ENRIQUE PLANAS

Villa Alemana es el nombre del pueblo donde nació el escritor chileno Álvaro Bisama, quien está en Lima para la Feria del Libro. Allí conoció a Miguel Ángel Poblete, un muchacho que aspiraba pegamento y que anunció, a inicios de los años ochenta, haber recibido la visita de la Virgen María. Se trata de un personaje surrealista: vidente primero, luego convertido en princesa rusa tras un cambio de sexo, degeneró en mujer obesa, y finalmente, luego de fundar una secta, falleció de cirrosis entre excesos alcohólicos y alucinaciones religiosas.

Bisama escribió sobre Poblete en una larga crónica publicada por la revista Etiqueta negra, donde relató cómo la supuesta Virgen compartía con él mensajes a favor de la dictadura. La historia le interesaba porque el escritor podía referirse a los tristes años de la época de Pinochet. Pero luego pensó que más que la historia del alucinado muchacho, lo que buscaba contar era el testimonio de quienes habían crecido a su alrededor. Aquellos muchachos que crecían en este pueblo próximo a Valparaíso, que veían cómo Villa Alemana se llenaba de acólitos y penitentes. Era el público del extraño espectáculo de una fe masiva y sus falsos milagros: hostias que caían del cielo o el mismo sol que saltaba de su eje por obra del joven vidente. Lo que me interesaba era la mirada de estos chicos, que luego crecían para fundar bandas de rock. En el fondo, Ruido es la mutación de una crónica a una novela. Hay mucha información cierta del vidente, pero su historia está cruzada de memorias personales y fragmentos que podrían formar la memoria del pueblo, explica el autor.

¿Ruido es una novela sobre nuestra irracional necesidad de creer? Esta es una novela religiosa profundamente civil. No me interesa ofrecer explicaciones religiosas, ni hablar del auspicio de Pinochet a este grupo. Lo que me importaba era ver cómo esos fragmentos de fe generaron entonces una sensación comunitaria. Cómo se interceptaron en un pequeño pueblo donde no había ni pasaba nada. Más que la fe y los milagros, me interesaba buscar en esos mitos que construyen la comunidad de una provincia, marcados por un horror parecido al tedio.

A diferencia de escritores de otras generaciones que han tocado el tema de los santones, tú desarrollas el de la cultura pop. Al inicio, la novela parece una historia de zombies… Eso tiene que ver con el cine. ¡En el cine del pueblo podían programarse dos películas de zombies antes de una comedia picaresca italiana! La presencia de la cultura pop no es ni siquiera una duda. Lo pop es lo que está, hecho de retazos, de escombros, como un collage.

¿Crees que tu generación de escritores es fruto del reciclaje cultural? Reciclaje es la manera de escribir de Borges también. Es la de Donoso cuando lee a Ezra Pound, por ejemplo. Las vanguardias latinoamericanas también son vanguardias del reciclaje. Y no hay una culpa en ello. Ruido es un libro cercano a autores fuera del canon realista burgués de la literatura chilena. Es una novela que José Donoso jamás escribiría.

¿No crees que le gustaría? No creo. Donoso escribía sobre su clase, de la alta burguesía.

Pero también gustaba de lo freak, de lo extraño… Pero con mucha culpa. Para él, esos personajes eran monstruos. Prefiero la poesía de Nicanor Parra o de Enrique Lihn. Escriben desde lugares mucho más abiertos.

Justamente Parra y Lihn son dos claras referencias en tu novela. Lihn escribió un libro político sobre esa comunidad: La aparición de la Virgen. Él vio este caso como una alegoría política. Y Parra tenía una aterradora conciencia del poder de su palabra aparentemente sencilla.

Ruido es un libro narrado por diferentes voces, como si fuera un coro de fantasmas. Me interesaba la voz de un fantasma que no tuviera identidad, que pudiera vestirse de varias identidades. Cuando escribía Ruido, pensaba que estaba escribiendo un relato de fantasmas sin que hubiera fantasmas, una historia de zombies sin zombies. No quería escribir una novela política sobre la dictadura, nada más aburrido y cliché que eso. Quería una mirada oblicua, como aquellas figuras fuera de foco que recordamos por casualidad.