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Humphrey Bogart: 60 años sin el guapo más rudo - 1

El detective privado, serio, incapaz de demostrar emoción alguna, entra a la mansión Stern-wood y se encuentra con una descarada jovencita que lo mira de arriba abajo y le dice: "No es usted muy alto. Tampoco se ve mal, aunque supongo que ya lo sabe". Es la primera escena de "El sueño eterno" (1946) y bastan esas palabras, pronunciadas por Martha Vickers, para describir con precisión al cinematográfico. Una de las leyendas más sólidas de Hollywood y que, pese a sus muchos imitadores, aun continúa siendo único. Aunque no siempre fue así.

EL MATERIAL DE LOS SUEÑOS

Los comienzos profesionales de Bogie no fueron fáciles. Aunque Humphrey DeForest Bogart (1899-1957) nació en un hogar acomodado de Nueva York, su talento no fue reconocido hasta su madurez. Fue su brutal caracterización del asesino Duke Mantee en "El bosque petrificado" (1935), primero en Broadway y luego en Hollywood, la que lo dio a conocer. Pero habría de pasar un tiempo más para que su verdadera personalidad cinematográfica llamara la atención. Y ocurrió al comienzo de la Segunda Guerra Mundial.

Casablanca

El trío de Casablanca: Humphrey Bogart,  Ingrid Bergman y Paul Henreid.

Para entonces el mundo estaba cansado de reírse del sofisticado ingenio de un Cary Grant o de soñar al ritmo de las escaramuzas de Tyrone Power. La devastadora conflagración bélica había empujado al cine a una visión más pesimista de la sociedad y el cine negro se imponía como conciencia de un mundo quebrado moralmente. Los chicos malos del pasado, como James Cagney o Edward G. Robinson, lucían más como bestias a merced de sus propios apetitos pero sin matices humanos. Bogart era el mejor representante del tipo desencantado y sin esperanzas, con un personal código ético y capaz de recurrir a la fuerza bruta si era necesario. 

En una industria donde el triunfo se debe principalmente al atractivo físico, la consagración de Bogart casi a los 50 años impulsó a sus biógrafos e historiadores de cine a tratar de explicar su caso. "La base del atractivo que ejerce la personalidad de Bogart descansa en su obstinada negativa a aceptar a nadie, excepto en los términos marcados por él, o a subastar su integridad", escribe Terence Pettigrew, en un amplio estudio sobre su carrera. "Cínicos idealistas se habían movido a la deriva en un mundo hostil antes de que apareciese Bogart, pero su estilo, que representa la total ausencia de estilo, fue definitivo en cuanto se refiere a esta particular caracterización. Nadie que viniera después de él podía esperar a superar la comparación, ni siquiera quedar a cierta distancia, porque no eran las cualidades del personaje lo que le hacían único sino la goma en que estas se expresaban. Y esto, creemos poder afirmar con justicia, nunca será superado".

Una de las características de Bogart en la pantalla era su desinterés por todo lo que acontecía a su alrededor y que demostraba con un rostro inexpresivo. "Esto reflejaba en parte el tacto emocional de un hombre al que repelía el sentimentalismo" –señaló el escritor y crítico de teatro británico Kenneth Tynan– "y en parte también, la seguridad profesional de un actor que sabía malditamente bien que podía prescindir de él". Así lo vimos en "El último refugio" (1941), "El halcón maltés" (1941) y "Tener y no tener" (1946), creando una mística a su alrededor y encabezando una nueva generación de rudos, capaces de desplazar a los antiguos galanes de atractivos más evidentes. A partir de entonces se imponen los nombres de Richard Widmark, Robert Ryan y, sobre todo, Robert Mitchum. Todos, canallas empedernidos que interpretaban antihéroes cuyas acciones los situaban en la frontera misma del bien y del mal. Luego habrían de reinar los chicos malos del Actors Studio con Marlon Brando a la cabeza. Esta vez incorporando a sus personajes elementos psicológicos más exaltados, alejándose cada vez más de esa alma torturada del hombre común y corriente expuesto a los males de su tiempo.

Más adelante, el espíritu de Bogart habrá de ser retomado por otra generación aunque con su propio estilo. Allí tenemos al gran Gene Hackman en "Contacto en Francia" (1971), un personaje muy en la línea de lo que habría hecho Bogie. Sin embargo, son pocos quienes se mantienen intactos dentro de ese estilo. Tal vez en papeles individuales pero no como una personalidad en todo el sentido de la palabra. Cuando Jeff Bridges interpretó el papel estelar de "The Big Lewoski" (1998), casi una parodia de "El sueño eterno", lo hizo asumiendo el temperamento y la apariencia de un investigador mediocre y sin aspiraciones de fines de siglo. Tal vez ese habría sido el final de los Sam Spade y Philip Marlowe que Bogart interpretó en los años 40. Pero es una especulación nada más. Los tipos humanos han cambiado tanto como el cine mismo y ya no es posible encontrar un heredero directo y con tanto estilo.

Con Jacqueline Dalya
 

Bogart y Jacqueline Dalya en

EL AMANTE FATIGADO

Aunque Humphrey Bogart protagonizó una de las películas románticas más famosas de todos los tiempos, su imagen difícilmente es la de un hombre que vive por y para el amor. Tal como sucede en "Casablanca" (1942), para él hay otras cosas más importantes y renuncia a Ingrid Bergman por una causa altruista. En su vida privada, Bogie no era diferente aunque bastante menos heroico. De sus cuatro esposas solo se recuerda a Lauren Bacall, su coestrella en algunas de sus cintas más famosas y la mujer que lo acompañó hasta su último suspiro, aquejado de horrendos padecimientos por el abuso del tabaco y el alcohol. En su autobiografía, Bacall recuerda de esta manera su primer encuentro con Bogart: "No hubo truenos ni relámpagos". Sin embargo, mientras trabajaban en "Tener y no tener", su primera película juntos, sentiría algo más por él. Recuerda la actriz: "No sé cómo sucedió, fue casi imperceptible. Llevábamos tres semanas con la película, era el final del día… Bogie entró para despedirse. Él se situó detrás de mi como siempre y bromeamos como de costumbre; cuando de repente se agachó, puso su mano bajo mi barbilla y me besó. Fue un impulso, él era más bien tímido, y no el calculado salto del lobo feroz".

En el cine se medía mejor con actrices tan independientes como él mismo. Mary Astor, Ida Lupino y Katharine Hepburn le dieron la réplica ideal. Pero ninguna como la propia Bacall. Y es en la última escena de "El sueño eterno" donde se establecen las reglas de juego dentro y fuera de la pantalla. Tras casi dos horas de emociones, chantajes y crímenes, no sabemos todavía si la pareja permanecerá junta. Entonces, Bogart la mira y le dice con desfachatez: "¿Qué ocurre contigo?" Bacall le responde con aplomo: "Nada que tú no puedas arreglar". La película ha terminado.

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