(El Comercio)
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Sebastián Pimentel

¿Cuándo ha tenido buena salud el cine de horror en Estados Unidos? Pues no precisamente en esta centuria. Fue la ya pasada era de los hiperrealistas William Friedkin (director de “El exorcista”, de 1973) y Tobe Hooper (“Masacre en Texas”, de 1974), en la que también destacaron esos tres jinetes del apocalipsis llamados John Carpenter, Wes Craven y George A. Romero, la que ha dado lo mejor del cine de miedo hasta el fin del siglo XX. Luego sería bueno preguntarse si en el nuevo milenio han surgido sucedáneos dignos de tan ilustre herencia. 

Quizá pueda nombrar algunas excepciones, la mayoría cintas de años recientes como “Está detrás de ti” (David Robert Mitchell, del 2014), “No respires” (Federico Álvarez, del 2016) o “¡Huye!” (Jordan Peele, del 2017). Pero sin duda fue James Wan quien, con sus sagas de “La noche del demonio” (2010) y “El conjuro” (2013), logró un éxito sostenido en la taquilla y elogios de una buena parte de la crítica. El balance es desigual, es cierto, pero no puede dejarse de reconocer en Wan a un artífice concienzudo del género. 

El cineasta malayo-australiano instalado en Hollywood empezó con el recurso algo burdo del horror basado en la tortura en “Saw” (2004). Luego, con las mencionadas “La noche del demonio” y “El conjuro”, reflotó con inusual sofisticación el cine de las casas embrujadas y, sobre todo, el tema de la posesión que no solo pertenece a “El exorcista”, sino también a “La profecía”, el clásico de Richard Donner de 1976. “Annabelle”, precisamente, es un personaje que proviene de la saga de “El conjuro”, y a partir de este se han hecho ya dos filmes producidos por Wan pero dirigidos por discípulos suyos como John R. Leonetti y, ahora, David F. Sandberg. 

Definitivamente, esta segunda “Annabelle”, que se sitúa en el pasado para explicar el origen del juguete del mal, es muy superior a la primera. El director David F. Sandberg cambia el brochazo gordo de la antecesora por una pintura detallista, de ambientación antigua (el filme nos traslada a la América rural de mediados del siglo XX). En un sugerente prólogo, un accidente explicará los sucesos venideros. Luego unas niñas rubias llegan con la hermana Charlotte (Stephanie Sigman) a la casa del señor Samuel Mullins (Anthony LaPaglia), artesano de muñecas que ha convertido su hogar en un orfanato. 

Muchas buenas ideas rondan el filme, pero, lamentablemente, ninguna gravita lo suficiente como para salvar a “Annabelle 2: la creación” de ser más un ejercicio de estilo que un filme perturbador. La idea de mayor interés tiene que ver con el aspecto vagamente sexual de estas púberes sin padres, casi adolescentes, que se burlan de una de ellas, Janice (Talitha Eliana Bateman), quien padece de polio, lo que la hace tener un talante vulnerable y contemplativo. Ella será la víctima elegida para el espíritu que posee la casa de campo a la que los personajes han arribado sin sospechar nada. 

Sandberg es cuidadoso a la hora de mover su cámara, la cual juega al voyeurismo tenebrista y al fisgoneo de tupidos claroscuros. Sin embargo, hay una excesiva predominancia de los sustos provocados por el golpe de sonido o la aparición súbita de espectros. Esta ya es definitivamente una fórmula ‘waniana’ que impide un mayor delineamiento de los personajes, exploración psicológica y elaboración original de la historia. La culpa, las dudas de fe, la violencia escondida en el inconsciente o la demonología católica son temas que se desperdician una y otra vez en este divertimento detallista, fino, pero condenado a ser olvidado muy pronto. 

AL DETALLE
Calificación: 2 estrellas de 5
Título original: “Annabelle: Creation”.
Género: horror, thriller.
País y año: EE.UU., 2017.
Director: David F. Sandberg.
Actores: Anthony LaPaglia, Talitha Eliana Bateman, Samara Lee.

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