(Juan Guillermo Lara / El Comercio)
(Juan Guillermo Lara / El Comercio)
Pedro Ortiz Bisso

Donald Trump, el rollizo caballero de encendido e inescrutable mechón, que entre hamburguesas y cataratas de tuits gobierna la nación más importante del planeta, acaba de llamar a El Salvador, Haití y a los países africanos “agujeros de mierda”. Lo ha hecho durante una reunión con legisladores de su país, luego de que dos de ellos le propusieran un proyecto de ley migratorio.

“¿Por qué tenemos a toda esta gente de países [que son un] agujero de mierda viniendo aquí?”, fueron las palabras usadas por el presidente estadounidense, según “The Washington Post”. Además, de acuerdo con testigos de la cita, habría sugerido recibir más inmigrantes de Noruega.

Frases de tamaño calibre, que han desatado una nueva crisis internacional –la enésima desde que el señor Trump reemplazara a Barack Obama–, me hicieron recordar una discusión en un muro de Facebook, desatada a partir de uno de los temas de moda: los venezolanos en el Perú.

El punto del debate, como imaginarán, era cómo los migrantes llaneros empezaban a convertirse en “una amenaza” porque –palabras más, palabras menos– “están en todos lados” y “nos están quitando trabajos”.

Sus argumentos son los que suelen esgrimirse en estas discusiones: prefieren contratarlos porque son extranjeros, hablan mejor, son más guapos o son más lindas, etc.

A inicios de esta semana, El Comercio reportó las enormes colas que formaban ciudadanos de ese país en busca de un permiso temporal de permanencia. Los comentarios que generó la nota, con diferencias de tono, no distaban de los aparecidos en el muro: “Están quitando empleo a los peruanos, ¿por qué no se van a otro país?”, “ya estamos invadidos” , “¡¡¡ya basta de tanto venezolano!!!”, ¿qué, no hay otros países a los que puedan ir?”.

Hace unos años se discutía sobre lo mismo, pero en lugar de venezolanos, se hablaba de españoles. “¡Hasta los he visto trabajando en la Calle de las Pizzas!”, decía un horrorizado comentario de esa época.

En la década del 70, cuando los petrodólares inundaban Venezuela, miles de peruanos migraron a ese país. La hiperinflación y el terrorismo de los 80 hicieron que otros se buscaran la vida en Estados Unidos y Europa. Japón se convirtió en destino de los migrantes en los 90. No se fueron porque quisieron. Prácticamente tuvieron que huir. Y fueron víctimas de rechazo y vejaciones, como ocurre hoy con los venezolanos que han llegado –al menos 70 mil el último año– huyendo de la locura madurista.

Estoy seguro de que ninguno de los que discutieron en ese muro de Facebook se reconoce racista. Que son incapaces de ponerse en los zapatos del otro. O que en algún momento pueden estar al otro lado del mostrador.

De eso y del miedo se alimenta la xenofobia. Que hace brotar ese mechoncito trumpiano que, más o menos escondido, muchos llevan dentro. 

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