deben ser realizadas por personal comunitario capacitado. Además, por supuesto, la lactancia materna exclusiva debe continuar.

Nos preguntamos: luego de cinco años de esfuerzo implementando esta política para que baje la anemia, ¿qué pasó? A pesar de que la entrega de los micronutrientes se duplicó (hoy llega casi a 35% de la población) no se puede decir lo mismo de su ingesta. Asimismo, la edad de inicio de la suplementación aún es tardía (6 meses de edad).

Lo que hemos narrado es la propuesta de la oferta de servicios desde el Estado y desde la evidencia. Pero también existe el otro lado. ¿Qué piensan las madres y padres de la anemia? ¿Qué piensan del tratamiento, de la suplementación? ¿Es una enfermedad que existe en su imaginario colectivo? ¿Cómo conciben su tratamiento si es que reconocen la enfermedad?

Creo que tenemos que profundizar más en estos aspectos. En diversos estudios encontramos que existe rechazo a las llamadas ‘chispitas’ (los multimicronutrientes). Hay que prestar mayor atención a lo que piensa la gente para el éxito de esta política, ya que la vida no es de un solo sentido.

Asimismo, considero necesario socializar masivamente el concepto de anemia, sus causas y la estrategia a implementar. Los padres de familia tienen derecho a recibir información que les permita exigir la entrega de suplementos de hierro y la consejería adecuada cuando van al establecimiento de salud con sus hijos de 4 meses.

En el Perú tenemos todo lo necesario para vencer a esta enfermedad. La anemia infantil está presente en la agenda política, se cuenta con análisis técnico de alto nivel, así como el presupuesto necesario. También se puede medir lo avanzado y monitorear muy cercanamente los resultados.

Pero para alcanzar el éxito la participación de la población informada es importante. Hay que lograr que los peruanos reciban información que les permita tomar decisiones sobre sus hijos. Es cierto que en el Estado la magia está en la implementación. Pero esta requiere de la articulación de múltiples instituciones e intereses, tanto intergubernamentales como intersectoriales.

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