“La masacre y la explotación del caucho”, del artista Brus Rubio, en la muestra “Memorias del caucho”. Nótese la estilización de la feroz fi gura de Arana y la tortura de nativos ante la mirada impasible de la
“La masacre y la explotación del caucho”, del artista Brus Rubio, en la muestra “Memorias del caucho”. Nótese la estilización de la feroz fi gura de Arana y la tortura de nativos ante la mirada impasible de la

Es difcil imaginar tanto horror, semejante crueldad, tal imperio de la muerte. Pero como es el paso previo a la comprensin, tratemos de asir la idea: concibamos un territorio del tamao de Croacia donde habitan desde hace siglos varios pueblos, provenientes de distintos troncos y culturas, en una relativa paz entre s y, sobre todo, con su entorno natural. Ahora supongamos que un da llega un tipo, un grupo de tipos, y deciden que todo cuanto hay la tierra, las montaas, los animales, los ros, en especial los rboles y los mismos pobladores les pertenece. Y en nombre de la fe que profesan, la de la ganancia a cualquier costo, dedican los siguientes cuarenta aos a expoliarlo.

Figurmonos que para perpetrar tal desastre el tipo, el grupo de tipos, sometieran, esclavizaran, vejasen, torturasen y finalmente asesinasen a una poblacin equivalente dependiendo de los estudios a tres o cuatro o incluso siete veces la que veranea enel balneario de Asia. Su voracidad parece ms fuerte que la misma vida. Por eso, cuando todo parezca acabar; cuando se crucen los lmites ltimos de la humanidad y las leyes, inventarn nuevas formas de rapia social, y desplazarn aun a ms gente, destrozarn ms clanes, familias, personas, tantas como las que habitan hoy en La Punta.

Cambiemos Croacia por el territorio que se extiende entre los ros Putumayo y Caquet, hoy perteneciente a Colombia, pero entonces entre mediados de las dcadas de 1880 y 1920 una zona difusa que recin se defi ni tras la guerra que sostuvo el Per con dicho pas (1932-1933). Reemplacemos los habitantes, primero de Asia y luego de La Punta, por miembros de las naciones huitoto, ocaina, bora, tikuna, nonuya, miraa, andoke. Nombremos al tipo y sus secuaces como Julio Csar Arana y los barones. As tendremos, adems de la codiciada resina de los rboles de caucho y jebe, los elementos que conformaron el llamado boom o ciclo, o era del caucho, uno de los episodios ms vergonzosos de nuestra historia republicana. Una vergenza que persiste hasta hoy en la indiferencia.

El documental titulado Memorias del caucho y una muestra vinculada que acaba de inaugurarse en el Lugar de la Memoria nos interpelan respecto a dicho suceso.

EL PATRN DEL MAL

A principios del siglo XVIII el naturalista francs Charles de La Condamine comenz a prestarle atencin a las propiedades de la goma amaznica, pero fue recin en 1839 cuando una serendipia permiti al inventor bostoniano Charles Goodyear crear el proceso de vulcanizacin, haciendo la resina inmune a los elementos y convirtindola en componente esencial de la revolucin industrial. La apoteosis lleg cuando, en 1887, John Dunlop patent el neumtico. Ello dinamiz una emergente industria extractiva enBolivia, Ecuador, Colombia, incluso Venezuela, pero sobre todo en Brasil y el Per: la vasta Amazona.

Mientras esto ocurra, un veintea- ero nacido en Rioja, San Martn, comerciante de sombreros con solo estudios primarios pero gran talento para los negocios, vio la oportunidad e hizo suyos los mandamientos del capitalismo ms salvaje: impunidad y libertinaje fi scal, materia prima y mano de obra gratuitas o casi, y eliminacin de la competencia. Entonces se traslad a Iquitos y desde ah, como hiciera tiempo atrs Carlos Fermn Fitzcarrald en Madre de Dios, mir hacia el noreste y se dijo: Ese ser mi reino. Lleg a ser el hombre ms rico del pas.

Como casi todos los empresarios del hampa, Julio Csar Arana comenz su carrera fungiendo de esbirro violento. Se hizo habilitador, nuevo nombre para un viejo ofi cio esclavista consistente en ofrecerles a los nativos productos que deseaban o necesitaban a precios absurdos, a la vez que menospreciaba el caucho querecababan. As, se tena que trabajar cuatro aos para pagar un pantaln y la vida entera no alcanzaba para cancelar un rifle o una mquina de coser (pero eso no era problema: los pendientes se heredaban de padres a hijos; tambin la deuda la persona poda traspasarse a otro cauchero).

