El Fionn Whitehead en el papel de Tommy en "Dunkirk". (Foto: Difusión/ Warner Bros)
El Fionn Whitehead en el papel de Tommy en "Dunkirk". (Foto: Difusión/ Warner Bros)
Sebastián Pimentel

Los protagonistas del director Christopher Nolan defienden una causa, pero desde una conciencia culposa. Es lo que sucede con el policía de “Insomnia” (2002) y con el Batman de “El caballero de la noche” (2008). El esfuerzo por ver claro entre lo que debe hacerse o no; y, sobre todo, elegir una acción sin ningún resquicio de culpa, se produce en medio de enfrentamientos sinuosos y de caminos, aparentemente, fatales.

Desde un vistazo superficial, parecería que “Dukerque” se sale de la regla y es solo una cinta de guerra. Al inicio, a golpe de un sonido de tictac que no da tregua, un joven soldado británico se escabulle entre las ruinas de la ciudad costera que da título al filme. Mientras, llueven las octavillas de la propaganda nazi instando a una rendición de las fuerzas aliadas. Estas congregan a centenares de miles de hombres que pronto podrían ser aniquilados en las playas francesas.

Pues bien, si estuviéramos ante un filme bélico de corte clásico, esperaríamos escenas de combate cuerpo a cuerpo entre aliados y alemanes. Así sucede en “Salvando al soldado Ryan” (1998), de Steven Spielberg, por mencionar un título emblemático. En “Dunkerque”, en cambio, nunca veremos a un solo nazi. La estrategia de Nolan es la de filmar a sus protagonistas ingleses ante el temor por un peligro muy físico, de manifestaciones cruentas y terroríficas, pero que no tiene cuerpo ni rostro.

Bombardeos aéreos de las Luftwaffe, misiles submarinos, ataques de artillería desde tierra son la expresión de una entidad invisible. Es el primer paso hacia la tesitura metafísica que anida en los filmes del autor. Así, el foco del conflicto se vuelve psicológico y apunta al interior del bando inglés. Y la coloración indeterminada, neblinosa, siempre a medio tono, que caracteriza las imágenes, es el reflejo de esa condición moral por momentos difusa o quebrada, que carga con un peso o culpa inconsciente.

La ofuscación, que oscila entre las ganas egoístas de sobrevivir de algunos personajes y la reflexión sobre su propia capacidad de solidaridad para ayudar a los demás, está representada en gestos de desconcierto. En medio de estas tribulaciones, el piloto Farrier (Tom Hardy) se arriesga a derribar aviones nazis, mientras que el comandante Bolton (Kenneth Branagh) decide quedarse para salvar a los franceses. El rescate de los ingleses es una estrategia inevitable, pero también implica valentía.

La perspectiva narrativa de “Dunkerque” se fragmenta en torno a personajes y tiempos. Desde tierra, todo acontece en una semana; desde el mar en un día; y desde el aire en una hora. El montaje alterna las situaciones mediante un constante ritmo de ansiedad e inminencia de la masacre, lo que termina por dar unidad al conjunto. Por otro lado, la inmersión aérea se combina con la acuática y la terrestre. Y el resultado es de un agobio casi cósmico, sin línea de horizonte.

Con un delicado equilibrio entre la composición clásica y la urgencia tan moderna de transmitir la sensación instantánea de la acción cruda y violenta, “Dunkerque” es, por todo lo dicho, una de las mejores películas de Nolan. Sin embargo, aun reconociendo todas sus virtudes, y a pesar de su riqueza estética y su espíritu tan británico como universal, se extraña la intensidad emocional y la perturbación obsesiva que caracteriza a los mejores protagonistas del autor de “Interestellar” (2014). “Dunkerque” es una cinta fascinante que sacrifica algo de su hondura en la diseminación de su proeza épica y coral.

AL DETALLE

Título original: “Dunkirk”.
Género: drama, acción, histórico.
País: Reino Unido, Holanda, Francia y EE.UU., 2017.
Director: Christopher Nolan.
Actores: Mark Rylance, Tom Hardy, Kenneth Branagh.
Calificación: 3.5 de 5 estrellas.

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