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Carapongo: damnificados convierten carpas en sus hogares - 2

“La primera vez, el huaico no se llevó mis cosas, todo se ensució pero no perdimos nada. Al día siguiente, el agua bajó con más fuerza. Cuando vi que todo empezaba a elevarse supe que me iba a quedar en la calle”, dice Juana Yupanqui. Ella y su familia ahora viven en una de las 300 carpas que sirven como viviendas temporales en el albergue Santa María Baja de Carapongo, en el distrito de Lurigancho-.

En su tienda, a duras penas, entra la cama de plaza y media que logró salvar del agua. Ese pequeño espacio que hoy es su hogar temporal, lo comparte con sus padres y su esposo. Todas las noches ambos tienden unas frazadas y se acomodan en el piso para poder dormir. Ella ya perdió la vergüenza y el miedo.

Hace unos días, Juana no se atrevía a acercarse a las personas que llevaban donaciones, pero ahora lo tiene que hacer porque no tiene dinero para comprar pañales para su hijo.

Los médicos cuidan que el exceso de polvo no afecte a lo niños. (Félix Ingaruca / El Comercio)

Juana aún tiene miedo de que se desborde el río Huaycoloro otra vez. “Las noches aquí son una locura, no hay luz, no se sabe que va a pasar. Yo tengo miedo de que haya otro huaico, nadie sabe nada”, dice mientras jala a su pequeño para que no se ensucie más con la tierra que invade la carpa.

Otras 200 familias viven como Juana en este refugio ubicado en una zona alta, en medio de las obras de la nueva Autopista Central. Todas ellas lo han perdido todo por el desborde del río. Dentro de sus carpas se puede ver lo poco que han podido salvar. Muchos tienen sus cosas apiladas ante alguna emergencia en la que tengan que salir de ese lugar.

“Estuve tres días dentro de mi casa, no podíamos salir porque había demasiada agua y lodo. Tuvieron que sacar a toda mi familia con una soga. No pude rescatar nada, todo se malogró o se lo llevó el huaico”, dice Lilia Cadilio mientras lava un poco de ropa que le han obsequiado a ella y a sus tres hijos.

Para Lilia el panorama es incierto. Aún no sabe si su casa ha podido aguantar el paso del agua y las piedras. Todos los días su esposo va a ver si ya han limpiado la zona en donde vivían. Hasta ayer, aún no habían terminado de habilitar el lugar y no sabe nada de su vivienda. “Quiero saber cómo está mi casa porque no sé qué voy a hacer cuando nos saquen de aquí”, dice.

Así como la familia de Lidia Cadilio, muchos otras no saben qué les depara el futuro. “No sabemos si mañana vamos a tener agua o comida. Por el momento no estamos trabajando, pero nos han dado un plazo para reincorporarnos. Yo quisiera tener tiempo para limpiar mi casa y poder reconstruirla”, dice Juana Yupanqui.

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