Sigui su escalada comprando deudas y territorios a la mala a empresarios colombianos y as, en solo unos aos, lleg a trazar un imperio verde y gomoso de 5744.000 hectreas entre el Putumayo y sus afluentes, los ros Igaraparan y Caraparan, instalando dos grandes bases de operaciones en La Chorrera y El Encanto.

Con el ingreso al siglo XX y el aumento de la demanda en Europa y Norteamrica, Arana se dej de delicadezas, se cuestion por qu pagar poco por la mano de obra si poda no pagar nada, y pas a la sujecin desenfrenada de nativos. Las correras consistan en la invasin de pueblos y comunidades adonde llegaban los capataces y los muchachos de confianza (indgenas envilecidos o que mantenan rencillas con los afectados) armados con fusiles y perros bravos. Lo que segua era horrorosamente simple: mataban a los que oponan resistencia, se llevaban a los que quedaban y a las mujeres y a los chicos. Nios y viejos no servan para extraer y transportar los rabos del Putumayo desde sus puntos de extraccin hasta los 45 centros de acopio.

Los que dirigan estas infamias eran tipos vestidos de blanco impoluto que enviaban a sus hijos a estudiar a Londres; y que, mientras colmaban la selva de dolor y sangre con mtodos de conquistador espaol del siglo XVII, daban forma a la absurda belle poque de Iquitos. Apenas un par de aos despus del inicio de las correras, Aranase convirti en alcalde de la ciudad. Es decir, con su disfraz de empresario y de civilizador de fronteras, se hizo tambin del poder poltico.

INFIERNO EN EL PARASO

El boom del caucho signific aproximadamente el 9% de las exportaciones peruanas y a la vez la desaparicin de, por lo menos, 30 mil compatriotas, aunque hay estudiosos que hablan de ms del doble: la histrica marginacin impide ser ms acuciosos. Sin embargo, a la luz de los hechos, puede llegarse a creer que la muerte poda significar un alivio para quienes sufrieron su participacin en la economa gomera.

Mientras los limeos vivan a plenitud la Repblica Aristocrtica, en el Putumayo los esclavos deban cumplir con jornadas de trabajo inauditas, y si al final del da su bola de caucho no llegaba al peso esperado por los capataces, aquellos eran maltratados por haraganes y de inmediato castigados con ltigos de cuero de vaca. Si persistan en su negligencia, quienes mandaban tenan a la mano al menos diez maneras distintas de torturarlos, siempre pblicas: de lo que se trataba era de amedrentar al resto. Como la hamaca, que balanceaba el cuerpo de los infelices sobre una fogata. O los colocaban en cepos hasta dejarlos morir. O los crucificaban. O los ahogaban. O los desmembraban brazos, orejas, sobre todo ojos. O ya puestos, si el patrn estaba eufrico, los decapitaban. Exista la libertad absoluta sobre el cuerpo de las mujeres: podan ser violadas como y cuando provocara. Si oponan resistencia eran apaleadas y luego, entonces s, ultrajadas. Mejor aun, delante de sus familias.

Pero realmente no haba que llegar siempre a tanto, porque la extenuacin acababa incluso con los ms recios. Por ltimo, siempre quedaban los balazos expeditivos o, si se trataba de grupos alzados, la hoguera. Total, indios era lo que ms haba.

Algunos nativos huan, pese a las consecuencias que ello poda acarrear para sus familias y, claro, para ellos mismos si eran capturados. En medio de tanta aberracin, sin embargo, surgi un curaca que se convirti en leyenda. No se sabe bien cundo ocurri, pero Sogalma junt a varios hombres, lleg a secuestrar a algunos capataces, se alz en armas. La rebelin, sin embargo, fue repelida con apoyo del ejrcito. Los indios sublevados fueron recluidos en una inmensa maloca y ardieron en vida. La matanza es recordada como la quema de la maloca de Atenas, y Sogalma pas a representar una encarnacin de Juan Santos Atahualpa, una nueva versin del mito de Inkarri.

EL FACTOR BRITNICO

Paradjicamente, el mismo crecimiento de los negocios de Arana determin su cada. Desde el inicio de sus operaciones haba visto pasar seis o siete presidentes, todos ellos ocupados en asuntos muy, muy lejanos, casi de otro pas, en otro tiempo. Pero las noticias de sus malas artes y peores tratos comenzaban a flotar como la bruma de los ros. Para blindarse de las posibles acusaciones y captar msliquidez, cotiz en la Bolsa de Londres, se asoci con capitales britnicos y cre la Peruvian Amazon Rubber Co.

Las primeras denuncias pblicas las hizo ese mismo ao de 1907 el periodista iquiteo Benjamn Saldaa Rocca, en los peridicos La Felpa y La Sancin. Llegaron a tener rplicas en Lima, terminaron en un informe judicial de tres mil pginas y en 230 rdenes de detencin que jams se cumplieron. Saldaa Rocca, quien haba sido hroe de la Guerra con Chile, tuvo que vivir desde entonces a salto de mata, por temor a la venganza de Arana.

