Una imagen de "Perfectos desconocidos".
Una imagen de "Perfectos desconocidos".
Sebastián Pimentel

Estamos lejos de las comedias populares de Dino Risi, de las crónicas nostálgicas de Federico Fellini o Ettore Scola, e incluso de bufones de relatos de fantasía como Roberto Benigni. Hace tiempo, de cara a la era de la abundancia de Silvio Berlusconi –que empieza en 1994 y termina en el 2011–, el cine italiano se divide entre un cine de autor que pretende recrear el cine del pasado –véase “La gran belleza” (2013) de Paolo Sorrentino–, con uno de tipo más comercial, que mira con desenfado a la burguesía del presente, esa que ya se ha olvidado de Sophia Loren o Marcello Mastroianni. 

“Perfectos desconocidos” se ajusta a esta última categoría. Tres parejas se reúnen para cenar y, salvo algún dolor de cabeza que da una hija adolescente a la pareja anfitriona, nada parece perturbar su velada. Entre risas y bromas, salen al balcón de vez en cuando, ven un bello eclipse de luna. Hasta que, con la intención de poner un poco de adrenalina a la noche, hacen un juego: para probar que nadie esconde ningún secreto, todos pondrán su celular sobre la mesa, y así se enterarán, con el modo de altavoz, de las llamadas y conversaciones que le toque a cada uno de los presentes. 

El director del filme, Paolo Genovese, pretende que su ligereza sea solo aparente. Sus ambiciones van más allá del divertimento inocuo: cuando empieza el juego, las llamadas al celular no serán las esperadas. La comedia se hace negra y las sorpresas terribles se tratan de ocultar. Se utilizan los mecanismos del suspenso –una confabulación en el balcón, que solo el espectador conoce, por ejemplo–. Pequeños y sucios secretos comienzan a desenmascarar a las parejas de ensueño. Y las amistades, reunidas en la mesa, comienzan a revelar trasfondos bastante amargos. 

El problema de “Perfectos desconocidos” es que, al momento en que empieza la crisis de las llamadas en altavoz, comienza a perder frescura y naturalidad. Esto, a pesar del desempeño del elenco, que se luce en la composición de los personajes. Entre ellos, llama la atención uno enigmático, interpretado por Giuseppe Battiston, que será fundamental para el desarrollo de la trama. Él es, precisamente, el desclasado, el que no se ajusta al prototipo de perfección que encarnan los demás: soltero, sin pareja, subido de peso y de carácter impredecible. 

Se advierten muchas posibilidades en este guion ingenioso, por momentos inspirados, y que a veces aprovecha bien esa oralidad desenfrenada que trasunta la comedia de parejas neuróticas, intelectuales –entre los comensales hay un cirujano y una psicoanalista–, con ecos de Woody Allen. No obstante, su segunda mitad es cada vez más predecible, forzada y, sobre todo, innecesariamente didáctica. Las conversaciones y el efecto de cotidianidad, tan transparente y tan fluido, cede ante momentos dramáticos chirriantes e inconsistentes. 

Por otro lado, la idea de utilizar un solo espacio para la acción dramática no es nueva. Ya aparece en “Carnage” (2011), de Roman Polanski, aunque evita los mensajes edificantes. Acá, por el contrario, se enfatiza la idea de que, detrás de la declarada fidelidad que las parejas comparten, se puede esconder el engaño. El eclipse es el indicador de un curso que será nefasto, mientras los gritos de estilo teatral borran todo resquicio de misterio y creatividad fílmica. Genovese incluso se permite un segundo final, con una vuelta de tuerca que hace evidente la complacencia. En ese trance, el cine también se oculta, ahora en función de una advertencia ordinaria e infantil: no te portes mal. 

AL DETALLE
Calificación: 2 estrellas de 5
Título original: “Perfetti sconosciuti”.
Género: drama, comedia.
País: Italia, 2016.
Director: Paolo Genovese.
Actores: Giuseppe Battiston, Anna Foglietta, Marco Giallini.

Contenido sugerido

Contenido GEC