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La bestia y las bestias - 1
Jaime Bedoya

Fea es la muerte, el dolor, la mentira. Otros juicios estéticos, sujetos a la percepción de las formas, son conversables. Especialmente cuando se interpone la mirada ciega del sentimiento. 
Ahí es cuando los demás preguntan: ¿Qué le ve? Y el vidente, tal como con el jazz, sabe que si tienen que preguntarlo es porque nunca lo sabrán. 

Es lo que vivió el hombre lobo Pedro Gonzales (Tenerife 1537, Viterbo 1618), mejor conocido como Petrus Gonsalvus, tras la cómoda vida cortesana que le tocó vivir. Gonsalvus, padeciendo una hipertricosis que cubría su cuerpo de pelaje, fue entregado de niño como regalo a la corte del rey Enrique II de Francia. Fue instruido en latín y humanidades. Pero lo que lo hizo leyenda fue su matrimonio con Catherine, dama de compañía de Catalina de Médicis: la pareja es la inspiración del cuento de hadas “La Bella y la bestia”. La última película sobre el tema, que actualmente lidera la cartelera mundial, es la que ha hecho aun más rica a la deliciosa Emma Watson. 

Petrus murió viejo y acomodado, gozando de los beneficios palaciegos y del amor forzosamente sincero de su esposa. Su historia se hace más privilegiada aun cuando se compara con quien compartió su condición médica pero con agravantes extendidas más allá de la muerte. Es la historia de Julia Pastrana, la Mujer más Fea del Mundo.

MUJER MONO, MUJER OSO 
Julia Pastrana nació sin nombre. Esto fue alrededor de 1830 en Sinaloa, México. Abandonada por sus padres, fue recogida por el gobernador Pedro Sánchez, quien la acogió bajo la doble función de servicio doméstico y tema de conversación con las visitas. Peluda, menuda y con una prominente mandíbula inferior por una hiperplasia gingival, a Julia Pastrana –ese nombre ficticio le dieron– se la conocía como la Mujer Mono. Aunque un contemporáneo suyo, don Irineo Paz, abuelo de Octavio, se refiere a ella en sus memorias publicadas en 1880 como la Mujer Oso. Horrorosa era. 

Paz le atribuye a Francisco Sepúlveda, corrupto funcionario de aduanas de Mazatlán, ser el primero en detectar un negocio en la fealdad de Julia. Este vendió todo su patrimonio para comprarla y revenderla a un empresario extranjero ávido de lo que en el siglo XIX constituía negocio, la exposición de fenómenos: enanos, deformes, mujeres barbudas. Julia Pastrana era la suma de todos. Así subió a un barco y llegó a Nueva York, capital de la rareza en 1854. Sin pestañear se la exhibió como La Maravillosa Híbrida. 

P. T. Barnum, famoso empresario de circo, apenas enterado de la llegada de Pastrana envió un agente para reclutarla. Este era Theodore Lent, quien vio en Pastrana la gallina de oro más fea que había visto en su vida. Lejos de reportarle a Barnum, le propuso matrimonio. Se casaron en 1855 y salieron de gira a Europa.

LA MUJER MONO ESPERA UN HIJO 
El matrimonio Lent Pastrana recorrió Londres, Viena, Budapest, Berlín, Leipzig y Moscú mostrando al público la cordial fealdad de Julia. Ella presentaba un número bilingüe en el que bailaba y cantaba como mezzosoprano. El respetable podía tocarle los bigotes, casi crines, mientras ella sonreía con dulzura. En Alemania la obra fue prohibida para madres gestantes temiendo que la impresión produjera el nacimiento de bebes monos. 

En esta gira Julia Pastrana fue conocida por personalidades como Charles Darwin, Alexander von Humboldt y Sigmund Freud, quien luego de departir con ella comentó que se trataba de una mujer feliz. Era razonable: estaba todo el día al lado del hombre que amaba. 

Al llegar a Moscú, 1859, Pastrana descubrió que estaba embarazada. El parto se complicó. Al cabo de cuarenta horas nació un bebe varón idéntico a la madre: peludo de pies a cabeza. El bebe apenas vivió cinco horas y la salud de Julia se debilitó, de pena y de pena. 
El pragmatismo empresarial de Lent organizó una suerte de meet and greet con la agonizante Mujer Mono. En estas tétricas presentaciones ella solía repetir en distintas versiones: Muero feliz pues fui amada por lo que fui, una declaración con sustento freudiano de primera mano. 

Julia Pastrana murió a los 26 años en Moscú en 1860. Lent le vendió el cuerpo tanto de su esposa como de su hijo al médico ruso Sukolov de la Universidad de Moscú, quien quería embalsamarlos para la posteridad científica. Ese trabajo le supuso seis meses de morgue.

UNA EMPRESA FAMILIAR 
Lent quedó impresionado al ver el resultado del esfuerzo de Sukolov. Su esposa e hijo parecían vivos. La crisis era una oportunidad. Presentó ante el consulado norteamericano en Moscú su certificado de matrimonio y reclamó legalmente los cuerpos. 
Con las momias a cuestas Lent partió a Londres. En 1862 empezó a exhibirlas. Ella vestida de bailarina rusa, él de marinerito, clavado por los pies a un pedestal. La entrada ahora era más barata que cuando estaban vivos. Uno se debe a su público. 
Dos años después y con el negocio familiar sobre ruedas, Lent volvió a Europa como parte de una exhibición itinerante. En Karlsbad, Alemania, escuchó hablar de una mujer barbuda que vivía recluida. Lent logró conocerla y sin perder el tiempo le pidió la mano a su reticente padre. Este consintió la boda pero con la condición de que no exhibiese a su hija por dinero. Lo primero que hizo Lent fue esconderle la máquina de afeitar. 

