Estación Zombie (Foto: Agencia)
Estación Zombie (Foto: Agencia)
Sebastián Pimentel

Un anciano en andrajos se pasea por los alrededores de la . Está sangrando por el cuello, por la boca, agonizante. Un amigo suyo, borrachín algo chalado, se preocupa y pide ayuda. Pero a nadie le importa. En la capital de uno de los países más industrializados y ricos del mundo, donde el capitalismo alzó su voz triunfante hace mucho tiempo, todos son indiferentes al dolor de los demás. A nadie le importa que alguien se esté muriendo. ¿No será que todos ya están muertos y no lo saben?

Este es el punto de partida y la premisa de “Estación Zombie: Seúl”, precuela de “Estación Zombie”. Ambas fueron dirigidas en el 2016 por Yeon Sang-ho, solo que “Estación Zombie” se iniciaba cuando el misterioso contagio de los muertos vivientes llegaba a Busan –emblemática ciudad de gran belleza natural al borde del mar–. El filme que esta vez nos ocupa, en cambio, cuenta el origen del mal en un escenario diferente: Seúl, capital política y financiera de Corea del Sur, lo que no deja de ser muy simbólico.

Ambas cintas no solo se distinguen porque cuentan historias diferentes. Su punto de distinción es sobre todo estético. A diferencia de la secuela, “Estación Zombie: Seúl” es una cinta de animación. De los seres humanos de carne y hueso, pasamos a ver personajes dibujados y pintados. Pero no solo eso: si la película ambientada en Busan era luminosa, eufórica y de una acción endemoniada, su precuela, pese a la acción y el horror, es triste y angustiante, de una oscuridad que corroe cada esquina de la ciudad.

En “Estación Zombie: Seúl” tenemos una serie de personajes que intentan sobrevivir a un apocalipsis zombi que enfatiza su alegoría de un apocalipsis humano: la protagonista es una chica que vive en un departamento que no puede pagar hace meses. Ella huye de las deudas contraídas en un bar donde se prostituía. Su enamorado, sin empleo ni dinero, acaba de colocar una foto de la chica en Internet, para prostituirla de nuevo. A ese aviso llama el supuesto “padre” de la muchacha, con el fin de arrebatarla de las garras del enamorado.

Han hecho bien algunos comentaristas en advertir la apariencia zombiesca de los humanos, que paradójicamente lucen más muertos que los mismos zombis. Es cierto que ese aspecto lo provee en buena parte el estilo del dibujo animado de Sang-ho. Pero no sería efectivo si no estuviera potenciado por la casi total falta de solidaridad de los personajes. Lejos de estar demonizados, vemos a entidades sumidas en una sociedad corrompida por el egoísmo, y que ha anulado toda capacidad de compadecerse por el otro.

Lo interesante de “Estación Zombie: Seúl” es que no solo los personajes lucen desolados. También cuenta la forma en que se ha diseñado Seúl. Lejos de ser esa urbe multicolor de las imágenes turísticas, vemos una especie de tristísima ciudad interior: la de los que viven sin esperanzas en los departamentos por alquiler, la de los mendigos que se arremolinan para dormir en el metro. Las calles y esquinas forman una geometría opaca que lo engulle todo, y donde no llega ninguna luz.

A veces se le podría reprochar a Sang-ho cierta proclividad a subrayar la desesperación. Como cuando un mendigo sobreviviente le dice a la muchacha con la que escapa de los zombis, entre lágrimas: “si tuviera un hogar, no habría estado viviendo en la estación Seúl”. Sin embargo, la coherencia en el planteamiento del filme es de hierro: se trata de escapar, pero para volver a ninguna parte. Ese desasosiego llegará hasta el desenlace, donde, pese a la fatalidad, hay cierta justicia divina. Pocas veces una cinta de animación ha sido tan implacable en el diagnóstico de su sociedad.

Más información: 
Título original: “Seoulyeok”.
Género: animación, horror, drama.
País y año: Corea del Sur, 2016.
Director: Yeon Sang-ho.
Actores: Seung-ryong Ryu, Franciska Friede, Joon Lee.

Contenido sugerido

Contenido GEC