En 1909, el ingeniero estadounidense Walter Hardenburg, que viajaba ofreciendo sus servicios y termin siendo secuestrado tras ser testigo de las atrocidades contra nativos y empresarios colombianos, public un libro de ttulo elocuente: Putumayo: The Devils Paradise. Esto dio inicio a una campaa de cierta prensa inglesa que provoc que ms de un lord levantara la ceja, en especial los miembros de la clebre Sociedad Antiesclavista. Y no era para menos, si se tenan en cuenta sus espantosas revelaciones. Entonces, los ingleses, alegando que capitales nacionales estaban involucrados y con el argumento adicional de que la Casa Arana haba contratado doscientos capataces de Barbados entonces colonia britnica, mandaron a investigar a un experto: sir Roger Casement.

Casement, quien ya haba evidenciado un genocidio anlogo en el Congo Belga bajo el reinado de Leopoldo II, investig apasionadamente el tema y confront al mismo Julio Csar Arana. El resultado de sus investigaciones se conoce como Libro Azul Britnico. Informe y otras cartas sobre las atrocidades en el Putumayo. Ese fue el verdadero principio del fin: Arana fue citado al parlamento britnico en 1913 y, pese a que urdi una campaa meditica para salvar su imagen pblica, los ingleses se encargaron de propalar en el mundo entero las atrocidades en la Amazona, retiraron sus capitales y, por ltimo, se llevaron setenta mil semillas de Hevea brasiliensis para plantarlas en sus propias colonias. Para 1914, con el inicio de la Gran Guerra la demanda de caucho se dispar, pero entonces ya producan ms caucho en el Sudeste Asitico que en Sudamrica. Dos aos despus, Casement, acusado de traicin a la patria por buscar la independencia de su natal Irlanda con apoyo de Alemania en pleno conflicto, muri ahorcado en prisin. Su vida y esfuerzos inspiraron la novela El sueo del celta, de Mario Vargas Llosa.

Saldaa Rocca, Hardenburg, Casement y el parlamento britnico fueron quienes frenaron la barbarie. No la opinin pblica ni la clase poltica peruanas.

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Juan A. Tizn y Julio Csar Arana, en tpico outfit de barones del caucho. Tizn recibi el informe final de manos de Roger Casement. Arana, tras su paso por la alcalda de Iquitos, fue senador por Loreto y presidi la Cmara de Comercio de esa regin. En el segundo piso de su casa quedaba la sede del Poder Judicial.

***

Como era de esperar, Arana y los dems barones no se retiraron de inmediato. Entre 1922 y 1928 los aos en que el tratado Salomn-Lozano, que demarcaba la frontera con Colombia, se mantuvo en secreto explotaron todo el caucho que pudieron y, en desbandada, iniciaron un ciclode migracin forzada de nativos, trayndolos de la frontera para que se dedicaran a labores agropecuarias. Este xodo fue lo ltimo que necesitaba la cultura amaznica para terminar de sufrir: pueblos enteros desaparecieron vctimas del maltrato, enfermedades como la viruela y el sarampin, y la pena.

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Salvaje cepo La Laguna retratado por el francs Edouard Andr. El imperio de Arana lleg a alcanzar 5744.000 hectreas.

Con el fin del Oncenio de Legua, Arana se retir de la vida pblica, sin jams sufrir carcelera ni punicin alguna. Muri a los 88 aos en su casa de Magdalena, en Lima. Una calle principal de Iquitos lleva su nombre.

En su magnfico libro La vida en comn, Tzvetan Todorov sealaba: Tal vez el hombre vive en primer lugar en su propio cuerpo, pero solo comienza a existir por la mirada del otro; sin existencia, la vida se apaga. Un holocausto como el ocurrido en la Amazona hace apenas un siglo no se hubiera dado si el pas simplemente hubiera entendido la selva como parte de su territorio y a sus habitantes, ya ni siquiera como compatriotas, sino como seres humanos. Lo cierto es que se trata an de un escndalo invisibilizado, que apenas merece unas lneas si acaso eso en los libros escolares de historia. Tanto el documental de Wilton Martnez como la muestra del LUM son una forma de recordarlo. De tenerlo presente. De no quitrnoslo de la memoria. Para que no haya otro boom del caucho, ni tampoco otro baguazo.

El 2012, Juan Manuel Santos pidi perdn a los pueblos amaznicos por las atrocidades cometidas durante la era del caucho ante la pasividad del Gobierno Colombiano. Piense usted, lector, cmo debera terminar este prrafo.

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