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Las imágenes de Graciela Iturbide serán expuestas en el MATE.
Enrique Planas

Durante años estuvo obsesionada con la muerte. Había perdido a su hija de 6 años y se había dedicado a recorrer cementerios de pueblo, fotografiando el dolor ajeno. Un día, a la entrada de un panteón, encontró el cadáver de un hombre cuyo rostro era comido por los pájaros. Permanecía vestido, sin tumba. Ella tomó su cámara y disparó. En la fotografía revelada, los pájaros alzan vuelo.

"Allí sentí que la muerte me dijo: 'Basta'", recuerda Graciela Iturbide al otro lado de la línea telefónica, desde su casa en Coyoacán. Como si una presencia la envolviera en sus alas invitándola a sacudirse la culpa. "Entendí entonces que yo no había resuelto la muerte de mi hija y por eso me había obsesionado con ese tema", dice. Desde entonces, la fotógrafa mexicana no ha vuelto a retratar a la muerte. Y si la enfrenta, lo hace enfocándose en sus aspectos más luminosos: las procesiones, las catrinas de azúcar o los pájaros, sea en bandadas o en solitario vuelo.

Nacida en Ciudad de México en 1942, la carrera de Iturbide nos ofrece una visión integradora del mundo. Invitada a exponer en el Museo Mario Testino (MATE) como parte de su ciclo Maestros de la Fotografía, ella llegará a Lima para compartir sus sabios testimonios gráficos del espíritu humano, sus luchas, aciertos y contradicciones.

— Ha pasado años tomando fotografías de pájaros, un tema tan sobrecogedor como un filme de Hitchcock...
Fíjate que me han dicho que mis pájaros dan tanto miedo como sus películas. Más bien me ha influenciado mucho un poema de San Juan de la Cruz, "Condiciones del pájaro solitario", en el que habla del lenguaje de las aves. Para fotografiar los pájaros como yo lo hago, siempre tengo que llevar la cámara encima.

— La muerte está muy presente en su obra...
México es el país que más juega con la muerte y, al mismo tiempo, el que más se la toma en serio. El Día de los Muertos te regalan una calavera de azúcar con tu nombre. Tengo una foto de una niña entrando a la iglesia con su vestido de primera comunión y llevando la calavera de la muerte en el rostro, como sucede en las fiestas de San Miguel Arcángel. Es un tema cotidiano que me apasiona y me fascin

— André Bretón acuñó el lugar común de México como país surrealista. ¿Sus fotografías son surrealistas o más bien llevan la impronta del realismo mágico de Rulfo?
¿Sabes qué pasa? Para mí las palabras surrealismo y realismo mágico ya no son convenientes. Bretón era un dictador, independientemente de que admire su obra. Y cuando hablan de realismo mágico, recuerdo una exposición que presenté en París, donde me preguntaban si existía una mirada latinoamericana. Yo les dije que no. El Perú y México se parecen, ¿pero qué tenemos que ver con Uruguay, por ejemplo? O en el mismo México, ¿qué tienen que ver Monterrey al norte con Mérida en el sur? Son naciones diferentes. Todo eso viene del paternalismo europeo. Son clichés que ellos nos ponen para identificarnos.

— Antes de ser fotógrafa confesaba querer ser escritora. ¿Cómo siente el diálogo entre fotografía y literatura, que tan bien sintetiza su paisano Juan Rulfo?
Fui amiga de Rulfo. Él tenía fotos maravillosas y otras regulares. Tomó fotografías desde los 15 años y tiene autorretratos notables. Ahora, pienso que el espíritu de "Pedro Páramo" y de "El llano en llamas" está en sus fotografías. Era un hombre muy atormentado. Bebía muchísimo. No sé si dejó de escribir porque estaba frustrado con la vida o porque había dicho todo lo que tenía que decir.

— ¿Cree que su fotografía tiene una intención narrativa?Claro. Es lo que yo veo en la vida. Mi maestro Manuel Álvarez Bravo me decía: "Toda fotografía, incluso la abstracta, es un testimonio". Y tenía razón. Yo narro lo que veo y lo interpreto en el papel. Si no soy escritora es porque provengo de una familia muy conservadora. ¡Mi padre quería que fuera ama de casa y punto!

​Más información

Lugar: Sala I MATE (Av. Pedro de Osma 409, Barranco).
Abierta al público desde el: 16 de junio.
Conversatorio: 16 de junio, 7:30 p.m., con la presencia de la autora y el crítico Carlo Trivelli. Ingreso libre.

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