Ryan Reynolds y Josh Brolin en escena de "Deadpool 2". (Foto: AP)

() no cree en nadie. Si él estuviera atento a la coyuntura peruana, quizá hasta haría dolorosos chistes sobre la ausencia de Paolo Guerrero en el Mundial de Rusia 2018. Y probablemente lanzaría sus comentarios sardónicos con su mirada volcada hacia la cámara para dirigirse hacia el espectador y propiciar la ruptura de la cuarta pared, esa barrera invisible que separa a la ficción en la pantalla de la realidad, o a los personajes inventados de la audiencia.

En los últimos años, tal vez la más conocida ruptura de esa pared tenga lugar en "House of Cards". En la serie, el despiadado político Frank Underwood (el hoy expectorado Kevin Spacey) suele mirar a la cámara y compartir sus ideas retorcidas únicamente con los televidentes. El público accede a un privilegio que genera una fascinación y complicidad siniestra. Underwood nos manipula de tú a tú.

Cuando Deadpool emprende ese quiebre, acaso el sentido sea otro. El mercenario es tan políticamente incorrecto que hasta se burla de las convenciones audiovisuales, además de generar un vínculo burlesco con el público. Lo suyo son el humor negro desatado y las peleas brutales (el antihéroe cuenta con una capacidad asombrosa para regenerar sus heridas). En "Deadpool 2" –que se estrena el jueves en los cines peruanos–, él se enfrentará al mutante Cable (Josh Brolin).

—Solo es una ilusión—
Todo apunta a que la ruptura de la cuarta pared tuvo su origen en el teatro (las otras tres paredes son la de la izquierda, la de la derecha y la del fondo).

En cuanto al cine, el séptimo arte se ha dedicado a demoler esta barrera inmaterial desde la época muda. Un ejemplo notable es el cortometraje "Asalto y robo de un tren" (1903), en el que el actor Justus D. Barnes encarna a un bandolero que apunta a la cámara y dispara a quemarropa.

Woody Allen también ha empleado este recurso con frecuencia. Lo suyo se emparenta con la confesión, la descarga neurótica, el humor genial o la meditación existencial. Allen ha sido una clara influencia en muchas obras audiovisuales de las últimas décadas, para bien o para mal. Él no tiene la culpa de los excesos de ego y de los exhibicionismos. Por suerte, Deadpool se aleja de esas trampas. Se agradece su desparpajo.

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