Berlinale 2015: "El club", una fuerte candidata al Oso de Oro
Berlinale 2015: "El club", una fuerte candidata al Oso de Oro
Redacción EC


RODRIGO BEDOYA FORNO  ()
(Enviado especial a Berlín)

Al borde de la playa, cuatro curas pasan días de penitencia en una casa. Ellos han sido escondidos por la Iglesia debido a actos delictivos (desde pedofilia hasta colaboración con la dictadura de Pinochet), y son cuidados por una monja. La Iglesia los podría entregar a la justicia, pero prefiere tenerlos aislados, para que el escándalo no llegue a mayores. Tal es la premisa de “El club”, cinta chilena de Pablo Larraín (director de la nominada al Óscar “No”) que muchos consideran como una de las fuertes candidatas para llevarse el .

Pero la vida de los curas cambia cuando aparece Sandokán (interpretado por el actor Roberto Farías): él es un hombre que ha sufrido abusos sexuales por parte de un quinto cura que llega a la casa. Abusos que han dejado en él marcas psicológicas imborrables. Y ese peligro es olido por la institución, quien envía a otro padre a poner orden en el lugar, quizá con la intención de cerrarlo y entregar a los padres a la justicia.

En el filme, Pablo Larraín hace un alegato durísimo contra la Iglesia: no solo contra sus prácticas y su hoy ya demostrado encubrimiento a pedófilos, sino contra su propio orden, que impide que haya un cambio de las cosas. Los actos de la Iglesia han hecho sufrir y seguirán haciendo sufrir a varios, parece decirnos el filme. El clima brumoso y gris de la costa chilena, bien aprovechado por Larraín, le da el toque de ambiente perfecto para una película que retrata vidas grises, oscuras, de personajes que cargan consigo culpas y frustraciones. Frustraciones que, sobre todo al principio de la cinta, dan lugar a una saludable ironía y humor negro, que aligeran y, al mismo tiempo, hacen más punzantes las afirmaciones.

El gran problema del filme es que su poderosa premisa está escrita en un guion de hierro, que busca dejar su punto claro en reiteradas ocasiones: el enorme sufrimiento que ha generado la Iglesia en muchas personas. Y lo que termina sintiéndose es que cada una de las escenas que plantea la película parecen ser una ilustración de la premisa. Los interrogatorios a los curas, por ejemplos, dejan muy en claro lo malísimos que han sido: los personajes ya no tienen una riqueza perversa, sino que se convierten casi en caricaturas y arquetipos. Y la propia personalidad de Sandokán, repitiendo una y otra vez las atrocidades que pasó, terminan sintiéndose más momentos que buscan reforzar una y otra vez el mensaje de la cinta que situaciones que enriquecen al personaje.

Larraín, como lo demostró en “Tony Manero” y en “Post Mortem”, no es un director sutil, lo cual puede ser una elección de estilo. El problema está cuando eso se convierte en un forma de resaltar el mensaje, de convertir el filme en un vehículo para reforzar una idea a costa de los propios personajes. Eso ocasiona que nada en el filme sea orgánico y espontáneo. Por eso, los hechos que se narran en la parte final de la película (que no revelaremos) no se sienten hilvanados de manera natural, sino más bien impuestos por ese guion que fuerza las situaciones, y resaltados por una música grave, por si el mensaje no ha quedado claro.

Películas como “El club”, por su tema polémico y su gravedad e importancia, suelen funcionar bien en festivales. La polémica, en todo caso, está abierta. Veremos si el filme se estrena en el Festival de Cine de Lima para que la discusión aterrice en nuestro país.

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