"Logan": lee nuestra crítica al último filme de Wolverine
Sebastián Pimentel

es un superhéroe envejecido, enfermo, adicto y vulnerable, destinado a inmolarse en una última aventura en los territorios desolados de la frontera con México. Este viejo “Lobezno”, o “Wolverine”, mutante salido de los “X-Men”, pasa sus últimos días como chofer de limosinas mientras rumia sus dolores acompañado siempre de una buena dosis de alcohol.

Las premisas suenan atractivas, y recuerdan a los viejos héroes de westerns como los de Peckinpah (“La pandilla salvaje”) o del mismo Clint Eastwood (“Los imperdonables”). De hecho, esta película de James Mangold —quien ya había homenajeado al género de los cowboys con un buen remake de “3:10 a Yuma”— es una mezcla de western moderno —al estilo de la reciente “Nada que perder”— con road movie y carnaval de acción postapocalíptico al estilo “Mad Max”.

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Sin embargo, las intenciones están muy lejos de los resultados. Un problema recurrente de estos filmes de superhéroes es que se entienden como seriales, y pierden su carácter autónomo. Mangold supone, erróneamente, que el espectador conoce todos los capítulos previos del personaje. Pero más allá de eso, Hugh Jackman, en este filme, no hace evolucionar a Wolverine, y no hace más que repetir el mismo rictus mientras se inyecta una sustancia que le permite seguir viviendo entre la furia y la agonía.

El conflicto, en sí mismo, se reduce a la huida perpetua del mutante con garras de acero, mientras trata de cuidar del anciano Charles (Patrick Stewart) —otro mutante con la mente más poderosa del universo—, quien también languidece con inyecciones que le permitan alargar el final. Los perseguidores, por su parte, liderados por Donald Pierce (Boyd Holdbrook), villano de caricatura con mano cibernética, tiene una participación exigua y, lo que es peor, incapaz de generar temor en una cacería donde Wolverine, pese a sus achaques, es incapaz de perder alguna batalla.

El problema de Mangold es el mismo que perjudica a las películas norteamericanas recientes, ya sean o no sobre superhéroes. Los adelantos tecnológicos en efectos especiales terminan por hacer la mayoría de un trabajo que debe competer a la humanidad del director, y que tiene que ver con la dirección de actores, la articulación psicológica, narrativa y dramática entre los personajes, la capacidad de crear vínculos entre ellos y los espectadores.

Pues nada de eso sucede con “Logan”. En sus interminables 137 minutos solo hay degollamientos sangrientos, mucho polvo sacudido por carrocería vieja, y montaje rápido entre imágenes intercambiables de acción confusa. Un atisbo de esperanza asoma con la niña mutante, Laura (Dafne Keen), quien supuestamente entablaría una relación del tipo padre-hija con Logan. Allí esperábamos los más ilusos alguna poética sublime con reminiscencias del indómito forajido y el niño adoptado de “Un mundo perfecto” de Clint Eastwood.

Pero no. La niña solo se limita a decir un par de palabras. No hay vínculos humanos entre ellos. La lógica de superpoderes prevalece en la línea de la acción y recurrencias aburridas de horror y sangre a borbotones. Al final, un supuesto Edén que reúne a otros niños mutantes perdidos parece ofrecer un paraíso momentáneo para el mártir fugitivo. El problema es que todos estos elementos son añadidos forzados en una cinta fría, a la que le sobra mucho metraje, de diálogos sentenciosos y homenajes eruditos (como el que se dedica a “Shane” de George Stevens) que terminan por decepcionar más a los cinéfilos, no sé si también a los fans de Marvel.

LA FICHA

Título original: “Logan”
Género: Acción, drama, ciencia ficción.
País: EEUU, 2017
Director: James Mangold
Actores: Hugh Jackman, Patrick Stewart, Dafne Keen

Calificación: 1,5 de 5

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