Los siguientes diez años de su vida Lent vivió de lucrativos contratos en los que presentaba a su flamante esposa, Miss Señora Pastrana, junto con las dos momias. Ahora los panfletos jugaban con dos posibilidades: ¿era esta mujer la hermana perdida de Julia Pastrana o acaso la Mujer Mono nunca murió? Las colas eran kilométricas. 
Theodore Lent se retiró como un hombre rico hacia 1880. Pero todo se paga. Enloqueció y fue internado en un asilo psiquiátrico, donde moriría. Su viuda se casó con un hombre veinte años menor que ella, se retiró del espectáculo y vendió su embalsamada herencia.

MOMIAS TRABAJANDO
Durante las siguientes tres décadas las momias cambiaron de manos varias veces. En 1921 –cuando el Perú celebraba el centenario de su independencia– llegaron a la Cámara de Horrores que el sueco Hakon Jaeger Lund tenía en Oslo. Durante la ocupación alemana del 1943, Lund organizó exhibiciones de Julia a beneficio del Tercer Reich, atrocidad para deleite de los nazis. 
En los años 50 muere Hakon y el interés por la exhibición de monstruosidades queda en manos de excéntricos. Uno de ellos fue Alfred Hitchcock. En 1961 dedica un capítulo de su serie de televisión a la historia de una mujer deforme que se venga de los empresarios que lucraban con su aspecto. Luego en 1964 el italiano Mario Ferreti filma La Donna Scimia (La Mujer Simio), donde una peluda napolitana se enamora de Ugo Tognazzi. 

El heredero de Lund, su hijo Hans, calculadamente las saca de nuevo de gira, pero el espectáculo es clausurado por inmoral. El arzobispo de Oslo reclama la confiscación de los cuerpos. Lund responde que si se trata de confiscar momias, que empiecen por las de Egipto. 
Cuando pretendía llevárselas a Suecia, este país prohíbe formalmente la exposición comercial de cadáveres en 1973 y Julia y su hijo son recluidos en un almacén de Rommen, suburbio de Oslo. 

El almacén fue violentado en 1973. Adolescentes noruegos, de bicicleta y linterna, encontraron el paraíso temporal cuando pudieron ingresar al recinto donde hallaron carritos chocones, atracciones de feria y lo que ellos pensaban que eran maniquíes de cera. 
Al ser sorprendidos huyeron corriendo, arrancándole un brazo a Julia (del niño solo quedaban las botas, se lo habían comido los ratones). Días después repararon que el brazo no era de cera y lo llevaron aterrados a la policía. Para cuando la ley llegó al almacén la momia de Julia había desaparecido.

LA MOMIA EXISTE
En 1990 el joven médico sueco Jan Bondeson revisaba con morbosa curiosidad una revista de historias policiales. En ella encontró un breve artículo sobre la historia de Julia Pastrana, el cual refería que su momia se encontraba almacenada en una oficina administrativa en Oslo. Bondeson siguió la pista y halló lo que quedaba de ella. Su descubrimiento hizo que la momia fuera trasladada a la colección Shreiner, cuestionado repositorio que tenía entre sus piezas ocho mil esqueletos humanos.

Llegó el siglo XXI. En el año 2002 se presentó en Nueva York la obra de teatro La Historia Real. Era una versión sobre la historia de Julia Pastrana que terminaba con el personaje encerrado en una caja diciendo: “Aquí estoy segura, aquí nadie me ve”. 
La artista Laura Anderson Barbata, nacida en Sinaloa, era la diseñadora del vestuario de esa obra. Alguien sugirió aprovechar el montaje para hacer una campaña a favor de la repatriación de los restos de Pastrana a México. Con más ilusión que probabilidades pusieron un cuaderno en el foyer del teatro para recabar firmas. Con 700 de ellas dejaron una petición ante la embajada de Suecia en Washington D.C. Nunca les respondieron.

DESCANSA, JULIA
Unos años después, ya era el 2005, Laura Anderson se gana una beca nada menos que en Oslo. Debía presentar una propuesta artística. Pensó en su paisana. Estando allá emplazó al director de la colección Shreiner. Este le respondió que no se preocupara, que los restos eran tratados con la dignidad que se merecían. 
Anderson publicó obituarios de Julia Pastrana en diversos diarios de Oslo y le mandó oficiar misas de difunto. La prensa empezó a hablar del tema. Pero el director del instituto fue tajante. Solo sus familiares podrían iniciar un pedido de repatriación. 

Hasta que en el 2012, como en los cuentos, Anderson regresó al principio. Se comunicó con el gobernador de Sinaloa, el licenciado Mario López Valdez, y le hizo saber que este era un asunto de mexicanos. Al rato ya estaba involucrado el señor ministro de Relaciones Exteriores, otro licenciado. 
En un ataúd de madera cubierto de rosas blancas, que a su vez llevaba en el interior una caja hermética de zinc con su cuerpo, la Mujer más Fea del Mundo fue enterrada en su tierra natal en el año 2013. Más de 150 años después de morir sintiéndose amada por lo que era, tal como decía, ya fuera por consigna o por convicción. 
Al cuerpo le faltaba un brazo. Su corazón, en algún lugar no visible, estaba intacto. 

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